Evangelio según san Lucas

Anuncio del nacimiento de Jesús (Lucas 1, 26-38)

26Al sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a Nazaret, un pueblo de Galilea,

27a visitar a una joven virgen llamada María, que estaba prometida en matrimonio a José, un varón descendiente del rey David.

28El ángel entró en el lugar donde estaba María y le dijo:

- Alégrate, favorecida de Dios. El Señor está contigo.

29María se quedó perpleja al oír estas palabras, preguntándose qué significaba aquel saludo.

30Pero el ángel le dijo:

- No tengas miedo, María, pues Dios te ha concedido su gracia.

31Vas a quedar embarazada, y darás a luz un hijo, al cual pondrás por nombre Jesús.

32Un hijo que será grande, será Hijo del Altísimo. Dios, el Señor, le entregará el trono de su antepasado David,

33reinará eternamente sobre la casa de Jacob y su reinado no tendrá fin.

34María replicó al ángel:

- Yo no tengo relaciones conyugales con nadie; ¿cómo, pues, podrá sucederme esto?

35El ángel le contestó:

- El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Dios Altísimo te envolverá. Por eso, el niño que ha de nacer será santo, será Hijo de Dios.

36Mira, si no, a Isabel, tu parienta: también ella va a tener un hijo en su ancianidad; la que consideraban estéril, está ya de seis meses,

37porque para Dios no hay nada imposible.

38María dijo:

- Yo soy la esclava del Señor. Que él haga conmigo como dices.

Entonces el ángel la dejó y se fue.

Clave de lectura desde la doctrina social de la Iglesia

Heredera de la esperanza de los  justos de Israel y primera entre los discípulos de Jesucristo, es María, su  Madre. Ella, con su « fiat » al designio de  amor de Dios (cf. Lc 1,38), en nombre de toda la humanidad, acoge en la  historia al enviado del Padre, al Salvador de los hombres: en el canto del « Magnificat » proclama el advenimiento del Misterio de la Salvación, la  venida del « Mesías de los pobres » (cf. Is 11,4; 61,1). El Dios de la  Alianza, cantado en el júbilo de su espíritu por la Virgen de Nazaret, es Aquel  que derriba a los poderosos de sus tronos y exalta a los humildes, colma de  bienes a los hambrientos y despide a los ricos con las manos vacías, dispersa a  los soberbios y muestra su misericordia con aquellos que le temen (cf. Lc 1,50-53).

Acogiendo estos sentimientos del corazón de María, de la profundidad de su fe,  expresada en las palabras del « Magnificat », los discípulos de Cristo  están llamados a renovar en sí mismos, cada vez mejor, « la conciencia de que no se puede separar la verdad sobre Dios que salva, sobre Dios que es fuente  de todo don, de la manifestación de su amor preferencial por los pobres y los  humildes, que, cantado en el Magnificat, se encuentra luego expresado  en las palabras y obras de Jesús ». María, totalmente dependiente  de Dios y toda orientada hacia Él con el impulso de su fe, « es la imagen más  perfecta de la libertad y de la liberación de la humanidad y del cosmos » (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 59).

 

El niño Jesús en el Templo (Lucas 2, 41-52)

41Los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén, a celebrar la fiesta de la Pascua.

42Cuando el niño cumplió doce años, subieron juntos a la fiesta, como tenían por costumbre.

43Una vez terminada la fiesta, emprendieron el regreso. Pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén sin que sus padres lo advirtieran.

44Pensando que iría mezclado entre la caravana, hicieron una jornada de camino y al término de ella comenzaron a buscarlo entre los parientes y conocidos.

45Y como no lo encontraron, regresaron a Jerusalén para seguir buscándolo allí.

46Por fin, al cabo de tres días, lo encontraron en el Templo, sentado en medio de los doctores, escuchándolos y haciéndoles preguntas.

47Cuantos lo oían estaban asombrados de su inteligencia y de sus respuestas.

48Sus padres se quedaron atónitos al verlo; y su madre le dijo:

- Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo hemos estado muy angustiados buscándote.

49Jesús les contestó:

- ¿Y por qué me buscabais? ¿No sabéis que debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?

50Pero ellos no comprendieron lo que les decía.

51Después el niño regresó a Nazaret con sus padres y siguió sujeto a ellos. En cuanto a su madre, guardaba todas estas cosas en lo íntimo de su corazón.

52Y Jesús crecía, y con la edad aumentaban su sabiduría y el favor de que gozaba ante Dios y la gente.

