El profeta Jeremías

 

Vocación del profeta Jeremías
Jr 1,1-19
Palabras de Jeremías, hijo de Helcías, de los sacerdotes residentes en Anatot, territorio de Benjamín.
Recibió la palabra del Señor en tiempo de Josías, hijo de Amón, rey de Judá, el año trece de su reinado, y en tiempo de Joaquín, hijo de Josías, rey de Judá, hasta el final del año once de Sedecías, hijo de Josías, rey de Judá; hasta la deportación de Jerusalén en el quinto mes.
Recibí esta palabra del Señor:
«Antes de formarte en el vientre, te escogí; antes de que salieras del seno materno, te consagré: te nombré profeta de los gentiles.»
Yo repuse:
«¡Ay, Señor mío! Mira que no sé hablar, que soy un muchacho.»
El Señor me contestó:
«No digas: `Soy un muchacho´, que a donde yo te envíe, irás, y lo que yo te mande, lo dirás. No les tengas miedo, que yo estoy contigo para librarte.» Oráculo del Señor.
El Señor extendió la mano y me tocó la boca; y me dijo:
«Mira: yo pongo mis palabras en tu boca, hoy te establezco sobre pueblos y reyes, para arrancar y arrasar, para destruir y demoler, para edificar y plantar.»
Recibí esta palabra del Señor:
«¿Qué ves Jeremías?»
Respondí:
«Veo una rama de almendro.»
El Señor me dijo:
«Bien visto, porque yo velo para cumplir mi palabra.»
Recibí otra palabra del Señor:
«¿Qué ves?»
Respondí:
«Veo una olla hirviendo que sale por el lado del norte.»
Me dijo el Señor:
«Desde el norte se derramará la desgracia sobre todos los habitantes del país. Pues yo he de convocar a todas las tribus del norte -oráculo del Señor-; vendrán y pondrá cada uno su trono junto a las puertas de Jerusalén, en torno a sus murallas y frente a las ciudades de Judá. Entablaré juicio con ellos por todas sus maldades: porque me abandonaron, quemaron incienso a dioses extranjeros, y se postraron ante las obras de sus manos.
Pero tú cíñete los lomos, ponte en pie y diles lo que yo te mando. No les tengas miedo, que si no, yo te meteré miedo de ellos. Mira: Yo te convierto hoy en plaza fuerte, en columna de hierro, en muralla de bronce, frente a todo el país: frente a los reyes y príncipes de Judá, frente a los sacerdotes y la gente del campo; lucharán contra ti, pero no te podrán, porque yo estoy contigo para librarte.» Oráculo del Señor.
Infidelidad del pueblo de Dios
Jr 2,1-13.20-25
Recibí esta palabra del Señor:
«Ve y grita a los oídos de Jerusalén: ´Así dice el Señor: Recuerdo tu cariño de joven, tu amor de novia, cuando me seguías por el desierto, por tierra yerma. Israel era sagrada para el Señor, primicia de su cosecha: quien se atrevía a comer de ella lo pagaba, la desgracia caía sobre él -oráculo del Señor-. Escuchad la palabra del Señor, casa de Jacob, tribus todas de Israel.`
Así dice el Señor: ¿Qué falta encontraron en mí vuestros padres para alejarse de mí? Siguieron vaciedades y se quedaron vacíos, en vez de preguntar: `¿Dónde está el Señor, que nos sacó de Egipto, que nos guió por el desierto, por estepas y barrancos, por tierra sedienta y oscura, tierra que nadie atraviesa, que el hombre no habita?` Yo os conduje a un país de huertos, para que comieseis sus buenos frutos; pero entrasteis y profanasteis mi tierra, hicisteis abominable mi heredad. Los sacerdotes no preguntaban: `¿Dónde está el Señor?´, los doctores de la ley no me reconocían, los pastores se rebelaron contra mí, los profetas profetizaban por Baal, siguiendo dioses que de nada sirven.
Por eso, vuelvo a pleitear con vosotros, y con vuestros nietos pleitearé -oráculo del Señor-. Navegad hasta las costas de Chipre, y mirad, despachad gente a Cadar, y considerad a ver si ha sucedido cosa semejante: ¿Cambia de dioses un pueblo?; y eso que no son dioses. Pero mi pueblo cambió a su Gloria por los que no sirven.
Espantaos, cielos, de ello, horrorizaos y pasmaos -oráculo del Señor-. Porque dos maldades ha cometido mi pueblo: Me abandonaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron aljibes, aljibes agrietados, que no retienen el agua.
Desde antiguo has roto el yugo y hecho saltar las correas, diciendo: `No quiero servir´; en cualquier collado alto, bajo cualquier árbol frondoso, te acostabas y te prostituías.
Yo te planté, vid selecta de cepas legítimas, y tú te volviste espino, cepa borde. Por más que te laves con sosa y lejía abundante, me queda presente la mancha de tu culpa -oráculo del Señor-. ¿Cómo te atreves a decir: ´No me he contaminado, no he seguido a los ídolos`?
Mira en el valle tu camino y reconoce lo que has hecho, camella liviana de extraviados caminos, asna salvaje criada en la estepa, cuando en celo otea el viento, ¿quién domará su pasión? Los que la buscan no necesitan cansarse, la encuentran encelada. Ahórrales calzado a tus pies, sed a tu garganta; tú respondes: ´¡Ni por pienso! Amo a extranjeros y me iré con ellos.»
Invitación a la conversión
Jr 3,1-5.19-4,4
Recibí esta palabra del Señor:
«Dice la gente: "Cuando un hombre repudia a su mujer, y ella se separa de él y se casa con otro, ¿podrá volver al primero? ¿No ha quedado profanada esa mujer?" Tú has fornicado con muchos amantes, ¿podrás volver a mí? -oráculo del Señor-.
Levanta los ojos a las colinas y mira: ¿Dónde no has hecho el amor? Salías a los caminos a ofrecerte, como un nómada por el desierto. Profanaste la tierra con tus fornicaciones y maldades. Las lluvias tempranas se rehusaban, no llegaban las tardías.
Entonces mostrabas frente de ramera, te negabas a avergonzarte. Pero, ¿no me gritas ahora mismo: "Padre mío, tú eres el amigo de mi juventud? ¿Se irritará para siempre, eternizará su rencor?" Así decías obrando maldades, y te sentías fuerte.
Yo había pensado: "Te contaré entre mis hijos, te daré una tierra envidiable, en heredad, la perla de las naciones"; diciéndome: "Me llamará `padre mío´, no se apartará de mí."
Pero, igual que una mujer traiciona a su marido, así me traicionó Israel.» Oráculo del Señor.
Se escucha un clamor en las colinas, llanto afligido de los israelitas, que han extraviado el camino, olvidados de su Dios.
«Volved, hijos apóstatas, y os curaré de la apostasía.»
«Aquí estamos, hemos venido a ti, porque tú, Señor, eres nuestro Dios. Cierto, son mentira los collados y el estrépito de los montes; en el Señor, nuestro Dios, está la salvación de Israel. La ignominia devoró los ahorros de nuestros padres, desde la juventud: ovejas y vacas, hijos e hijas. Nos acostamos sobre nuestra vergüenza, nos tapamos con nuestro sonrojo; porque pecamos contra el Señor, nuestro Dios, nosotros y nuestros padres, desde la juventud hasta el día de hoy, y no escuchamos la voz del Señor, nuestro Dios.»
«Si quieres volver, Israel, vuelve a mí -oráculo del Señor-; si apartas de mí tus execraciones, no irás errante; si juras por el Señor con verdad, justicia y derecho, las naciones se desearán tu dicha y tu fama.»
Así dice el Señor a los habitantes de Judá y Jerusalén:
«Roturad los campos y no sembréis cardos, el prepucio quitadlo de vuestros corazones, habitantes de Judá y Jerusalén, no sea que, por vuestras malas acciones, estalle como fuego mi cólera y arda inextinguible.»
La devastación vendrá del norte
