El profeta Jeremías
día y noche no cesan:
por la terrible desgracia de la Doncella de mi pueblo,
una herida de fuertes dolores.
Salgo al campo: muertos a espada;
entro en la ciudad: desfallecidos de hambre;
tanto el profeta como el sacerdote
vagan sin sentido por el país.
¿Por qué has rechazado del todo a Judá?
¿Tiene asco tu garganta de Sión?
¿Por qué nos has herido sin remedio?
Se espera la paz, y no hay bienestar,
al tiempo de la cura sucede la turbación.
Señor, reconocemos nuestra impiedad,
la culpa de nuestros padres,
porque pecamos contra ti.
No nos rechaces, por tu nombre,
no desprestigies tu trono glorioso;
recuerda y no rompas tu alianza con nosotros.
Señor, hazme caso, oye cómo me acusan. ¿Es que se paga el bien con mal, que han cavado una fosa para mí? Acuérdate de cómo estuve en tu presencia, intercediendo en su favor, para apartar de ellos tu enojo.
"La vanidad nos aleja de la Cruz de Cristo"
Miércoles, 11 de marzo de 2020
Homilía del Papa Francisco
La primera lectura, un pasaje del profeta Jeremías (18,18-20), es realmente una profecía sobre la Pasión del Señor. ¿Qué dicen los enemigos? “Venid, obstaculicémosle cuando habla; no hagamos caso de todas sus palabras” (v.18). “Pongámosle obstáculos”. No dice: “Venzámoslo, acabemos con él”, no. Hacerle la vida difícil, atormentarlo. Es el sufrimiento del profeta, pero aquí hay una profecía sobre Jesús. Y el mismo Jesús en el Evangelio (Mt 20,17-28) nos habla de esto: «Mirad que subimos a Jerusalén y el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas; lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles para que sea escarnecido, azotado y crucificado» (vv. 18-19). No es sólo una sentencia de muerte: hay más. Hay humillación, hay ensañamiento. Y cuando hay ensañamiento en la persecución de un cristiano, de una persona, está el diablo. El demonio tiene dos estilos: la seducción, con las promesas del mundo, como quiso hacer con Jesús en el desierto, seducirlo y con la seducción hacerle cambiar el plan de redención; y si eso no funciona, el ensañamiento. El diablo no usa medios términos. Su soberbia es tan grande que intenta destruir, y destruye disfrutando de la destrucción con saña. Pensemos en las persecuciones de tantos santos, de tantos cristianos: no los matan enseguida, sino que les hacen sufrir y tratan por todos los medios de humillarlos, hasta el final. No hay que confundir una simple persecución social, política, religiosa con el ensañamiento del diablo. El diablo se ensaña para destruir. Pensemos en el Apocalipsis: quiere devorar al hijo de la mujer, que está a punto de nacer (cf. 12,4).
Los dos ladrones que fueron crucificados con Jesús fueron condenados, crucificados y los dejaron morir en paz. Nadie los insultó: no importaba. El insulto fue sólo para Jesús, contra Jesús. Jesús dice a los apóstoles que será condenado a muerte, pero también que se burlarán de él y será azotado y crucificado... Se burlan de él.
Y el camino para salir del ensañamiento del diablo, de esta destrucción, es el espíritu mundano, lo que la madre pide para sus hijos, los hijos de Zebedeo (cf. Mt 20,20-21)». Jesús habla de la humillación, que es su propio destino, y allí le piden apariencia, poder. La vanidad, el espíritu mundano es precisamente el camino que el diablo ofrece para alejarse de la Cruz de Cristo. La propia realización, el carrerismo, el éxito mundano: son caminos no cristianos, son caminos para tapar la Cruz de Jesús.
Que el Señor nos dé la gracia de saber discernir cuándo hay un espíritu que quiere destruirnos con ensañamiento, y cuándo el mismo espíritu quiere consolarnos con las apariencias del mundo, con la vanidad. Pero no olvidemos: cuando hay saña, hay odio, la venganza del diablo derrotado. Así es hasta hoy, en la Iglesia. Pensemos en tantos cristianos, en lo cruelmente perseguidos que son. En estos días, los periódicos hablaban de Asia Bibi: nueve años de prisión, sufrimiento. Es el ensañamiento del diablo.
Que el Señor nos dé la gracia de discernir el camino del Señor, que es la Cruz, del camino del mundo, que es la vanidad, la apariencia, el maquillaje.