Clave de lectura desde la doctrina social de la Iglesia

En su predicación, Jesús  enseña a apreciar el trabajo. Él mismo « se hizo  semejante a nosotros en todo, dedicó la mayor parte de los años de su vida  terrena al trabajo manual junto al banco del carpintero », en el taller de José (cf. Mt 13,55; Mc 6,3), al cual estaba  sometido (cf. Lc 2,51). Jesús condena el comportamiento del siervo  perezoso, que esconde bajo tierra el talento (cf. Mt 25,14-30) y alaba al  siervo fiel y prudente a quien el patrón encuentra realizando las tareas que se  le han confiado (cf. Mt 24,46). Él describe su misma misión como un  trabajar: « Mi Padre trabaja siempre, y yo también trabajo » (Jn 5,17); y a sus discípulos como obreros en la mies del Señor, que  representa a la humanidad por evangelizar (cf. Mt 9,37-38). Para estos  obreros vale el principio general según el cual « el obrero tiene derecho a su  salario » (Lc 10,7); están autorizados a hospedarse en las casas donde  los reciban, a comer y beber lo que les ofrezcan (cf. ibídem) (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 259).

Genealogía de Jesús (Lucas 3, 23-38)

23Al dar comienzo a su ministerio, Jesús tenía unos treinta años, y todos creían que era hijo de José, cuyos ascendientes eran: Helí,

24Matat, Leví, Melquí, Janay, José,

25Matatías, Amós, Naún, Eslí, Nagay,

26Maat, Matatías, Semeín, Josec, Yodá,

27Joanán, Resá, Zorobabel, Salatiel, Nerí,

28Meljí, Addí, Kosán, Elmadán, Er,

29Jesús, Eliezer, Jorín, Matat, Leví,

30Simeón, Judá, José, Jonán, Eliakín,

31Meleá, Mená, Matazá, Natán, David,

32Jesé, Obed, Booz, Salá, Naasón,

33Aminadab, Admín, Arní, Esrón, Fares, Judá,

34Jacob, Isaac, Abrahán, Tara, Nacor,

35Seruc, Ragaú, Fálec, Eber, Salá,

36Cainán, Arfaxad, Sem, Noé, Lámec,

37Matusalén, Enoc, Jarad, Maleleel, Cainán,

38Enós, Set, Adán y Dios.

Clave de lectura desde la doctrina social de la Iglesia

El prototipo de rey elegido  por Yahvéh es David, cuya condición humilde es subrayada con satisfacción por la  narración bíblica (cf. 1 S 16,1- 13). David es  el depositario de la promesa (cf. 2 S 7,13-16; Sal 89,2-38;  132,11-18), que lo hace iniciador de una especial tradición real, la tradición «  mesiánica ». Ésta, a pesar de todos los pecados y las infidelidades del mismo  David y de sus sucesores, culmina en Jesucristo, el « ungido de Yahvéh » (es  decir, « consagrado del Señor »: cf. 1 S 2,35; 24,7.11; 26,9.16; ver  también Ex 30,22-32) por excelencia, hijo de David (cf. la genealogía en: Mt 1,1-17 y Lc 3,23-38; ver también Rm 1,3).

El fracaso de la realeza en el plano histórico no llevará a la  desaparición del ideal de un rey que, fiel a Yahvéh, gobierne con sabiduría y  realice la justicia.  Esta esperanza reaparece con  frecuencia en los Salmos (cf. Sal 2; 18; 20; 21; 72). En los oráculos  mesiánicos se espera para el tiempo escatológico la figura de un rey en quien  inhabita el Espíritu del Señor, lleno de sabiduría y capaz de hacer justicia a  los pobres (cf. Is 11,2-5; Jr 23,5-6). Verdadero pastor del pueblo  de Israel (cf. Ez 34,23-24; 37,24), él traerá la paz a los pueblos (cf. Za 9,9-10). En la literatura sapiencial, el rey es presentado como aquel  que pronuncia juicios justos y aborrece la iniquidad (cf. Pr 16,12),  juzga a los pobres con justicia (cf. Pr 29,14) y es amigo del hombre de  corazón puro (cf. Pr 22,11). Poco a poco se va haciendo más explícito el  anuncio de cuanto los Evangelios y los demás textos del Nuevo Testamento ven  realizado en Jesús de Nazaret, encarnación definitiva de la figura del rey  descrita en el Antiguo Testamento (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 378).

 

Jesús es puesto a prueba (Lucas 4, 1-13)

1Jesús regresó del Jordán lleno del Espíritu Santo. El mismo Espíritu lo llevó al desierto,

2donde el diablo lo puso a prueba durante cuarenta días. En todo ese tiempo no comió nada; así que al final sintió hambre.

3Entonces le dijo el diablo:

- Si de veras eres Hijo de Dios, di que esta piedra se convierta en pan.

4Jesús le contestó:

- Las Escrituras dicen: No sólo de pan vivirá el hombre.