Jr 4,5-8.13-28
Así dice el Señor:
«Anunciadlo en Judá, pregonadlo en Jerusalén, tocad la trompeta en el país, gritad a pleno pulmón: "Congregaos para marchar a la ciudad fortificada, levantad la bandera hacia Sión; aprisa, no os paréis; que yo traigo del norte la desgracia, una gran calamidad: sube el león de la maleza, sale de su guarida, está en marcha un asesino de pueblos, para arrasar tu país e incendiar tus ciudades, dejándolas deshabitadas. Por eso, vestíos de sayal, haced duelo y gemid, porque no cede el incendio de la ira del Señor."»
Miradle avanzar como una nube, sus carrozas como un huracán, sus caballos son más rápidos que águilas; ¡ay de nosotros! Estamos perdidos.
«Jerusalén, lava tu corazón de maldades, para salvarte; ¿hasta cuándo anidarán en tu pecho planes desatinados? Escucha al mensajero de Dan, al que anuncia desgracias desde la sierra de Efraín. Decídselo a los paganos, anunciadlo en Jerusalén: de tierra lejana llega el enemigo, lanzando gritos contra los poblados de Judá; como guardas de campo te cercan, porque te rebelaste contra mí -oráculo del Señor-; tu conducta y tus acciones te lo han traído, ése es tu castigo, el dolor que te hiere el corazón.»
¡Ay mis entrañas, mis entrañas! Me tiemblan las paredes del pecho, tengo el pecho turbado y no puedo callar; porque yo mismo escucho el toque de trompeta, el alarido de guerra, un golpe llama a otro golpe, el país está deshecho; de repente quedan destrozadas las tiendas, y en un momento los pabellones. ¿Hasta cuándo tendré que ver la bandera y escuchar la trompeta a rebato?
«Mi pueblo es insensato, no me reconoce, son hijos necios que no recapacitan: son diestros para el mal, ignorantes para el bien. »
Miro a la tierra: ¡caos informe!; al cielo: está sin luz; miro a los montes: tiemblan; a las colinas: danzan; miro: no hay hombres, las aves del cielo han volado; miro: el vergel es un páramo, los poblados están arrasados; por el Señor, por el incendio de su ira.
Así dice el Señor:
«El país quedará desolado, pero no lo aniquilaré; la tierra guardará luto, el cielo arriba se ennegrecerá; lo dije y no me arrepiento, lo pensé y no me vuelvo atrás.»
Vaticinio contra la vana confianza en el templo
Jr 7,1-20
Palabra del Señor que recibió Jeremías:
«Ponte a la puerta del templo, y grita allí esta palabra: "¡Escucha, Judá, la palabra del Señor, los que entráis por esas puertas para adorar al Señor!
Así dice el Señor de los ejércitos, Dios de Israel: Enmendad vuestra conducta y vuestras acciones, y habitaré con vosotros en este lugar. No os creáis seguros con palabras engañosas, repitiendo: `Es el templo del Señor, el templo del Señor, el templo del Señor.´ Si enmendáis vuestra conducta y vuestras acciones, si juzgáis rectamente entre un hombre y su prójimo, si no explotáis al forastero, al huérfano y a la viuda, si no derramáis sangre inocente en este lugar, si no seguís a dioses extranjeros, para vuestro mal, entonces habitaré con vosotros en este lugar, en la tierra que di a vuestros padres, desde hace tanto tiempo y para siempre.
Mirad: Vosotros os fiáis de palabras engañosas que no sirven de nada. ¿De modo que robáis, matáis, adulteráis, juráis en falso, quemáis incienso a Baal, seguís a dioses extranjeros y desconocidos, y después entráis a presentaros ante mí en este templo, que lleva mi nombre, y os decís: `Estamos salvos´, para seguir cometiendo esas abominaciones? ¿Creéis que es una cueva de bandidos este templo que lleva mi nombre? Atención, que yo lo he visto -oráculo del Señor-.
Andad, id a mi templo de Silo, donde hice habitar mi nombre en otro tiempo, y mirad lo que hice con él, por la maldad de Israel, mi pueblo. Pues ahora, ya que habéis cometido tales acciones -oráculo del Señor-, que os hablé sin cesar y no me escuchasteis, que os llamé y no me respondisteis; por eso, con el templo que lleva mi nombre, en el que confiáis, con el lugar que di a vuestros padres y a vosotros, haré lo mismo que hice con Silo: os arrojaré de mi presencia, como arrojé a vuestros hermanos, la estirpe de Efraín."
Y tú no intercedas por este pueblo, no supliques a gritos por ellos, no me reces, que no te escucharé. ¿No ves lo que hacen en los pueblos de Judá y en las calles de Jerusalén? Los hijos recogen leña, los padres encienden lumbre, las mujeres preparan la masa para hacer tortas en honor de la reina del cielo, y para irritarme hacen libaciones a dioses extranjeros. ¿Es a mí a quien irritan -oráculo del Señor- o más bien a sí mismos, para su confusión? Por eso, así dice el Señor: Mirad, mi ira y cólera se derraman sobre este lugar, sobre hombres y ganados, sobre el árbol silvestre, sobre el fruto del suelo, y arden sin apagarse.»
El profeta encomienda su causa a Dios
Jr 11,18-20; 12,1-13
El Señor me instruyó, y comprendí, me explicó lo que hacían.
Yo, como cordero manso, llevado al matadero, no sabía los planes homicidas que contra mí planeaban: «Talemos el árbol en su lozanía, arranquémoslo de la tierra vital, que su nombre no se pronuncie más.»
Pero tú, Señor de los ejércitos, juzgas rectamente, pruebas las entrañas y el corazón; veré mi venganza contra ellos, porque a ti he encomendado mi causa.
Tú llevas la razón, Señor, cuando pleiteo contigo, pero quiero proponerte un caso: ¿Por qué prospera el camino de los impíos, por qué tienen paz los hombres desleales? Los plantas, y echan raíces, crecen y dan fruto; tú estás cerca de sus labios, lejos de su corazón. Pero tú, Señor, me conoces, me examinas, y has probado mi actitud frente a ti. Apártalos como a ovejas para la matanza, resérvalos para el día del sacrificio.
¿Hasta cuándo gemirá la tierra y se secará la hierba del campo? Por la maldad de sus habitantes desaparecen el ganado y los pájaros, porque dicen: «No ve nuestros caminos.»
«Si corres con los infantes y te cansan, ¿cómo competirás con los caballos? Si en la paz de la tierra te sientes inseguro, ¿qué harás en la espesura del Jordán? También tus hermanos y tu familia te son desleales, también ellos te calumnian a la espalda. No te fíes, aunque te digan buenas palabras.
He abandonado mi casa y desechado mi heredad, he entregado al amor de mi alma en manos enemigas; porque mi heredad se había vuelto contra mí, rugiendo como león feroz; por eso la detesté. Mi heredad se había vuelto un leopardo, y los buitres giraban sobre él: ¡Venid, fieras agrestes, acercaos a comer!
Entre tantos pastores destrozaron mi viña y pisotearon mi parcela, convirtieron mi parcela escogida en desierto desolado, la dejaron desolada, yerma, ¡qué desolación! Todo el país desolado, ¡y a nadie le importaba!
Por todas las dunas de la estepa llegaron salteadores, porque la espada del Señor devora de punta a punta, y ningún ser vivo queda en paz. ¿Hasta cuándo hará duelo la tierra y se agostará la hierba del campo? Por la maldad de sus habitantes se escapan el ganado y las aves del cielo. Sembraron trigo, y cosecharon cardos; quedaron baldados en balde, ¡qué miseria de cosecha!, por la ira ardiente del Señor.»
Jeremías 14,17-21: Lamentación del pueblo en tiempo de hambre y de guerra
 
