El profeta Daniel

Unos jóvenes israelitas se mantienen fieles en el palacio del rey de Babilonia
Dn 1,1-21
El año tercero del reinado de Joaquín, rey de Judá, llegó a Jerusalén Nabucodonosor, rey de Babilonia, y la asedió. El Señor entregó en su poder a Joaquín de Judá y todo el ajuar que quedaba en el templo; se los llevó a Senaar, y el ajuar del templo lo metió en el tesoro del templo de su dios.
El rey ordenó a Aspenaz, jefe de eunucos, seleccionar algunos israelitas de sangre real y de la nobleza, jóvenes, perfectamente sanos, de buen tipo, bien formados en la sabiduría, cultos o inteligentes y aptos para servir en palacio, y ordenó que les enseñasen la lengua y literatura caldeas. Cada día el rey les pasaría una ración de comida y de vino de la mesa real. Su educación duraría tres años, al cabo de los cuales, pasarían a servir al rey.
Entre ellos, había unos judíos: Daniel, Ananías, Misael y Azarías. El jefe de eunucos les cambió los nombres, llamando a Daniel, Belsázar; a Ananías, Sidrac; a Misael, Misac; y a Azarías, Abdénago. Daniel hizo propósito de no contaminarse con los manjares y el vino de la mesa real, y pidió al jefe de eunucos que lo dispensase de esa contaminación. El jefe de eunucos, movido por Dios, se compadeció de Daniel y le dijo:
«Tengo miedo al rey, mi señor, que os ha asignado la ración de comida y bebida; si os ve más flacos que vuestros compañeros, me juego la cabeza.»
Daniel dijo al guardia que el jefe de eunucos había designado para cuidarlo a él, a Ananías, a Misael y a Azarías:
«Haz una prueba con nosotros durante diez días: que nos den legumbres para comer y agua para beber. Compara después nuestro aspecto con el de los jóvenes que comen de la mesa real y trátanos luego según el resultado.»
Aceptó la propuesta e hizo la prueba durante diez días. Al acabar, tenían mejor aspecto y estaban más gordos que los jóvenes que comían de la mesa real. Así que les retiró la ración de comida y de vino y les dio legumbres.
Dios les concedió a los cuatro un conocimiento profundo de todos los libros del saber. Daniel sabía además interpretar visiones y sueños.
Al cumplirse el plazo señalado por el rey, el jefe de eunucos se los presentó a Nabucodonosor. Después de conversar con ellos, el rey no encontró ninguno como Daniel, Ananías, Misael y Azarías, y los tomó a su servicio. Y en todas las cuestiones y problemas que el rey les proponía, lo hacían diez veces mejor que todos los magos y adivinos de todo el reino.
Daniel estuvo en palacio hasta el año primero del reinado de Ciro.
Visión de la estatua y de la piedra. El reino eterno de Dios
Dn 2,26-47
En aquellos días, el rey preguntó a Daniel:
«¿De modo que eres capaz de contarme el sueño y de explicarme su sentido?»
Daniel repuso:
«El secreto de que habla su majestad no lo pueden explicar ni sabios, ni astrólogos, ni magos, ni adivinos, pero hay un Dios en el cielo que revela los secretos y que ha anunciado al rey Nabucodonosor lo que sucederá al final de los tiempos. Este es el sueño que viste estando acostado:
Te pusiste a pensar en lo que iba a suceder, y el que revela los secretos te comunicó lo que va a suceder. En cuanto a mí, no es que yo tenga una sabiduría superior a la de todos los vivientes; si me han revelado el secreto, es para que le explique el sentido al rey, y así puedas entender lo que pensabas.
Tú, rey, viste una visión: una estatua majestuosa, una estatua gigantesca y de un brillo extraordinario; su aspecto era impresionante. Tenía la cabeza de oro fino, el pecho y los brazos de plata, el vientre y los muslos de bronce, las piernas de hierro y los pies de hierro mezclado con barro. En tu visión, una piedra se desprendió sin intervención humana, chocó con los pies de hierro y barro de la estatua y la hizo pedazos. Del golpe, se hicieron pedazos el hierro y el barro, el bronce, la plata y el oro, triturados como tamo de una era en verano, que el viento arrebata y desaparece sin dejar rastro. Y la piedra que deshizo la estatua creció hasta convertirse en una montaña enorme que ocupaba toda la tierra.