5Luego, el diablo lo condujo a un lugar alto y, mostrándole en un instante todas las naciones del mundo,

6le dijo:

- Yo te daré todo el poder y la grandeza de esas naciones, porque todo ello me pertenece, y puedo dárselo a quien quiera.

7Todo será tuyo si me adoras.

8Jesús le contestó:

- Las Escrituras dicen: Al Señor tu Dios adorarás y sólo a él darás culto.

9Entonces el diablo llevó a Jesús a Jerusalén, lo subió al alero del Templo y le dijo:

- Si de veras eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo,

10porque dicen las Escrituras: Dios ordenará a sus ángeles que cuiden de ti 

11y que te tomen en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra.

12Jesús le contestó:

- También está dicho: No pondrás a prueba al Señor tu Dios.

13El diablo, entonces, terminó de poner a prueba a Jesús y se alejó de él en espera de una ocasión más propicia.

Clave de lectura desde la doctrina social de la Iglesia

El destino universal de los  bienes comporta un esfuerzo común dirigido a obtener para cada persona y para  todos los pueblos las condiciones necesarias de un desarrollo integral, de  manera que todos puedan contribuir a la promoción de un mundo más humano,  « donde cada uno pueda dar y recibir, y donde el progreso de unos no sea  obstáculo para el desarrollo de otros ni un pretexto para su servidumbre ». Este principio corresponde al llamado que el Evangelio incesantemente dirige a  las personas y a las sociedades de todo tiempo, siempre expuestas a las  tentaciones del deseo de poseer, a las que el mismo Señor Jesús quiso someterse  (cf. Mc 1,12-13; Mt 4,1-11; Lc 4,1-13) para enseñarnos el  modo de superarlas con su gracia (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 175).

Rechazado en Nazaret (Lucas 4, 16-30)

16Llegó a Nazaret, el lugar donde se había criado, y como tenía por costumbre, entró un sábado en la sinagoga, y se puso en pie para leer las Escrituras.

17Le dieron el libro del profeta Isaías y, al abrirlo, encontró el pasaje que dice:

18  El Espíritu del Señor está sobre mí,

porque me ha consagrado

para llevar a los pobres

la buena noticia de la salvación;

me ha enviado a anunciar

la libertad a los presos

y a dar vista a los ciegos;

a liberar a los oprimidos 

19  y a proclamar un año en el que

el Señor concederá su gracia.

20Cerró luego el libro, lo devolvió al ayudante de la sinagoga y se sentó. Todos los presentes lo miraban atentamente.

21Y él comenzó a decirles:

- Este pasaje de la Escritura se ha cumplido hoy mismo en vuestra presencia.

22Todos le manifestaban su aprobación y estaban maravillados por las hermosas palabras que había pronunciado. Y comentaban:

- ¿No es este el hijo de José?

23Jesús les dijo:

- Sin duda, me aplicaréis este refrán: "Médico, cúrate a ti mismo. Haz, pues, aquí en tu propia tierra, todo lo que, según hemos oído decir, has hecho en Cafarnaún".

24Y añadió:

- Os aseguro que ningún profeta es bien recibido en su propia tierra.

25Os diré más: muchas viudas vivían en Israel en tiempos de Elías, cuando por tres años y seis meses el cielo no dio ni una gota de agua y hubo gran hambre en todo el país.

26Sin embargo, Elías no fue enviado a ninguna de ellas, sino a una que vivía en Sarepta, en la región de Sidón.

27Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue curado de su lepra, sino Naamán el sirio.

28Al oír esto, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron

29y, echando mano a Jesús, lo arrojaron fuera del pueblo y lo llevaron a un barranco de la montaña sobre la que estaba asentado el pueblo, con intención de despeñarlo.

30Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se fue.

Clave de lectura desde la doctrina social de la Iglesia

La benevolencia y la  misericordia, que inspiran el actuar de Dios y ofrecen su clave de  interpretación, se vuelven tan cercanas al hombre que asumen los rasgos del  hombre Jesús, el Verbo hecho carne. En la narración  de Lucas, Jesús describe su ministerio mesiánico con las palabras de Isaías que  reclaman el significado profético del jubileo: « El Espíritu del Señor sobre mí,  porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a  proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la  libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor » (4,18-19; cf. Is 61,1-2). Jesús se sitúa, pues, en la línea del cumplimiento, no sólo  porque lleva a cabo lo que había sido prometido y era esperado por Israel, sino  también, en un sentido más profundo, porque en Él se cumple el evento decisivo  de la historia de Dios con los hombres. Jesús, en efecto, proclama: « El que  me ha visto a mí, ha visto al Padre » (Jn 14,9). Expresado con otras  palabras, Jesús manifiesta tangiblemente y de modo definitivo quién es Dios y  cómo se comporta con los hombres (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 28).