 
Está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio (Mc 1,15)
 
Mis ojos se deshacen en lágrimas,
día y noche no cesan:
por la terrible desgracia de la Doncella de mi pueblo,
una herida de fuertes dolores.

Salgo al campo: muertos a espada;
entro en la ciudad: desfallecidos de hambre;
tanto el profeta como el sacerdote
vagan sin sentido por el país.

¿Por qué has rechazado del todo a Judá?
¿Tiene asco tu garganta de Sión?
¿Por qué nos has herido sin remedio?
Se espera la paz, y no hay bienestar,
al tiempo de la cura sucede la turbación.

Señor, reconocemos nuestra impiedad,
la culpa de nuestros padres,
porque pecamos contra ti.

No nos rechaces, por tu nombre,
no desprestigies tu trono glorioso;
recuerda y no rompas tu alianza con nosotros.

 

Jr 18,18-20: Venid, lo heriremos con su propia lengua.
Dijeron: «Venid, maquinemos contra Jeremías, porque no falta la ley del sacerdote, ni el consejo del sabio, ni el oráculo del profeta; venid, lo heriremos con su propia lengua y no haremos caso de sus oráculos.»
Señor, hazme caso, oye cómo me acusan. ¿Es que se paga el bien con mal, que han cavado una fosa para mí? Acuérdate de cómo estuve en tu presencia, intercediendo en su favor, para apartar de ellos tu enojo.

"La vanidad nos aleja de la Cruz de Cristo"

Miércoles, 11 de marzo de 2020

Homilía del Papa Francisco

 

La primera lectura, un pasaje del profeta Jeremías (18,18-20), es realmente una profecía sobre la Pasión del Señor. ¿Qué dicen los enemigos? “Venid, obstaculicémosle cuando habla; no hagamos caso de todas sus palabras” (v.18). “Pongámosle obstáculos”. No dice: “Venzámoslo, acabemos con él”, no. Hacerle la vida difícil, atormentarlo. Es el sufrimiento del profeta, pero aquí hay una profecía sobre Jesús. Y el mismo Jesús en el Evangelio (Mt 20,17-28) nos habla de esto: «Mirad que subimos a Jerusalén y el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas; lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles para que sea escarnecido, azotado y crucificado» (vv. 18-19). No es sólo una sentencia de muerte: hay más. Hay humillación, hay ensañamiento. Y cuando hay ensañamiento en la persecución de un cristiano, de una persona, está el diablo. El demonio tiene dos estilos: la seducción, con las promesas del mundo, como quiso hacer con Jesús en el desierto, seducirlo y con la seducción hacerle cambiar el plan de redención; y si eso no funciona, el ensañamiento. El diablo no usa medios términos. Su soberbia es tan grande que intenta destruir, y destruye disfrutando de la destrucción con saña. Pensemos en las persecuciones de tantos santos, de tantos cristianos: no los matan enseguida, sino que les hacen sufrir y tratan por todos los medios de humillarlos, hasta el final. No hay que confundir una simple persecución social, política, religiosa con el ensañamiento del diablo. El diablo se ensaña para destruir. Pensemos en el Apocalipsis: quiere devorar al hijo de la mujer, que está a punto de nacer (cf. 12,4).

Los dos ladrones que fueron crucificados con Jesús fueron condenados, crucificados y los dejaron morir en paz. Nadie los insultó: no importaba. El insulto fue sólo para Jesús, contra Jesús. Jesús dice a los apóstoles que será condenado a muerte, pero también que se burlarán de él y será azotado y crucificado... Se burlan de él.