Este era el sueño; ahora explicaremos al rey su sentido: Tú, majestad, rey de reyes, a quien el Dios del cielo ha concedido el reino y el poder, el dominio y la gloria, a quien ha dado poder sobre los hombres, dondequiera que vivan, sobre las bestias del campo y las aves del cielo, para que reines sobre ellos, tú eres la cabeza de oro. Te sucederá un reino de plata, menos poderoso. Después un tercer reino, de bronce, que dominará todo el orbe. Vendrá después un cuarto reino, fuerte como el hierro. Como el hierro destroza y machaca todo, así destrozará y triturará a todos.
Los pies y los dedos que viste, de hierro mezclado con barro de alfarero, representan un reino dividido; conservará algo del vigor del hierro, porque viste hierro mezclado con arcilla. Los dedos de los pies, de hierro y barro, son un reino a la vez poderoso y débil. Como viste el hierro mezclado con la arcilla, así se mezclarán los linajes, pero no llegarán a fundirse, lo mismo que no se puede alear el hierro con el barro.
Durante ese reinado, el Dios del cielo suscitará un reino que nunca será destruido ni su dominio pasará a otro, sino que destruirá y acabará con todos los demás reinos, pero él durará por siempre; eso significa la piedra que viste desprendida sin intervención humana y que destrozó el barro, el hierro, el bronce, la plata y el oro.
Éste es el destino que el Dios poderoso comunica a su majestad. El sueño tiene sentido, la interpretación es cierta.»
Entonces Nabucodonosor se postró rostro en tierra rindiendo homenaje a Daniel y mandó que le ofrecieran sacrificios y oblaciones. El rey dijo a Daniel:
«Sin duda que tu Dios es Dios de dioses y Señor de reyes; él revela los secretos, puesto que tú fuiste capaz de explicar este secreto.»
La estatua de oro del rey. Los jóvenes librados del horno
Dn 3,8-12.19-30
En aquellos días, unos caldeos fueron al rey a denunciar a los judíos:
«¡Viva el rey eternamente! Su majestad ha decretado que, cuando escuchen tocar la trompa, la flauta, la cítara, el laúd, el arpa, la vihuela y todos los demás instrumentos, se postren adorando la estatua de oro, y el que no se postre en adoración será arrojado a un horno encendido. Pues bien, hay unos judíos, Sidrac, Misac y Abdénago, a quienes has encomendado el gobierno de la provincia de Babilonia, que no obedecen la orden real, ni respetan a tus dioses, ni adoran la estatua de oro que has erigido.»
Nabucodonosor, furioso contra Sidrac, Misac y Abdénago, y con el rostro desencajado por la rabia, mandó encender el horno siete veces más fuerte que de costumbre, y ordenó a sus soldados más robustos que atasen a Sidrac, Misac y Abdénago y los echasen en el horno encendido. Así, vestidos con sus pantalones, camisas, gorros y demás ropa, los ataron y los echaron en el horno encendido.
La orden del rey era severa, y el horno estaba ardiendo; sucedió que las llamas abrasaron a los que conducían a Sidrac, Misac y Abdénago; mientras los tres, Sidrac, Misac y Abdénago, caían atados en el horno encendido.
El rey los oyó cantar himnos; extrañado, se levantó y, al verlos vivos, preguntó, estupefacto, a sus consejeros:
«¿No eran tres los hombres que atamos y echamos al horno?»
Le respondieron:
«Así es, majestad.»
Preguntó:
«¿Entonces, cómo es que veo cuatro hombres, sin atar, paseando por el horno sin sufrir nada? Y el cuarto parece un ser divino.»
Y, acercándose a la puerta del horno encendido, dijo: «Sidrac, Misac y Abdénago, siervos del Dios Altísimo, salid y venid.»
Sidrac, Misac y Abdénago salieron del horno. Los sátrapas, ministros, prefectos y consejeros se apretaron para ver a aquellos hombres a prueba de fuego: no se les había quemado el pelo, los pantalones estaban intactos, ni siquiera olían a chamuscados. Nabucodonosor entonces dijo:
«Bendito sea el Dios de Sidrac, Misac y Abdénago, que envió un ángel a salvar a sus siervos, que, confiando en él, desobedecieron el decreto real y prefirieron arrostrar el fuego antes que venerar y adorar otros dioses que el suyo. Por eso, decreto que quien blasfeme contra el Dios de Sidrac, Misac y Abdénago, de cualquier pueblo, nación o lengua que sea, sea hecho pedazos y su casa sea derribada. Porque no existe otro Dios capaz de librar como éste.»
El rey dio cargos a Sidrac, Misac y Abdénago en la provincia de Babilonia.
Daniel 3,52-88.56: Toda la creación alabe al Señor
 