El hombre de la mano atrofiada (Lucas 6, 6-11)

6Otro sábado entró Jesús en la sinagoga y se puso a enseñar. Había allí un hombre que tenía atrofiada la mano derecha.

7Los maestros de la ley y los fariseos, que estaban buscando un motivo para acusar a Jesús, se pusieron al acecho a ver si lo curaba, a pesar de ser sábado.

8Jesús, que sabía lo que estaban pensando, dijo al hombre de la mano atrofiada:

- Ponte de pie ahí en medio.

Él se levantó y se puso en medio.

9Entonces Jesús dijo a los otros:

- Voy a haceros una pregunta: ¿Está permitido en sábado hacer el bien o hacer el mal? ¿Salvar una vida o dejarla perder?

10Y, mirándolos a todos, dijo al hombre:

- Extiende tu mano.

Él la extendió, y la mano recuperó el movimiento.

11Ellos, sin embargo, llenos de furor, se preguntaban unos a otros qué podrían hacer contra Jesús.

Clave de lectura desde la doctrina social de la Iglesia

Durante su ministerio terreno,  Jesús trabaja incansablemente, realizando obras poderosas para liberar al hombre  de la enfermedad, del sufrimiento y de la muerte. El  sábado, que el Antiguo Testamento había puesto como día de liberación y que,  observado sólo formalmente, se había vaciado de su significado auténtico, es  reafirmado por Jesús en su valor originario: « ¡El sábado ha sido instituido  para el hombre y no el hombre para el sábado! » (Mc 2,27). Con las  curaciones, realizadas en este día de descanso (cf. Mt 12,9-14; Mc 3,1-6; Lc 6,6-11; 13,10-17; 14,1-6), Jesús quiere demostrar que es Señor  del sábado, porque Él es verdaderamente el Hijo de Dios, y que es el día en que  el hombre debe dedicarse a Dios y a los demás. Liberar del mal, practicar la  fraternidad y compartir, significa conferir al trabajo su significado más noble,  es decir, lo que permite a la humanidad encaminarse hacia el Sábado eterno, en  el cual, el descanso se transforma en la fiesta a la que el hombre aspira  interiormente. Precisamente, en la medida en que orienta la humanidad a la  experiencia del sábado de Dios y de su vida de comunión, el trabajo inaugura  sobre la tierra la nueva creación (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 261).

Bendiciones y amenazas (Lucas 6, 20-26)

20Entonces Jesús, mirando a sus discípulos, les dijo:

- Felices vosotros los pobres, porque el reino de Dios es vuestro.

21Felices vosotros los que ahora tenéis hambre, porque Dios os saciará.

Felices vosotros los que ahora lloráis, porque después reiréis.

22Felices vosotros cuando los demás os odien, os echen de su lado, os insulten y proscriban vuestro nombre como infame por causa del Hijo del hombre.

23Alegraos y saltad de gozo cuando llegue ese momento, porque en el cielo os espera una gran recompensa. Así también maltrataron los antepasados de esta gente a los profetas.

24En cambio, ¡ay de vosotros los ricos, porque ya habéis recibido el consuelo que os correspondía!

25¡Ay de vosotros los que ahora estáis saciados, porque vais a pasar hambre!

¡Ay de vosotros los que ahora reís, porque vais a tener dolor y llanto!

26¡Ay de vosotros cuando todo el mundo os alabe, porque eso es lo que hacían los antepasados de esta gente con los falsos profetas!

Clave de lectura desde la doctrina social de la Iglesia

Jesús asume toda la tradición  del Antiguo Testamento, también sobre los bienes económicos, sobre la riqueza y  la pobreza, confiriéndole una definitiva claridad y plenitud (cf. Mt 6,24 y 13,22; Lc 6,20-24 y 12,15-21; Rm 14,6-8 y 1 Tm 4,4). Él, infundiendo su Espíritu y cambiando los corazones, instaura  el « Reino de Dios », que hace posible una nueva convivencia en la justicia, en  la fraternidad, en la solidaridad y en el compartir. El Reino inaugurado por  Cristo perfecciona la bondad originaria de la creación y de la actividad humana,  herida por el pecado. Liberado del mal y reincorporado en la comunión con Dios,  todo hombre puede continuar la obra de Jesús con la ayuda de su Espíritu: hacer  justicia a los pobres, liberar a los oprimidos, consolar a los afligidos, buscar  activamente un nuevo orden social, en el que se ofrezcan soluciones adecuadas a  la pobreza material y se contrarresten más eficazmente las fuerzas que  obstaculizan los intentos de los más débiles para liberarse de una condición de  miseria y de esclavitud. Cuando esto sucede, el Reino de Dios se hace ya  presente sobre esta tierra, aun no perteneciendo a ella. En él encontrarán  finalmente cumplimiento las promesas de los Profetas (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 325).