Y el camino para salir del ensañamiento del diablo, de esta destrucción, es el espíritu mundano, lo que la madre pide para sus hijos, los hijos de Zebedeo (cf. Mt 20,20-21)». Jesús habla de la humillación, que es su propio destino, y allí le piden apariencia, poder. La vanidad, el espíritu mundano es precisamente el camino que el diablo ofrece para alejarse de la Cruz de Cristo. La propia realización, el carrerismo, el éxito mundano: son caminos no cristianos, son caminos para tapar la Cruz de Jesús.

Que el Señor nos dé la gracia de saber discernir cuándo hay un espíritu que quiere destruirnos con ensañamiento, y cuándo el mismo espíritu quiere consolarnos con las apariencias del mundo, con la vanidad. Pero no olvidemos: cuando hay saña, hay odio, la venganza del diablo derrotado. Así es hasta hoy, en la Iglesia. Pensemos en tantos cristianos, en lo cruelmente perseguidos que son. En estos días, los periódicos hablaban de Asia Bibi: nueve años de prisión, sufrimiento. Es el ensañamiento del diablo.

Que el Señor nos dé la gracia de discernir el camino del Señor, que es la Cruz, del camino del mundo, que es la vanidad, la apariencia, el maquillaje.

Acción simbólica: la jarra rota
Jr 19,1-5.10-20,6
El Señor me dijo:
«Vete a comprar una jarra de loza; acompañado de algunos concejales y sacerdotes, sal hacia el Valle de Ben Hinón, adonde da la Puerta de los Cascotes, y proclama allí lo que yo te diré. Di:
"Escuchad la palabra del Señor, reyes de Judá y vecinos de Jerusalén: Así dice el Señor de los ejércitos, Dios de Israel: `Yo haré venir sobre este lugar una catástrofe que a quien la oiga le zumbarán los oídos; porque me abandonaron, extrañaron este lugar sacrificando en él a dioses extranjeros, que ni ellos ni sus padres conocían, y los reyes de Judá lo llenaron de sangre inocente. Construyeron ermitas a Baal, donde quemaban a sus hijos como holocaustos en honor de Baal; cosa que no les mandé, ni les dije, ni se me pasó por la cabeza.
Por eso llegarán días -oráculo del Señor- en que este lugar ya no se llamará El Horno ni Valle de Ben Hinón, sino Valle de las Ánimas. Haré fracasar en él los planes de Judá y Jerusalén, los derribaré a espada ante el enemigo, por mano de los que los buscan para matarlos, daré sus cadáveres en pasto a las aves del cielo y a las bestias de la tierra. Haré de esta ciudad espanto y burla: los que pasen junto a ella se espantarán y silbarán a la vista de tantas heridas. Haré que se coman a sus hijos e hijas, que se coman unos a otros, cuando les aprieten y estrechen el cerco sus enemigos mortales.´"
Rompe la jarra en presencia de tus acompañantes, y diles:
"Así dice el Señor de los ejércitos: `Del mismo modo romperé yo a este pueblo y a esta ciudad; como se rompe un cacharro de loza y no se puede recomponer. Y enterrarán en El Horno, por falta de sitio. Así trataré a este lugar y a sus habitantes, haré de esta ciudad un horno -oráculo del Señor-, las casas de Jerusalén y los palacios reales de Judá serán inmundos como el sitio de El Horno; las casas en cuyas azoteas ofrecían sacrificios a los astros del cielo, y libaban a dioses extranjeros.´"»
Jeremías volvió de la puerta adonde lo había mandado el Señor a profetizar, se plantó en el atrio del templo y dijo a todo el pueblo:
«Así dice el Señor de los ejércitos, Dios de Israel: "Yo haré venir sobre esta ciudad y su comarca todos los males con que la he amenazado, porque se pusieron tercos y no escucharon mis palabras."»
Pasjur, hijo de Imer, comisario del templo del Señor, oyó a Jeremías profetizar aquello; Pasjur hizo azotar al profeta Jeremías y lo metió en el cepo que se encuentra en la puerta superior de Benjamín, en el templo del Señor. A la mañana siguiente, cuando Pasjur lo sacó del cepo, Jeremías le dijo:
«El Señor ya no te llama Pasjur, sino Cerco de Pavor; pues así dice el Señor: "Serás el pavor tuyo y de tus amigos, que caerán a espada enemiga, ante tu vista; entregaré a todos los judíos en poder del rey de Babilonia, que los desterrará a Babilonia y los matará con la espada. Entregaré todas las riquezas de esta ciudad, sus posesiones, objetos preciosos, los tesoros reales de Judá a los enemigos, que los saquearán, los cogerán y se los llevarán a Babilonia. Y tú, Pasjur, con todos los de tu casa, iréis al destierro, a Babilonia; allí morirás y serás enterrado con todos tus amigos, a quienes profetizabas tus embustes"».
Ansiedades del profeta
Jr 20,7-18
Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir; me forzaste y me pudiste. Yo era el hazmerreír todo el día, todos se burlaban de mí. Siempre que hablo tengo que gritar: «Violencia», proclamando: «Destrucción.» La palabra del Señor se volvió para mí oprobio y desprecio todo el día. Me dije: «No me acordaré de él, no hablaré más en su nombre»; pero ella era en mis entrañas fuego ardiente, encerrado en los huesos; intentaba contenerlo, y no podía.
Oía el cuchicheo de la gente: «Pavor en torno; delatadlo, vamos a delatarlo.» Mis amigos acechaban mi traspié: «A ver si se deja seducir, y lo abatiremos, lo cogeremos y nos vengaremos de él.»
Pero el Señor está conmigo, como fuerte soldado; mis enemigos tropezarán y no podrán conmigo. Se avergonzarán de su fracaso con sonrojo eterno que no se olvidará. Señor de los ejércitos, que examinas al justo y sondeas lo íntimo del corazón, que yo vea la venganza que tomas de ellos, porque a ti encomendé mi causa.
Cantad al Señor, alabad al Señor, que libró la vida del pobre de manos de los impíos.
Maldito el día en que fui engendrado, el día en que mi madre me parió no sea bendito. Maldito el hombre que anunció a mi padre: «Te ha nacido un varón», dándole una gran alegría. Ojalá hubiera sido ese día como las ciudades que el Señor destruyó sin compasión; escúchese un clamor por la tarde, un alarido al mediodía. ¿Por qué no me mató en el vientre? Habría sido mi madre mi sepulcro, su vientre, preñado por siempre. ¿Por qué salí del vientre, para pasar trabajos y fatigas y acabar mis días derrotado?
Jeremías, en peligro de muerte por profetizar la ruina del templo
Jr 26,1-15