Alabad al Señor, sus siervos todos (Ap 19,5)
 
Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres:
a ti gloria y alabanza por los siglos.

Bendito tu nombre, santo y glorioso:
a él gloria y alabanza por los siglos.

Bendito eres en el templo de tu santa gloria:
a ti gloria y alabanza por los siglos.

Bendito eres sobre el trono de tu reino:
a ti gloria y alabanza por los siglos.

Bendito eres tú, que sentado sobre querubines sondeas los abismos:
a ti gloria y alabanza por los siglos.

Bendito eres en la bóveda del cielo:
a ti honor y alabanza por los siglos.

Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.

Ángeles del Señor, bendecid al Señor;
cielos, bendecid al Señor.

Aguas del espacio, bendecid al Señor;
ejércitos del Señor, bendecid al Señor.

Sol y luna, bendecid al Señor;
astros del cielo, bendecid al Señor.

Lluvia y rocío, bendecid al Señor;
vientos todos, bendecid al Señor.

Fuego y calor, bendecid al Señor;
fríos y heladas, bendecid al Señor.

Rocíos y nevadas, bendecid al Señor;
témpanos y hielos, bendecid al Señor.

Escarchas y nieves, bendecid al Señor;
noche y día, bendecid al Señor.

Luz y tinieblas, bendecid al Señor;
rayos y nubes, bendecid al Señor.

Bendiga la tierra al Señor,
ensálcelo con himnos por los siglos.

Montes y cumbres, bendecid al Señor;
cuanto germina en la tierra, bendiga al Señor.

Manantiales, bendecid al Señor;
mares y ríos, bendecid al Señor.

Cetáceos y peces, bendecid al Señor;
aves del cielo, bendecid al Señor.

Fieras y ganados, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.

Hijos de los hombres, bendecid al Señor
bendiga Israel al Señor.

Sacerdotes del Señor, bendecid al Señor;
siervos del Señor, bendecid al Señor.

Almas y espíritus justos, bendecid al Señor;
santos y humildes de corazón, bendecid al Señor.

Ananías, Azarías y Misael, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.

Bendigamos al Padre y al Hijo con el Espíritu Santo,
ensalcémoslo con himnos por los siglos.

Bendito el Señor en la bóveda del cielo,
alabado y glorioso y ensalzado por los siglos.

 