Parábola de los dos cimientos (Lucas 6, 46-49)

46¿Por qué me invocáis "Señor, Señor" y no hacéis lo que os digo?

47Todo aquel que viene a mí, que oye mis palabras y actúa en consecuencia,

48puede compararse a un hombre que para construir una casa cavó primero profundamente y puso los cimientos sobre la roca viva. Cuando luego se desbordó el río y se produjo una inundación, aquella casa resistió el embate de las aguas, porque estaba bien construida.

49En cambio, todo aquel que me oye, pero no actúa en consecuencia, puede compararse a un hombre que construyó una casa sin cimientos, sobre el puro suelo. Cuando el río se precipitó sobre ella, se vino abajo al instante y fue grande su ruina.

Clave de lectura desde la doctrina social de la Iglesia

La Iglesia tiene el derecho de  ser para el hombre maestra de la verdad de fe; no sólo de la verdad del dogma,  sino también de la verdad moral que brota de la misma naturaleza humana y del  Evangelio. El anuncio del Evangelio, en  efecto, no es sólo para escucharlo, sino también para ponerlo en práctica (cf. Mt 7,24; Lc 6,46-47; Jn 14,21.23-24; St 1,22): la  coherencia del comportamiento manifiesta la adhesión del creyente y no se  circunscribe al ámbito estrictamente eclesial y espiritual, puesto que abarca al  hombre en toda su vida y según todas sus responsabilidades. Aunque sean  seculares, éstas tienen como sujeto al hombre, es decir, a aquel que Dios llama,  mediante la Iglesia, a participar de su don salvífico.

Al  don de la salvación, el hombre debe corresponder no sólo con una adhesión  parcial, abstracta o de palabra, sino con toda su vida, según todas las  relaciones que la connotan, en modo de no abandonar nada a un ámbito profano y  mundano, irrelevante o extraño a la salvación. Por esto la doctrina social no es  para la Iglesia un privilegio, una digresión, una ventaja o una injerencia: es su derecho a evangelizar el ámbito social, es decir, a hacer resonar la  palabra liberadora del Evangelio en el complejo mundo de la producción, del  trabajo, de la empresa, de la finanza, del comercio, de la política, de la  jurisprudencia, de la cultura, de las comunicaciones sociales, en el que el  hombre vive (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 70).

 

Jesús apacigua una tempestad (Lucas 8, 22-25)

22Un día, subió Jesús a una barca, junto con sus discípulos, y les dijo:

- Vamos a la otra orilla.

Y se adentraron en el lago.

23Mientras navegaban, Jesús se quedó dormido. De pronto, una tormenta huracanada se desencadenó sobre el lago. Como la barca se llenaba de agua y corrían grave peligro,

24los discípulos se acercaron a Jesús y lo despertaron, diciendo:

- ¡Maestro, Maestro, que estamos a punto de perecer!

Entonces Jesús, incorporándose, increpó al viento y al oleaje; estos se apaciguaron en seguida y el lago quedó en calma.

25Después dijo Jesús a los discípulos:

- ¿Dónde está vuestra fe?

Pero ellos, llenos de miedo y asombro, se preguntaban unos a otros:

- ¿Quién es este, que da órdenes a los vientos y al agua y lo obedecen?

Clave de lectura desde la doctrina social de la Iglesia

La salvación definitiva que  Dios ofrece a toda la humanidad por medio de su propio Hijo, no se realiza fuera  de este mundo. Aun herido por el pecado, el mundo está destinado a conocer una  purificación radical (cf. 2 P 3,10) de la que  saldrá renovado (cf. Is 65,17; 66,22; Ap 21,1), convirtiéndose por  fin en el lugar donde establemente « habite la justicia » (2 P 3,13).

En su ministerio público, Jesús valora los elementos naturales.  De la naturaleza, Él es, no sólo su intérprete sabio en las imágenes y en las  parábolas que ama ofrecer, sino también su dominador (cf. el episodio de la  tempestad calmada en Mt 14,22-33; Mc 6,45-52; Lc 8,22-25; Jn 6,16-21): el Señor pone la naturaleza al servicio de su designio  redentor. A sus discípulos les pide mirar las cosas, las estaciones y los  hombres con la confianza de los hijos que saben no serán abandonados por el  Padre providente (cf. Lc 11,11-13). En cambio de hacerse esclavo de  las cosas, el discípulo de Cristo debe saber servirse de ellas para compartir y  crear fraternidad (cf. Lc 16,9-13) (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 453).

 

Los setenta y dos enviados (Lucas 10, 1-12)

1Después de esto, el Señor escogió también a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos delante de él a todos los pueblos y lugares a donde él pensaba ir.