Al comienzo del reinado de Joaquín, hijo de Josías, rey de Judá, vino esta palabra del Señor a Jeremías:
«Así dice el Señor: Ponte en el atrio del templo y di a todos los ciudadanos de Judá que entran en el templo para adorar, las palabras que yo te mande decirles; no dejes ni una sola. A ver si escuchan y se convierte cada cual de su mala conducta, y me arrepiento del mal que medito hacerles a causa de sus malas acciones.
Les dirás: "Así dice el Señor: Si no me obedecéis, cumpliendo la ley que os di en vuestra presencia, y escuchando las palabras de mis siervos, los profetas, que os enviaba sin cesar (y vosotros no escuchabais), entonces trataré a este templo como al de Silo, a esta ciudad la haré fórmula de maldición para todos los pueblos de la tierra."»
Los profetas, los sacerdotes y el pueblo oyeron a Jeremías decir estas palabras, en el templo del Señor. Y, cuando terminó Jeremías de decir cuanto el Señor le había mandado decir al pueblo, lo agarraron los sacerdotes y los profetas y el pueblo, diciendo:
«Eres reo de muerte. ¿Por qué profetizas en nombre del Señor que este templo será como el de Silo, y esta ciudad quedará en ruinas, deshabitada?»
Y el pueblo se juntó contra Jeremías en el templo del Señor. Se enteraron de lo sucedido los príncipes de Judá y, subiendo del palacio al templo del Señor, se sentaron a juzgar junto a la Puerta Nueva. Los sacerdotes y los profetas dijeron a los príncipes y al pueblo:
«Este hombre es reo de muerte, porque ha profetizado contra esta ciudad, como lo habéis oído con vuestros oídos.»
Jeremías respondió a los príncipes y al pueblo:
«El Señor me envió a profetizar contra este templo y esta ciudad las palabras que habéis oído. Pero, ahora, enmendad vuestra conducta y vuestras acciones, escuchad la voz del Señor, vuestro Dios; y el Señor se arrepentirá de la amenaza que pronunció contra vosotros. Yo, por mi parte, estoy en vuestras manos: haced de mí lo que mejor os parezca. Pero, sabedlo bien: si vosotros me matáis, echáis sangre inocente sobre vosotros, sobre esta ciudad y sus habitantes. Porque ciertamente me ha enviado el Señor a vosotros, a predicar a vuestros oídos estas palabras.»
Carta de Jeremías a los desterrados de Israel
Jr 29,1-14
Texto de la carta que envió Jeremías desde Jerusalén a los ancianos deportados y a los sacerdotes y profetas y a todo el pueblo, a quien Nabucodonosor había deportado de Jerusalén a Babilonia. (Fue después de marcharse el rey Jeconías con la reina madre, y los eunucos y los dignatarios de Judá y Jerusalén, y los herreros y cerrajeros de Jerusalén.) La envió por mano de Elasa, hijo de Safán, y Gamarías, hijo de Helcías, enviados de Sedecías, rey de Jerusalén, a Nabucodonosor, rey de Babilonia:
«Así dice el Señor de los ejércitos, Dios de Israel, a todos los deportados que deporté de Jerusalén a Babilonia: Construid casas y habitadlas, plantad huertos y comed sus frutos. Tomad esposas y engendrad hijos e hijas, tomad esposas para vuestros hijos, dad vuestras hijas en matrimonio, para que engendren hijos e hijas: multiplicaos allí y no disminuyáis. Buscad la prosperidad del país adonde os he deportado y rogad por él al Señor, porque su prosperidad será la vuestra.
Porque así dice el Señor de los ejércitos, Dios de Israel: Que no os engañen los profetas que viven entre vosotros, ni vuestros adivinos: no hagáis caso de los sueños que ellos sueñan, porque os profetizan falsamente en mi nombre, sin que yo los envíe -oráculo del Señor-.
Porque así dice el Señor: Cuando se cumplan en Babilonia setenta años, os visitaré y cumpliré en vosotros mi palabra salvadora, trayéndoos a este lugar. Porque sé muy bien lo que pienso hacer con vosotros: designios de paz y no de aflicción, daros un porvenir y una esperanza. Me invocaréis, iréis a suplicarme, y yo os escucharé. Me buscaréis y me encontraréis, si me buscáis de todo corazón. Me dejaré encontrar, y cambiaré vuestra suerte. Os congregaré sacándoos de los países y comarcas por donde os dispersé -oráculo del Señor-, y os devolveré al lugar de donde os deporté.»
Promesas de restauración de Israel
Jr 30,18-31,9
Así dice el Señor:
«Yo cambiaré la suerte de las tiendas de Jacob, me compadeceré de sus moradas; sobre sus ruinas será reconstruida la ciudad, su palacio se asentará en su puesto. De ella saldrán alabanzas y gritos de alegría. Los multiplicaré, y no disminuirán; los honraré, y no serán despreciados. Serán sus hijos como en otro tiempo, la asamblea será estable en mi presencia. Castigaré a sus opresores. Saldrá de ella un príncipe, su señor saldrá de en medio de ella; me lo acercaré y se llegará a mí, pues, ¿quién, si no, se atrevería a acercarse a mí? -oráculo del Señor-.
Vosotros seréis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios -oráculo del Señor-. ¡Atención! El Señor desencadena una tormenta, un huracán gira sobre la cabeza de los malvados; no cede el incendio de la ira del Señor, hasta realizar y cumplir sus designios. Al cabo de los años llegaréis a comprenderlo. En aquel tiempo -oráculo del Señor-, seré el Dios de todas las tribus de Israel, y ellas serán mi pueblo.»
Así dice el Señor:
«Halló gracia en el desierto el pueblo escapado de la espada; camina Israel a su descanso, el Señor se le apareció de lejos. Con amor eterno te amé, por eso prolongué mi misericordia. Todavía te construiré, y serás reconstruida, doncella de Israel; todavía te adornarás y saldrás con panderos a bailar en corros; todavía plantarás viñas en los montes de Samaria, y los que plantan cosecharán. "Es de día", gritarán los centinelas en la montaña de Efraín: "Levantaos y marchemos a Sión, al Señor, nuestro Dios."»
Porque así dice el Señor:
«Gritad de alegría por Jacob, regocijaos por el mejor de los pueblos: proclamad, alabad y decid: "El Señor ha salvado a su pueblo, al resto de Israel." Mirad que yo os traeré del país del norte, os congregaré de los confines de la tierra. Entre ellos hay ciegos y cojos, preñadas y paridas: una gran multitud retorna. Se marcharon llorando, los guiaré entre consuelos; los llevaré a torrentes de agua, por un camino llano en que no tropezarán. Seré un padre para Israel, Efraín será mi primogénito.»