CLAVE DE LECTURA
PAPA FRANCISCO
ÁNGELUS
Domingo, 28 de octubre de 2018
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! Aunque no parecen muy buenos [llueve y hace viento]
Esta mañana, en la Basílica de San Pedro hemos celebrado la Misa de clausura de la asamblea del sínodo de los obispos dedicada a los jóvenes. La primera lectura, del profeta Jeremías (31, 7-9), estaba particularmente afinada para este momento, porque es una palabra de esperanza que Dios da a su pueblo. Una palabra de consolación, fundada sobre el hecho de que Dios es padre para su pueblo, lo ama y lo cuida como un hijo (cf. v. 9); le abre delante un horizonte de futuro, un camino factible, practicable, sobre el que podrán caminar también «el ciego y el cojo, la preñada y la parida» (v. 8), es decir, las personas en dificultad. Porque la esperanza de Dios no es un milagro, como ciertas publicidades donde todos aparecen sanos y bellos, sino una promesa para la gente real, con virtudes y defectos, potencialidad y fragilidad, como todos nosotros: la esperanza de Dios es una promesa para la gente como nosotros.
Esta Palabra de Dios expresa bien la experiencia que hemos vivido en las semanas del sínodo: ha sido un tiempo de consolación y de esperanza. Lo ha sido sobre todo como momento de escucha: escuchar, de hecho, exige tiempo, atención, apertura de la mente y del corazón. Pero este compromiso se transformaba cada día en consuelo, sobre todo porque teníamos en medio de nosotros la presencia vivaz y estimulante de los jóvenes, con sus historias y sus contribuciones. A través del testimonio de los padres sinodales, la realidad multiforme de las nuevas generaciones ha entrado en el Sínodo, por decirlo así, de todas partes, de cada continente y de muchas situaciones humanas y sociales diferentes.
Con esta actitud fundamental de escucha, hemos tratado de leer la realidad, de captar los signos de nuestro tiempo. Un discernimiento comunitario hecho a la luz de la Palabra de Dios y del Espíritu Santo. Este es uno de los dones más hermosos que el Señor da a la Iglesia católica, es decir, el de reunir voces y rostros de las realidades más variadas y así obtener una interpretación que tenga en cuenta la riqueza y la complejidad de los fenómenos, siempre a la luz del Evangelio. Así, en estos días, nos hemos confrontado sobre cómo caminar juntos a través de tantos desafíos, como el mundo digital, el fenómeno de las migraciones, el sentido del cuerpo y de la sexualidad, el drama de las guerras y de la violencia. Los frutos de este trabajo ya están fermentando, como hace el zumo de la uva en los barriles tras la vendimia. El Sínodo de los jóvenes ha sido una buena vendimia y promete buen vino. Pero quisiera decir que el primer fruto de esta Asamblea sinodal debe estar precisamente en el ejemplo del método que se ha intentado seguir desde la fase preparatoria. Un estilo sinodal que no tiene como objetivo principal la elaboración de un documento, aunque sea precioso y útil. Más importante que el documento es, sin embargo, que se difunda un modo de ser y de trabajar juntos jóvenes y ancianos, en la escucha y en el discernimiento para llegar a elecciones pastorales que respondan a la realidad.
Invoquemos para esto la intercesión de la Virgen María. A ella, que es la Madre de la Iglesia, encomendamos el agradecimiento a Dios por el don de esta asamblea sinodal. Y que ella nos ayude ahora a llevar adelante lo que hemos experimentado, sin miedo, en la vida ordinaria de las comunidades. Que el Espíritu Santo haga crecer, con su sabia fantasía, los frutos de nuestro trabajo, para continuar caminando juntos con los jóvenes del mundo entero.
anunciadla en las islas remotas:
«Él que dispersó a Israel lo reunirá,
lo guardará como un pastor a su rebaño;
porque el Señor redimió a Jacob,
lo rescató de una mano más fuerte.»
Vendrán con aclamaciones a la altura de Sión,
afluirán hacia los bienes del Señor:
hacia el trigo y el vino y el aceite,
y los rebaños de ovejas y de vacas;
su alma será como un huerto regado,
y no volverán a desfallecer.
Entonces se alegrará la doncella en la danza,
gozarán los jóvenes y los viejos;
convertiré su tristeza en gozo,
los alegraré y aliviaré sus penas;
alimentaré a los sacerdotes con enjundia,
y mi pueblo se saciará de mis bienes.