2Les dijo:

- La mies es mucha, pero son pocos los obreros. Por eso, pedidle al dueño de la mies que mande obreros a su mies.

3¡Poneos en marcha! Yo os envío como corderos en medio de lobos.

4No llevéis monedero, zurrón, ni calzado; y no os detengáis tampoco a saludar a nadie en el camino.

5Cuando entréis en alguna casa, decid primero: "Paz a esta casa".

6Si los que viven allí son gente de paz, la paz de vuestro saludo quedará con ellos; si no lo son, la paz se volverá a vosotros.

7Quedaos en la misma casa, comiendo y bebiendo de lo que tengan, porque el que trabaja tiene derecho a su salario. No vayáis de casa en casa.

8Cuando lleguéis a un pueblo donde se os reciba con agrado, comed lo que os ofrezcan.

9Curad a los enfermos que haya en él y anunciad: "El reino de Dios está cerca de vosotros".

10Pero si entráis en un pueblo donde se nieguen a recibiros, recorred sus calles diciendo:

11"¡Hasta el polvo de vuestro pueblo, que se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudimos contra vosotros! Sin embargo, sabed que el reino de Dios ya está cerca".

12Os digo que, en el día del juicio, los habitantes de Sodoma serán tratados con más clemencia que los de ese pueblo.

Clave de lectura desde la doctrina social de la Iglesia

La paz de Cristo es, ante  todo, la reconciliación con el Padre, que se realiza mediante la misión  apostólica confiada por Jesús a sus discípulos y que comienza con un anuncio de  paz: « En la casa en que entréis, decid primero: "Paz  a esta casa" » (Lc 10,5-6; cf. Rm 1,7). La paz es además  reconciliación con los hermanos, porque Jesús, en la oración que nos enseñó,  el « Padre nuestro », asocia el perdón pedido a Dios con el que damos a los  hermanos: « Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a  nuestros deudores » (Mt 6,12). Con esta doble reconciliación, el  cristiano puede convertirse en artífice de paz y, por tanto, partícipe del Reino  de Dios, según lo que Jesús mismo proclama: « Bienaventurados los que trabajan  por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios » (Mt 5,9) (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 492).

El mandamiento más importante (Lucas 10, 25-28)

25Por entonces, un doctor de la ley, queriendo poner a prueba a Jesús, le hizo esta pregunta:

- Maestro, ¿qué he de hacer para alcanzar la vida eterna?

26Jesús le contestó:

- ¿Qué está escrito en la ley de Moisés? ¿Qué lees allí?

27Él respondió:

- Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu inteligencia; y a tu prójimo como a ti mismo.

28Jesús le dijo:

- Has respondido correctamente. Haz eso y vivirás.

Clave de lectura desde la doctrina social de la Iglesia

El hombre y la mujer están en  relación con los demás ante todo como custodios de sus vidas:  « a todos y a cada uno reclamaré el alma humana » (Gn 9,5), confirma Dios a Noé después del diluvio. Desde esta perspectiva, la  relación con Dios exige que se considere la vida del hombre sagrada e  inviolable. El quinto mandamiento: « No matarás » (Ex 20,13; Dt 5,17) tiene valor porque sólo Dios es Señor de la vida y de la  muerte. El respeto debido a la inviolabilidad y a la integridad de  la vida física tiene su culmen en el mandamiento positivo: « Amarás a tu prójimo  como a ti mismo » (Lv 19,18), con el cual Jesucristo obliga a hacerse  cargo del prójimo (cf. Mt 22,37-40; Mc 12,29-31; Lc 10,27-28) (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 112).

Jesús visita a Marta y María (Lucas 10, 38-42)

38Mientras seguían el camino, Jesús entró en una aldea, donde una mujer llamada Marta le dio alojamiento.

39Marta tenía una hermana llamada María, la cual, sentada a los pies del Señor, escuchaba sus palabras.

40Marta, en cambio, andaba atareada con los quehaceres domésticos, por lo que se acercó a Jesús y le dijo:

- Señor, ¿te parece bien que mi hermana me deje sola con todo el trabajo de la casa? Por favor, dile que me ayude.

41El Señor le contestó:

- Marta, Marta, andas angustiada y preocupada por muchas cosas.

42Sin embargo, una sola es necesaria. María ha elegido la mejor parte y nadie se la arrebatará.

Clave de lectura desde la doctrina social de la Iglesia

En su predicación, Jesús  enseña a los hombres a no dejarse dominar por el trabajo. Deben, ante todo,  preocuparse por su alma; ganar el mundo entero no es el objetivo de su vida  (cf. Mc 8,36). Los tesoros de la tierra se  consumen, mientras los del cielo son imperecederos: a estos debe apegar el  hombre su corazón (cf. Mt 6,19-21). El trabajo no debe afanar (cf. Mt 6,25.31.34): el hombre preocupado y agitado por muchas cosas, corre el peligro  de descuidar el Reino de Dios y su justicia (cf. Mt 6,33), del que tiene  verdadera necesidad; todo lo demás, incluido el trabajo, encuentra su lugar, su  sentido y su valor, sólo si está orientado a la única cosa necesaria, que no se  le arrebatará jamás (cf. Lc 10,40-42) (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 260).