CLAVE DE LECTURA

PAPA FRANCISCO

ÁNGELUS

Domingo, 28 de octubre de 2018

 

 

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! Aunque no parecen muy buenos [llueve y hace viento]

Esta mañana, en la Basílica de San Pedro hemos celebrado la Misa de clausura de la asamblea del sínodo de los obispos dedicada a los jóvenes. La primera lectura, del profeta Jeremías (31, 7-9), estaba particularmente afinada para este momento, porque es una palabra de esperanza que Dios da a su pueblo. Una palabra de consolación, fundada sobre el hecho de que Dios es padre para su pueblo, lo ama y lo cuida como un hijo (cf. v. 9); le abre delante un horizonte de futuro, un camino factible, practicable, sobre el que podrán caminar también «el ciego y el cojo, la preñada y la parida» (v. 8), es decir, las personas en dificultad. Porque la esperanza de Dios no es un milagro, como ciertas publicidades donde todos aparecen sanos y bellos, sino una promesa para la gente real, con virtudes y defectos, potencialidad y fragilidad, como todos nosotros: la esperanza de Dios es una promesa para la gente como nosotros.

Esta Palabra de Dios expresa bien la experiencia que hemos vivido en las semanas del sínodo: ha sido un tiempo de consolación y de esperanza. Lo ha sido sobre todo como momento de escucha: escuchar, de hecho, exige tiempo, atención, apertura de la mente y del corazón. Pero este compromiso se transformaba cada día en consuelo, sobre todo porque teníamos en medio de nosotros la presencia vivaz y estimulante de los jóvenes, con sus historias y sus contribuciones. A través del testimonio de los padres sinodales, la realidad multiforme de las nuevas generaciones ha entrado en el Sínodo, por decirlo así, de todas partes, de cada continente y de muchas situaciones humanas y sociales diferentes.

Con esta actitud fundamental de escucha, hemos tratado de leer la realidad, de captar los signos de nuestro tiempo. Un discernimiento comunitario hecho a la luz de la Palabra de Dios y del Espíritu Santo. Este es uno de los dones más hermosos que el Señor da a la Iglesia católica, es decir, el de reunir voces y rostros de las realidades más variadas y así obtener una interpretación que tenga en cuenta la riqueza y la complejidad de los fenómenos, siempre a la luz del Evangelio. Así, en estos días, nos hemos confrontado sobre cómo caminar juntos a través de tantos desafíos, como el mundo digital, el fenómeno de las migraciones, el sentido del cuerpo y de la sexualidad, el drama de las guerras y de la violencia. Los frutos de este trabajo ya están fermentando, como hace el zumo de la uva en los barriles tras la vendimia. El Sínodo de los jóvenes ha sido una buena vendimia y promete buen vino. Pero quisiera decir que el primer fruto de esta Asamblea sinodal debe estar precisamente en el ejemplo del método que se ha intentado seguir desde la fase preparatoria. Un estilo sinodal que no tiene como objetivo principal la elaboración de un documento, aunque sea precioso y útil. Más importante que el documento es, sin embargo, que se difunda un modo de ser y de trabajar juntos jóvenes y ancianos, en la escucha y en el discernimiento para llegar a elecciones pastorales que respondan a la realidad.

Invoquemos para esto la intercesión de la Virgen María. A ella, que es la Madre de la Iglesia, encomendamos el agradecimiento a Dios por el don de esta asamblea sinodal. Y que ella nos ayude ahora a llevar adelante lo que hemos experimentado, sin miedo, en la vida ordinaria de las comunidades. Que el Espíritu Santo haga crecer, con su sabia fantasía, los frutos de nuestro trabajo, para continuar caminando juntos con los jóvenes del mundo entero.

Jeremías 31,10-14: Felicidad del pueblo redimido
 
 
Jesús iba a morir... para reunir a los hijos de Dios dispersos (Jn 11,51.52)
 
Escuchad, pueblos, la palabra del Señor,
anunciadla en las islas remotas:
«Él que dispersó a Israel lo reunirá,
lo guardará como un pastor a su rebaño;
porque el Señor redimió a Jacob,
lo rescató de una mano más fuerte.»

Vendrán con aclamaciones a la altura de Sión,
afluirán hacia los bienes del Señor:
hacia el trigo y el vino y el aceite,
y los rebaños de ovejas y de vacas;
su alma será como un huerto regado,
y no volverán a desfallecer.

Entonces se alegrará la doncella en la danza,
gozarán los jóvenes y los viejos;
convertiré su tristeza en gozo,
los alegraré y aliviaré sus penas;
alimentaré a los sacerdotes con enjundia,
y mi pueblo se saciará de mis bienes.

 