Juicio de Dios en el banquete de Baltasar
Dn 5,1-2.5-9.13-17.25-6,1
En aquellos días, el rey Baltasar ofreció un banquete a mil nobles del reino, y se puso a beber delante de todos. Después de probar el vino, mandó traer los vasos de oro y plata que su padre, Nabucodonosor, había cogido en el templo de Jerusalén, para que bebiesen en ellos el rey y los nobles, sus mujeres y concubinas.
De repente, aparecieron unos dedos de mano humana escribiendo sobre el revoco del muro del palacio, frente al candelabro, y el rey veía cómo escribían los dedos. Entonces su rostro palideció, la mente se le turbó, le faltaron las fuerzas, las rodillas le entrechocaban.
A gritos, mandó que vinieran los astrólogos, magos y adivinos, y dijo a los sabios de Babilonia:
«El que lea y me interprete ese escrito se vestirá de púrpura, llevará un collar de oro y ocupará el tercer puesto en mi reino.»
Acudieron todos los sabios del reino, pero no pudieron leer lo escrito ni explicar al rey su sentido. Entonces el rey Baltasar quedó consternado y palideció, y sus nobles estaban perplejos.
Cuando trajeron a Daniel ante el rey, éste le preguntó:
«¿Eres tú Daniel, uno de los judíos desterrados que trajo de Judea el rey, mi padre? Me han dicho que posees espíritu de profecía, inteligencia, prudencia y un saber extraordinario. Aquí me han traído los sabios y los astrólogos para que leyeran el escrito y me explicaran su sentido, pero han sido incapaces de hacerlo. Me han dicho que tú puedes interpretar sueños y resolver problemas; pues bien, si logras leer lo escrito y explicarme su sentido, te vestirás de púrpura, llevarás un collar de oro y ocuparás el tercer puesto en mi reino.»
Entonces Daniel habló así al rey:
«Quédate con tus dones y da a otro tus regalos. Yo leeré al rey lo escrito y le explicaré su sentido.
Lo que está escrito es: "Contado, Pesado, Dividido." La interpretación es ésta: "Contado": Dios ha contado los días de tu reinado y les ha señalado el límite; "Pesado": te ha pesado en la balanza y te falta peso; "Dividido": tu reino se ha dividido y se lo entregan a medos y persas.»
Baltasar mandó vestir a Daniel de púrpura, ponerle un collar de oro y pregonar que tenía el tercer puesto en el reino.
Baltasar, rey de los caldeos, fue asesinado aquella misma noche, y Darío, el medo, le sucedió en el trono a la edad de sesenta y dos años.
Plegaria y visión de Daniel
Dn 9,1-4a.18-27
El año primero de Darío, hijo de Asuero, medo de linaje y rey de los caldeos, el año primero de su reinado, yo, Daniel, leía atentamente en el libro de las profecías de Jeremías el número de años que Jerusalén había de quedar en ruinas: era setenta años. Después me dirigí al Señor Dios, implorándole con oraciones y súplicas, con ayuno, sayal y ceniza. Oré y me confesé al Señor, mi Dios:
«Dios mío, inclina tu oído y escúchame; abre los ojos y mira nuestra desolación y la ciudad que lleva tu nombre; pues, al presentar ante ti nuestra súplica, no confiamos en nuestra justicia, sino en tu gran compasión. Escucha, Señor; perdona, Señor; atiende, Señor; actúa sin tardanza, Dios mío, por tu honor. Por tu ciudad y tu pueblo, que llevan tu nombre.»
Aún estaba hablando y suplicando y confesando mi pecado y el de mi pueblo, Israel, y presentando mis súplicas al Señor, mi Dios, en favor de su monte santo; aún estaba pronunciando mi súplica, cuando aquel Gabriel que había visto en la visión llegó volando hasta mí, a la hora de la ofrenda vespertina. Al llegar, me habló así:
«Daniel, acabo de salir para explicarte el sentido. Al principio de tus súplicas, se pronunció una sentencia, y yo he venido para comunicártela, porque eres un predilecto. ¡Entiende la palabra, comprende la visión!:
Setenta semanas están decretadas para tu pueblo y tu ciudad santa; para encerrar el delito, sellar el pecado, expiar el crimen, para traer una justicia perenne, para sellar la visión y al profeta y ungir el lugar santísimo.
Has de saberlo y comprenderlo: desde que se decretó la vuelta y la reconstrucción de Jerusalén hasta el Príncipe ungido pasarán siete semanas; durante sesenta y dos semanas estará reconstruida con calles y fosos, en tiempos difíciles.
Pasadas las sesenta y dos semanas, matarán al Ungido inocente; vendrá un príncipe con su tropa y arrasará la ciudad y el templo. El final será un cataclismo, y hasta el fin están decretadas guerra y destrucción. Hará una alianza firme con muchos durante una semana, durante media semana hará cesar ofrendas y sacrificios y pondrá sobre el altar el ídolo abominable, hasta que el fin decretado le llegue al destructor.»
Dn 9,4b-10: Hemos pecado, hemos cometido crímenes y delitos.
Señor, Dios grande y terrible,
que guardas la alianza
y eres leal con los que te aman
y cumplen tus mandamientos.
Hemos pecado,
hemos cometido crímenes y delitos,
nos hemos rebelado
apartándonos de tus mandatos y preceptos.
No hicimos caso a tus siervos, los profetas,
que hablaban en tu nombre a nuestros reyes,
a nuestros príncipes, padres y terratenientes.
Tú, Señor, tienes razón,
a nosotros nos abruma hoy la vergüenza:
a los habitantes de Jerusalén,
a judíos e israelitas, cercanos y lejanos,
en todos los países por donde los dispersaste
por los delitos que cometieron contra ti.
Señor, nos abruma la vergüenza:
a nuestros reyes, príncipes y padres,
porque hemos pecado contra ti.
Pero, aunque nosotros nos hemos rebelado,
el Señor, nuestro Dios, es compasivo y perdona.
No obedecimos al Señor, nuestro Dios,
siguiendo las normas que nos daba
por sus siervos, los profetas.

