Oseas

La experiencia del profeta (1, 2-9)

2Comienzo de la palabra del Señor por medio de Oseas. El Señor dijo a Oseas:

- Anda, cásate con una prostituta y engendra hijos de prostitución, porque el país se ha prostituido, apartándose del Señor.

3Él fue y se casó con Gómer, hija de Dibláin, la cual concibió y le dio a luz un hijo.

4Entonces el Señor le dijo:

- Ponle de nombre Jezrael porque dentro de poco pediré cuentas a la familia de Jehú por los crímenes de Jezrael y pondré fin al Reino de Israel.

5En ese día romperé el arco de Israel en el valle de Jezrael.

6Concibió de nuevo Gómer y dio a luz una hija. El Señor dijo a Oseas:

- Ponle de nombre Lo-Rujama -es decir, No-Amada-, porque no amaré a Israel en adelante, ni lo soportaré más.

7Sin embargo a la casa de Judá la amaré y los salvaré por el honor del Señor su Dios. No los salvaré por medio de arco, espada o guerra, ni por medio de caballos o jinetes.

8Apenas había destetado a Lo-Rujama cuando concibió y dio a luz otro hijo.

9El Señor dijo:

- Ponle por nombre Lo-Ammí -No-Mi pueblo- porque vosotros no sois mi pueblo, ni yo existo para vosotros.

Clave de lectura a la luz de la doctrina social de la Iglesia: la persona humana, imagen de Dios

El hombre y la mujer tienen la  misma dignidad y son de igual valor, no sólo porque ambos, en su diversidad, son imagen de Dios, sino, más  profundamente aún, porque el dinamismo de reciprocidad que anima el « nosotros »  de la pareja humana es imagen de Dios. En la relación de  comunión recíproca, el hombre y la mujer se realizan profundamente a sí mismos  reencontrándose como personas a través del don sincero de sí mismos. Su pacto de unión es presentado en la Sagrada Escritura como una imagen del  Pacto de Dios con los hombres (cf. Os 1-3; Is 54; Ef 5,21-  33) y, al mismo tiempo, como un servicio a la vida. La pareja  humana puede participar, en efecto, de la creatividad de Dios: « Y los bendijo  Dios y les dijo: "Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra" » (Gn 1,28) (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 111).

Nuevo comienzo (3, 1-5)

1El Señor me dijo:

- Vete de nuevo y ama a una mujer amada por otro y adúltera*, porque así también el Señor ama a los israelitas, aunque ellos se vuelven a otros dioses y saborean los pasteles de pasas.

2La compré, en efecto, por quince siclos de plata y una medida y media de cebada.

3Y le dije:

- Durante mucho tiempo permanecerás conmigo sin prostituirte ni entregarte a otro hombre, y yo me portaré de la misma manera contigo.

4Porque durante mucho tiempo los israelitas estarán sin rey ni príncipe, sin sacrificios ni estelas, sin efod ni terafim.

5Luego, buscarán de nuevo al Señor Dios y a David, su rey, y acudirán respetuosos al Señor y a sus bienes por siempre.

Clave de lectura a la luz de la doctrina social de la Iglesia: el matrimonio

Los bautizados, por  institución de Cristo, viven la realidad humana y original del matrimonio, en la  forma sobrenatural del sacramento, signo e instrumento de Gracia.  La historia de la salvación está atravesada por el tema de la alianza esponsal,  expresión significativa de la comunión de amor entre Dios y los hombres y clave  simbólica para comprender las etapas de la alianza entre Dios y su pueblo. El centro de la revelación del proyecto de amor divino es el don que Dios hace a  la humanidad de su Hijo Jesucristo, « el Esposo que ama y se da como Salvador de  la humanidad, uniéndola a sí como su cuerpo. El revela la verdad original del  matrimonio, la verdad del "principio" (cf. Gn 2,24; Mt 19,5) y,  liberando al hombre de la dureza del corazón, lo hace capaz de realizarla  plenamente ». Del amor esponsal de Cristo por la Iglesia, cuya  plenitud se manifiesta en la entrega consumada en la Cruz, brota la  sacramentalidad del matrimonio, cuya Gracia conforma el amor de los esposos con  el Amor de Cristo por la Iglesia.  El matrimonio, en cuanto sacramento, es  una alianza de un hombre y una mujer en el amor (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 219).