Sobre la oración (Lucas 11, 1-13)

1Una vez estaba Jesús orando en cierto lugar. Cuando terminó de orar, uno de los discípulos le dijo:

- Señor, enséñanos a orar, al igual que Juan enseñaba a sus discípulos.

2Jesús les dijo:

- Cuando oréis, decid:

 

Padre, santificado sea tu nombre.

Venga tu reino.

3Danos cada día el pan que necesitamos.

4Perdónanos nuestros pecados,

como también nosotros perdonamos

a quienes nos hacen mal.

Y no permitas que nos apartemos de ti.

 

5Luego les dijo:

- Suponed que uno de vosotros va a medianoche a casa de un amigo y le dice: "Amigo, préstame tres panes,

6porque otro amigo mío que está de viaje acaba de llegar a mi casa, y no tengo nada que ofrecerle".

7Suponed también que el otro, desde dentro, contesta: "Por favor, no me molestes ahora. Ya tengo la puerta cerrada y mis hijos y yo estamos acostados. ¡Cómo me voy a levantar para dártelos!".

8Pues bien, os digo que, aunque no se levante a darle los panes por razón de su amistad, al menos para evitar que lo siga molestando, se levantará y le dará todo lo que necesite.

9Por eso os digo: Pedid y Dios os atenderá, buscad y encontraréis; llamad y Dios os abrirá la puerta.

10Porque todo el que pide, recibe; y el que busca, encuentra, y al que llama, Dios le abrirá la puerta.

11¿Qué padre entre vosotros, si su hijo le pide pescado, le dará una serpiente?

12¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión?

13Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuanto más el Padre que está en el cielo dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan?

Clave de lectura desde la doctrina social de la Iglesia

La salvación definitiva que  Dios ofrece a toda la humanidad por medio de su propio Hijo, no se realiza fuera  de este mundo. Aun herido por el pecado, el mundo está destinado a conocer una  purificación radical (cf. 2 P 3,10) de la que  saldrá renovado (cf. Is 65,17; 66,22; Ap 21,1), convirtiéndose por  fin en el lugar donde establemente « habite la justicia » (2 P 3,13).

En su ministerio público, Jesús valora los elementos naturales.  De la naturaleza, Él es, no sólo su intérprete sabio en las imágenes y en las  parábolas que ama ofrecer, sino también su dominador (cf. el episodio de la  tempestad calmada en Mt 14,22-33; Mc 6,45-52; Lc 8,22-25; Jn 6,16-21): el Señor pone la naturaleza al servicio de su designio  redentor. A sus discípulos les pide mirar las cosas, las estaciones y los  hombres con la confianza de los hijos que saben no serán abandonados por el  Padre providente (cf. Lc 11,11-13). En cambio de hacerse esclavo de  las cosas, el discípulo de Cristo debe saber servirse de ellas para compartir y  crear fraternidad (cf. Lc 16,9-13) (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 453).

 

Parábola del rico estúpido (Lucas 12, 13-21)

13Uno que estaba entre la gente dijo a Jesús:

- Maestro, dile a mi hermano que reparta la herencia conmigo.

14Jesús le contestó:

- Amigo, ¿quién me ha puesto por juez o repartidor de herencias entre vosotros?

15Y, dirigiéndose a los demás, añadió:

- Procurad evitar toda clase de avaricia, porque la vida de uno no depende de la abundancia de sus riquezas.

16Y les contó esta parábola:

- Una vez, un hombre rico obtuvo una gran cosecha de sus campos.

17Así que pensó: "¿Qué haré ahora? ¡No tengo lugar bastante grande donde guardar la cosecha!

18¡Ya sé qué haré! Derribaré los graneros y haré otros más grandes donde pueda meter todo el trigo junto con todos mis bienes.

19Luego podré decirme: tienes riquezas acumuladas para muchos años; descansa, pues, come, bebe y diviértete".

20Pero Dios le dijo: "¡Estúpido! Vas a morir esta misma noche. ¿A quién le aprovechará todo eso que has almacenado?".

21Esto le sucederá al que acumula riquezas pensando sólo en sí mismo, pero no se hace rico a los ojos de Dios.