"La gracia de la vergüenza"

Lunes, 9 de marzo de 2020

Homilía del Papa Francisco

 

La primera Lectura, Libro del Profeta Daniel (9,4-10), es una confesión de los pecados. El pueblo reconoce que ha pecado. Reconoce que el Señor ha sido fiel con nosotros, pero nosotros «hemos pecado, hemos faltado, hemos hecho el mal, nos hemos rebelado y nos hemos apartado de tus mandamientos y tus preceptos. No hemos escuchado a tus servidores los profetas, que hablaron en tu Nombre a nuestros reyes, a nuestros jefes, a nuestros padres y a todo el pueblo del país» (vv. 5-6). Hay una confesión de los pecados, un reconocimiento de que hemos pecado.

Y cuando nos preparamos a recibir el sacramento de la Reconciliación, debemos hacer lo que se llama “examen de conciencia” y ver lo que he hecho ante Dios: he pecado. Reconocer el pecado. Pero reconocer el pecado no puede ser solo una lista de los pecados intelectuales, decir “he pecado”, luego se lo digo al padre y el padre me perdona. No es necesario, no es justo hacer esto. Esto sería como hacer una lista de lo que tengo que hacer o tengo que tener o que he hecho mal, pero se queda en la cabeza. Una verdadera confesión de los pecados debe permanecer en el corazón. Confesarse no es sólo decirle al sacerdote esta lista, “he hecho esto, esto, esto, esto...”, y luego me voy, estoy perdonado. No, no es eso. Se requiere un paso, un paso más, que es la confesión de nuestras miserias, pero desde el corazón; es decir, que esa lista de cosas malas que he hecho, llegue hasta el corazón.

Y es lo que hace Daniel, el Profeta. “¡A ti, Señor, la justicia! A nosotros, la vergüenza” (cf. v. 7). Cuando reconozco que he pecado, que no he rezado bien, y esto lo siento en el corazón, nos acomete este sentimiento de vergüenza: “Me avergüenzo de haber hecho esto. Te pido perdón con vergüenza”. Y la vergüenza por nuestros pecados es una gracia, debemos pedirla: “Señor, que yo me avergüence”. Una persona que ha perdido la vergüenza pierde la autoridad moral, pierde el respeto de los demás. Es una persona desvergonzada. Lo mismo sucede con Dios: “A nosotros, la vergüenza, a ti la justicia. A nosotros la vergüenza. La vergüenza en la cara, como hoy. «Señor  —continúa [Daniel]—, la vergüenza reflejada en el rostro, y también a nuestros reyes, a nuestros jefes y a nuestros padres, porque hemos pecado contra ti!» (v. 8). «Al Señor, nuestro Dios —antes había dicho “la justicia”, ahora dice— la misericordia» (v. 9). Cuando tenemos no sólo el recuerdo, la memoria de los pecados que hemos cometido, sino también el sentimiento de vergüenza, esto toca el corazón de Dios y responde con misericordia. La manera de encontrar la misericordia de Dios es avergonzarse de las cosas feas, de las cosas malas que hemos hecho. Así que cuando me confiese diré no sólo la lista de pecados, sino los sentimientos de confusión, de vergüenza por haberle hecho esto a un Dios tan bueno, tan misericordioso, tan justo-

Pidamos hoy la gracia de la vergüenza: avergonzarnos de nuestros pecados. Que el Señor nos conceda a todos esta gracia.