Anuncio de salvación y de una alianza nueva
Jr 31,15-22.27-34
Así dice el Señor:
«Una voz se escucha en Ramá: gemidos y llanto amargo: Raquel está llorando a sus hijos, y no se consuela, porque ya no existen.»
Así dice el Señor:
«Aparta tu voz del llanto, tus ojos, de las lágrimas, porque tendrá salario tu trabajo -oráculo del Señor-, volverán del país enemigo. Hay esperanza para el porvenir -oráculo del Señor-, volverán los hijos a su patria.
Estoy escuchando lamentarse a Efraín: "Me has corregido, y he aprendido, como un novillo no domado. Conviérteme, y me convertiré, porque tú, Señor, eres mi Dios. Después de alejarme, me arrepentí, al comprenderlo, me golpeé el muslo. Estaba avergonzado y sonrojado de soportar el oprobio de mi juventud."
¿Es mi hijo querido Efraín? ¿Es el niño de mis delicias? Siempre que lo reprendo, me acuerdo de ello, y se me conmueven las entrañas, y cedo a la compasión -oráculo del Señor-.
Coloca mojones, planta señales, fíjate bien en la calzada por donde debes caminar; vuelve, doncella de Israel, vuelve a tus ciudades. ¿Hasta cuándo estarás indecisa, hija que ha de volver? El Señor crea algo nuevo en la tierra: la hembra abrazará al varón.
Mirad que llegan días -oráculo del Señor- en que sembraré en Israel y en Judá simiente de hombres y simiente de animales. Como vigilé sobre ellos para arrancar y arrasar, para destruir y deshacer y maltratar, así vigilaré sobre ellos para edificar y plantar -oráculo del Señor-.
En aquellos días -oráculo del Señor-, ya no se dirá: "Los padres comieron agraces, los hijos tuvieron dentera." Sino que cada uno morirá por su pecado, el que coma agraces tendrá dentera.
Mirad que llegan días -oráculo del Señor- en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva. No como la alianza que hice con sus padres, cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto: ellos quebrantaron mi alianza, aunque yo era su Señor -oráculo del Señor-.
Sino que así será la alianza que haré con ellos, después de aquellos días -oráculo del Señor-: Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Y no tendrá que enseñar uno a su prójimo, el otro a su hermano, diciendo: "Reconoce al Señor." Porque todos me conocerán, desde el pequeño al grande -oráculo del Señor-, cuando perdone sus crímenes y no recuerde sus pecados.»
Jeremías, desde la cárcel, recomienda la paz a Sedecías
Jr 37,21; 38,14-28
En aquellos días, el rey Sedecías ordenó que custodiasen a Jeremías en el patio de la guardia, y que le diesen una hogaza de pan al día -de la Calle de los Panaderos-, mientras hubiese pan en la ciudad. Y Jeremías se quedó en el patio de la guardia.
El rey Sedecías mandó que le trajeran al profeta Jeremías, a la tercera entrada del templo; y el rey dijo a Jeremías:
«Quiero preguntarte una cosa: no me calles nada.»
Respondió Jeremías a Sedecías:
«Si te lo digo, seguro que me matarás; y, si te doy un consejo, no me escucharás.»
El rey Sedecías juró en secreto a Jeremías:
«¡Vive el Señor que nos dio la vida!, que no te mataré ni te entregaré en poder de esos hombres que te persiguen a muerte.»
Respondió Jeremías a Sedecías:
«Así dice el Señor de los ejércitos, Dios de Israel: "Si te rindes a los generales del rey de Babilonia, salvarás la vida, y no incendiarán la ciudad; viviréis tú y tu familia. Pero, si no te rindes a los generales del rey de Babilonia, esta ciudad caerá en manos de los caldeos, que la incendiarán; y tú no escaparás."»
El rey Sedecías dijo a Jeremías:
«Tengo miedo de que me entreguen en manos de los judíos que se han pasado a los caldeos, y que me maltraten.»
Respondió Jeremías:
«No te entregarán. Escucha la voz del Señor, que te comunico, y te irá bien, y salvarás la vida. Pero, si te niegas a rendirte, este es el oráculo que me ha manifestado el Señor: "Escucha: todas las mujeres que han quedado en el palacio real de Judá serán entregadas a los generales del rey de Babilonia, y cantarán: `Te han engañado y te han podido tus buenos amigos; han hundido tus pies en el barro, y se han marchado.´ Todas tus mujeres y tus hijos se los entregarán a los caldeos; y tú no te librarás de ellos, sino que caerás en poder del rey de Babilonia, que incendiará la ciudad."»
Sedecías dijo a Jeremías:
«Que nadie sepa de esta conversación, y no morirás. Si los jefes se enteran de que he hablado contigo, y vienen a preguntarte: "Cuéntanos lo que has dicho al rey; no nos lo ocultes, y no te mataremos", tú les responderás: "Estaba presentando mi súplica al rey, para que no me llevasen de nuevo a casa de Jonatán, a morir allí."»
Vinieron los príncipes y le preguntaron, y él respondió según las instrucciones del rey. Así se fueron sin decir nada, porque la cosa no se supo. Y así se quedó Jeremías en el patio de la guardia, hasta el día de la conquista de Jerusalén.
Jeremías y el pueblo después de la caída de Jerusalén
Jr 42,1-16; 43,4-7
En aquellos días, los capitanes, con Juan, hijo de Qarej, y Yezanías, hijo de Hosayas, y todo el pueblo, del menor al mayor, acudieron al profeta Jeremías y le dijeron:
«Acepta nuestra súplica y reza al Señor, tu Dios, por nosotros y por todo este resto; porque quedamos bien pocos de la multitud, como lo pueden ver tus ojos. Que el Señor, tu Dios, nos indique el camino que debemos seguir y lo que debemos hacer.»
El profeta Jeremías les respondió:
«De acuerdo; yo rezaré al Señor, vuestro Dios, según me pedís, y todo lo que el Señor me responda os lo comunicaré, sin ocultaros nada.»
Ellos dijeron a jeremías:
«El Señor sea testigo veraz y fiel contra nosotros, si no cumplimos todo lo que el Señor, tu Dios, te mande decirnos. Sea favorable o desfavorable, obedeceremos al Señor, nuestro Dios, a quien nosotros te enviamos, para que nos vaya bien, obedeciendo al Señor, nuestro Dios.»
Pasados diez días, vino la palabra del Señor a Jeremías. Éste llamó a Juan, hijo de Qarej, a todos sus capitanes y a todo el pueblo, del menor al mayor, y les dijo:
«Así dice el Señor, Dios de Israel, a quien me enviasteis para presentarle vuestras súplicas: "Si os quedáis a vivir en esta tierra, os construiré y no os destruiré, os plantaré y no os arrancaré; porque me pesa del mal que os he hecho. No temáis al rey de Babilonia, a quien ahora teméis; no lo temáis -oráculo del Señor-, porque yo estoy con vosotros para salvaros y libraros de su mano. Le infundiré compasión para que os compadezca y os deje vivir en vuestras tierras.
Pero si decís: `No habitaremos en esta tierra -desoyendo la voz del Señor, vuestro Dios-, sino que iremos a Egipto, donde no conoceremos la guerra, ni oiremos el son de la trompeta, ni pasaremos hambre de pan; y allí viviremos´, entonces, resto de Judá, escuchad la palabra del Señor: Así dice el Señor de los ejércitos, Dios de Israel: Si os empeñáis en ir a Egipto, para residir allí, la espada que vosotros teméis os alcanzará en Egipto y allí moriréis; el hambre que os asusta se os pegará en Egipto y allí moriréis."»