Dios acusa a Israel y a sus sacerdotes (4, 1-19)

1Escuchad, israelitas, la palabra del Señor, porque el Señor está en pleito con los habitantes del país, pues no hay fidelidad ni amor ni conocimiento de Dios en el país.

2Proliferan perjurios y mentiras, asesinatos y robos, adulterios y violencias; los crímenes se multiplican.

3Por eso el país está de luto y todos sus habitantes languidecen; desaparecen las aves del cielo, las bestias del campo e incluso los peces del mar.

4Pero que no se acuse ni se censure a nadie, pues contra ti, sacerdote, va dirigida mi querella.

5Tú tropezarás en pleno día, y también el profeta tropezará contigo de noche; perecerás junto con tu estirpe.

6Mi pueblo perece por falta de conocimiento; y como tú rechazaste el conocimiento, yo te rechazaré a ti de mi sacerdocio; por haber olvidado la ley de tu Dios, también yo me olvidaré de tus hijos.

7Cuantos más eran [los sacerdotes] más pecaban contra mí; por eso cambiaré su gloria en infamia.

8Se alimentan del pecado de mi pueblo, están ávidos de sus delitos.

9Pero pueblo y sacerdotes correrán la misma suerte: les pediré cuentas de su conducta y les haré pagar sus acciones.

10Comerán sin saciarse, se prostituirán sin procrear, porque han dejado de respetar al Señor.

11La prostitución, el mosto y el vino le han hecho perder el seso:

12mi pueblo consulta a un madero y se deja instruir por un leño; un espíritu de prostitución los extravía y se prostituyen apartándose de su Dios.

13En la cima de las montañas ofrecen sacrificios, en las colinas queman incienso; bajo la encina, el álamo y el terebinto, -¡es tan agradable su sombra!- se prostituyen vuestras hijas y vuestras nueras cometen adulterio.

14Pero no castigaré a vuestras hijas a causa de sus prostituciones, ni a vuestras nueras por sus adulterios; son ellos los que se van con rameras y ofrecen sacrificios con prostitutas sagradas; y así es como va a la ruina un pueblo que no entiende.

15Si tú, Israel, te prostituyes, que Judá no se haga culpable. No vayáis a Guilgal, no subáis a Bet-Avén y no juréis diciendo: "Vive el Señor".

16Israel se ha vuelto obstinado como una vaca embravecida: ¿va el Señor a pastorearlos ahora como a corderos en la pradera?

17Efraín se alía con los ídolos. ¡Déjalo!

18Borrachos se entregan a la prostitución y sus jefes se apasionan por la ignominia.

19Un huracán los arrebatará con sus alas y se avergonzarán de sus sacrificios.

Clave de lectura a la luz de la doctrina social de la Iglesia: pobreza y riqueza

En el Antiguo Testamento se  encuentra una doble postura frente a los bienes económicos y la riqueza. Por un  lado, de aprecio a la disponibilidad de bienes materiales considerados  necesarios para la vida: en ocasiones, la abundancia  -pero no la riqueza o el lujo- es vista como una bendición de Dios. En la  literatura sapiencial, la pobreza se describe como una consecuencia negativa del  ocio y de la falta de laboriosidad (cf. Pr 10,4), pero también como un  hecho natural (cf. Pr 22,2). Por otro lado, los bienes económicos y la  riqueza no son condenados en sí mismos, sino por su mal uso. La tradición  profética estigmatiza las estafas, la usura, la explotación, las injusticias  evidentes, especialmente con respecto a los más pobres (cf. Is 58,3-11; Jr 7,4-7; Os 4,1-2; Am 2,6-7; Mi 2,1-2). Esta  tradición, si bien considera un mal la pobreza de los oprimidos, de los débiles,  de los indigentes, ve también en ella un símbolo de la situación del hombre  delante de Dios; de Él proviene todo bien como un don que hay que administrar y  compartir (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 323).