Visión de un hombre y aparición del ángel
Dn 10,1-21
El año tercero de Ciro, rey de Persia, Daniel, llamado Belsázar, recibió una palabra: palabra cierta, un ejército inmenso. Comprendió la palabra, entendió la visión:
Por entonces yo, Daniel, estaba cumpliendo un luto de tres semanas: no comía manjares exquisitos, no probaba vino ni carne, ni me ungía durante las tres semanas. El día veinticuatro del mes primero, estaba yo junto al Río Grande, el Tigris. Alcé la vista y vi aparecer un hombre vestido de lino, con un cinturón de oro; su cuerpo era como crisolito, su rostro como un relámpago, sus ojos como antorchas, sus brazos y piernas como destellos de bronce bruñido, sus palabras resonaban como una multitud.
Yo solo veía la visión; la gente que estaba conmigo, aunque no veía la visión, quedó sobrecogida de terror y corrió a esconderse. Así quedé solo; al ver aquella magnífica visión, me sentí desfallecer, mi semblante quedó desfigurado, y no lograba dominarme.
Entonces oí ruido de palabras y, al oírlas, caí en un letargo con el rostro en tierra. Una mano me tocó, me sacudió poniéndome a cuatro pies. Luego me habló:
«Daniel, predilecto: fíjate en las palabras que voy a decirte y ponte en pie, porque me han enviado a ti.»
Mientras me hablaba así, me puse en pie temblando. Me dijo:
«No temas, Daniel. Desde el día aquel en que te dedicaste a estudiar y a humillarte ante Dios, tus palabras han sido escuchadas, y yo he venido a causa de ellas. El príncipe del reino de Persia me opuso resistencia durante veintiún días; Miguel, uno de los príncipes supremos, vino en mi auxilio; por eso, me detuve allí, junto a los reyes de Persia. Pero ahora he venido a explicarte lo que ha de suceder a tu pueblo en los últimos días. Porque la visión va para largo.»
Mientras me hablaba así, caí de bruces y enmudecí. Una figura humana me tocó los labios; abrí la boca y hablé al que estaba frente a mí:
«La visión me ha hecho retorcerme de dolor y no puedo dominarme. ¿Cómo hablará este esclavo a tal Señor? ¡Si ahora las fuerzas me abandonan y he quedado sin aliento!»
De nuevo, una figura humana me tocó y me sujetó. Después me dijo:
«No temas, predilecto; ten calma, sé fuerte.»
Mientras me hablaba, recobré las fuerzas y dije:
«Me has dado fuerzas, Señor, puedes hablar.»
Me dijo:
«¿Sabes para qué he venido? Tengo que volver a luchar con el príncipe de Persia; cuando termine, vendrá el príncipe de Grecia. Pero te comunicaré lo que está escrito en el libro de la verdad. Nadie me ayuda en mis luchas si no es vuestro príncipe, Miguel.»
Profecía sobre el último día y la resurrección
Dn 12,1-13
El ángel me dijo:
«Por aquel tiempo se levantará Miguel, el arcángel que se ocupa de tu pueblo: serán tiempos difíciles, como no los ha habido desde que hubo naciones hasta ahora. Entonces se salvará tu pueblo: todos los inscritos en el libro. Muchos de los que duermen en el polvo despertarán: unos para vida eterna, otros para ignominia perpetua. Los sabios brillarán como el fulgor del firmamento, y los que enseñaron a muchos la justicia, como las estrellas, por toda la eternidad.
Tú, Daniel, guarda estas palabras y sella el libro hasta el momento final. Muchos lo repasarán y aumentarán su saber.»
Yo, Daniel, vi a otros dos hombres de pie a ambos lados del río. Y pregunté al hombre vestido de lino, que se cernía sobre el agua del río:
«¿Cuándo acabarán estos prodigios?»
El hombre vestido de lino, que se cernía sobre el agua del río, alzó ambas manos al cielo, y le oí jurar por el que vive eternamente:
«Un año y dos años y medio. Cuando acabe la opresión del pueblo santo, se cumplirá todo esto.»
Yo oí sin entender y pregunté:
«Señor, ¿cuál será el desenlace?»
Me respondió:
«Ve, Daniel. Las palabras están guardadas y selladas hasta el momento final. Muchos se purificarán y acendrarán y blanquearán; los malvados seguirán en su maldad, sin entender; los maestros comprenderán. Desde que supriman el sacrificio cotidiano y coloquen el ídolo abominable, pasarán mil doscientos noventa días. Dichoso el que aguarde hasta que pasen mil trescientos treinta y cinco días. Tú, vete y descansa. Te alzarás a recibir tu destino al final de los días.»