Y ni Juan, hijo de Qarej, ni sus capitanes ni el pueblo escucharon la voz del Señor, quedándose a vivir en tierra de Judá; sino que Juan, hijo de Qarej, y sus capitanes reunieron al resto de Judá, que había vuelto de todos los países de la dispersión para habitar en Judá: hombres y mujeres, niños y princesas, y cuantos Nabusardán, jefe de la guardia, había encomendado a Godolías, hijo de Ajicán, hijo de Safán; y también al profeta Jeremías y a Baruc, hijo de Nerías. Y llegaron a Egipto, sin obedecer a la voz del Señor, y llegaron a Tafne.
Jerusalén devastada
Lm 1,1-12.18-20
¡Qué solitaria está la ciudad populosa! Se ha quedado viuda la primera de las naciones; la princesa de las provincias, en trabajos forzados.
Pasa la noche llorando, le corren las lágrimas por las mejillas. No hay nadie entre sus amigos que la consuele; todos sus aliados la han traicionado, se han vuelto sus enemigos.
Judá marchó al destierro, humillada y esclava; hoy habita entre gentiles, sin encontrar reposo; los que la perseguían le dieron alcance y la cercaron.
Los caminos de Sión están de luto, porque nadie acude a las fiestas; sus puertas están en ruinas, gimen sus sacerdotes, sus doncellas están desoladas, y ella misma llena de amargura.
Sus enemigos la han vencido, han triunfado sus adversarios, porque el Señor la ha castigado por su continua rebeldía; aun sus niños marcharon al destierro delante del enemigo.
La ciudad de Sión ha perdido toda su hermosura; sus nobles, como ciervos que no encuentran pasto, caminaban desfallecidos, empujados por la espalda.
Jerusalén recuerda los días tristes y turbulentos, cuando caía su pueblo en manos enemigas y nadie lo socorría, y, al verla, sus enemigos se reían de su desgracia.
Jerusalén ha pecado gravemente y ha quedado manchada; los que antes la honraban la desprecian, viéndola desnuda, y ella, entre gemidos, se vuelve de espaldas.
Lleva su impureza en la falda, sin pensar en el futuro. ¡Qué caída tan terrible!: no hay quien la consuele. «Mira, Señor, mi aflicción y el triunfo de mi enemigo.»
El enemigo ha echado mano a todos sus tesoros; ella ha visto a los gentiles entrar en el santuario, aunque tú habías prohibido que entraran en tu asamblea.
Todo el pueblo, entre gemidos, anda buscando pan; ofrecían sus tesoros para comer y recobrar las fuerzas. «Mira, Señor, fíjate cómo estoy envilecida.
Vosotros, los que pasáis por el camino, mirad, fijaos: ¿Hay dolor como mi dolor? ¡Cómo me han maltratado! El Señor me ha castigado el día del incendio de su ira.
Pero el Señor es justo, porque me rebelé contra su palabra. Pueblos todos, escuchad y mirad mis heridas: mis doncellas y mis jóvenes han marchado al destierro.
Llamé a mis amantes, pero me han traicionado. Mis sacerdotes y ancianos murieron en la ciudad, mientras buscaban alimento para recobrar las fuerzas.
Mira, Señor, mis angustias y la amargura de mis entrañas; se me revuelve dentro el corazón, de tanta amargura; en la calle me deja sin hijos la espada; en casa, la muerte.»
Llanto y esperanza
Lm 3,1-33
Yo soy un hombre que ha probado el dolor bajo la vara de su cólera, porque me ha llevado y conducido a las tinieblas y no a la luz; está volviendo su mano todo el día contra mí.
Me ha consumido la piel y la carne y me ha roto los huesos; en torno mío ha levantado un cerco de veneno y amargura y me ha confinado en las tinieblas, como a los muertos de antaño.
Me ha tapiado sin salida, cargándome de cadenas; por más que grito: «Socorro», se hace sordo a mi súplica; me ha cerrado el paso con sillares, y ha retorcido mis sendas.
Me está acechando como un oso o como un león escondido; me ha cerrado el camino para despedazarme y me ha dejado inerte; tensa el arco y me hace blanco de sus flechas.
Me ha clavado en las entrañas las flechas de su aljaba; la gente se burla de mí, me saca coplas todo el día; me ha saciado de hieles, abrevándome con ajenjo.
Mis dientes rechinan mordiendo guijas, y me revuelco en el polvo; me han arrancado la paz, y ni me acuerdo de la dicha; me digo: «Se me acabaron las fuerzas y mi esperanza en el Señor.»
Fíjate en mi aflicción y en mi amargura, en la hiel que me envenena; no hago más que pensar en ello, y estoy abatido.
Pero hay algo que traigo a la memoria y me da esperanza: que la misericordia del Señor no termina y no se acaba su compasión; antes bien, se renuevan cada mañana: ¡qué grande es tu fidelidad! El Señor es mi lote, me digo, y espero en él.
El Señor es bueno para los que en él esperan y lo buscan; es bueno esperar en silencio la salvación del Señor; le irá bien al hombre si carga con el yugo desde joven.
Que se esté solo y callado cuando la desgracia descarga sobre él; que pegue la boca al polvo, quizá quede esperanza; que entregue la mejilla al que lo hiere y se sacie de oprobios.
Porque el Señor no rechaza para siempre; aunque aflige, se compadece con gran misericordia, porque no goza afligiendo o apenando a los hombres.
Súplica por el rescate del pueblo
Lm 5,1-22
Recuerda, Señor, lo que nos ha pasado; mira y fíjate en nuestras afrentas.
Nuestra heredad ha pasado a los bárbaros; nuestras casas, a extranjeros; hemos quedado huérfanos de padre, y nuestras madres han quedado viudas. Tenemos que comprar el agua que bebemos y pagar la leña que nos llevamos. Nos empujan con un yugo al cuello, nos fatigan sin darnos descanso. Hemos pactado con Egipto y Asiria para saciarnos de pan.
Nuestros padres pecaron, y ya no viven, y nosotros cargamos con sus culpas. Unos esclavos nos han sometido, y nadie nos libra de su poder. Arriesgamos la vida por el pan, pues la espada amenaza en descampado. Nuestra piel quema como un horno, torturada por el hambre.
Violaron a las mujeres en Sión y a las doncellas en los pueblos de Judá; con sus manos colgaron a los príncipes, sin respetar a los ancianos; forzaron a los jóvenes a mover el molino, y los muchachos sucumbían bajo cargas de leña.
Los ancianos ya no se sientan a la puerta, los jóvenes ya no cantan; ha cesado el gozo del corazón, las danzas se han vuelto duelo; se nos ha caído la corona de la cabeza: ¡Ay de nosotros, que hemos pecado!
Por eso, está enfermo nuestro corazón y se nos nublan los ojos, porque el monte Sión está desolado y los zorros se pasean por él. Pero tú, Señor, eres rey por siempre; tu trono dura de edad en edad. ¿Por qué te olvidas siempre de nosotros y nos tienes abandonados por tanto tiempo?
Señor, tráenos hacia ti para que volvamos, renueva los tiempos pasados, ¿o es que ya nos has rechazado, que tu cólera no tiene medida?