Clave de lectura desde la doctrina social de la Iglesia

A la luz de la Revelación, la  actividad económica ha de considerarse y ejercerse como una respuesta agradecida  a la vocación que Dios reserva a cada hombre. Éste ha  sido colocado en el jardín para cultivarlo y custodiarlo, usándolo según unos  limites bien precisos (cf. Gn 2,16-17), con el compromiso de  perfeccionarlo (cf. Gn 1,26-30; 2,15-16; Sb 9,2-3). Al hacerse  testigo de la grandeza y de la bondad del Creador, el hombre camina hacia la  plenitud de la libertad a la que Dios lo llama. Una buena administración de los  dones recibidos, incluidos los dones materiales, es una obra de justicia hacia  sí mismo y hacia los demás hombres: lo que se recibe ha de ser bien usado,  conservado, multiplicado, como enseña la parábola de los talentos (cf. Mt 25,14-31; Lc 19,12-27).

La actividad económica y el progreso material deben ponerse al  servicio del hombre y de la sociedad: dedicándose a  ellos con la fe, la esperanza y la caridad de los discípulos de Cristo, la  economía y el progreso pueden transformarse en lugares de salvación y de  santificación. También en estos ámbitos es posible expresar un amor y una  solidaridad más que humanos y contribuir al crecimiento de una humanidad nueva,  que prefigure el mundo de los últimos tiempos. Jesús sintetiza  toda la Revelación pidiendo al creyente enriquecerse delante de Dios (cf. Lc 12,21): y la economía es útil a este fin, cuando no traiciona su  función de instrumento para el crecimiento integral del hombre y de las  sociedades, de la calidad humana de la vida (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 326).

 

Jesús cura a una mujer en sábado (Lucas 13, 10-17)

10Un sábado estaba Jesús enseñando en la sinagoga.

11Había allí una mujer a la que un espíritu maligno tenía enferma desde hacía dieciocho años. Se había quedado encorvada y era absolutamente incapaz de enderezarse.

12Cuando Jesús la vio, la llamó y le dijo:

- Mujer, quedas libre de tu enfermedad.

13Y puso las manos sobre ella. En el mismo instante, la mujer se enderezó y comenzó a alabar a Dios.

14El jefe de la sinagoga, irritado porque Jesús había hecho una curación en sábado, dijo a todos los presentes:

- Seis días hay para trabajar. Venid uno de esos días a que os curen y no precisamente el sábado.

15Pero el Señor le respondió:

- ¡Hipócritas! ¿Quién de vosotros no desata su buey o su asno del pesebre y los lleva a beber aunque sea sábado?

16Pues esta mujer, que es descendiente de Abrahán*, a la que Satanás tenía atada desde hace dieciocho años, ¿acaso no debía ser liberada de sus ataduras incluso en sábado?

17Al decir Jesús esto, todos sus adversarios quedaron avergonzados. Por su parte, el pueblo se alegraba de las obras prodigiosas que él hacía.

Clave de lectura desde la doctrina social de la Iglesia

Durante su ministerio terreno,  Jesús trabaja incansablemente, realizando obras poderosas para liberar al hombre  de la enfermedad, del sufrimiento y de la muerte. El  sábado, que el Antiguo Testamento había puesto como día de liberación y que,  observado sólo formalmente, se había vaciado de su significado auténtico, es  reafirmado por Jesús en su valor originario: « ¡El sábado ha sido instituido  para el hombre y no el hombre para el sábado! » (Mc 2,27). Con las  curaciones, realizadas en este día de descanso (cf. Mt 12,9-14; Mc 3,1-6; Lc 6,6-11; 13,10-17; 14,1-6), Jesús quiere demostrar que es Señor  del sábado, porque Él es verdaderamente el Hijo de Dios, y que es el día en que  el hombre debe dedicarse a Dios y a los demás. Liberar del mal, practicar la  fraternidad y compartir, significa conferir al trabajo su significado más noble,  es decir, lo que permite a la humanidad encaminarse hacia el Sábado eterno, en  el cual, el descanso se transforma en la fiesta a la que el hombre aspira  interiormente. Precisamente, en la medida en que orienta la humanidad a la  experiencia del sábado de Dios y de su vida de comunión, el trabajo inaugura  sobre la tierra la nueva creación (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 261).

De nuevo Jesús cura en sábado (Lucas 14, 1-6)

1Sucedió que un sábado Jesús fue a comer a casa de uno de los jefe de los fariseos. Ellos, que lo estaban espiando,

2le colocaron delante un hombre enfermo de hidropesía.

3Jesús, entonces, preguntó a los doctores de la ley y a los fariseos:

- ¿Está o no está permitido curar en sábado?

4Pero ellos no contestaron. Así que Jesús tomó de la mano al enfermo, lo curó y lo despidió.

5Luego les dijo:

- Si a uno de vosotros se le cae el hijo o un buey en un pozo, ¿no correrá a sacarlo aunque sea en sábado?

6A esto no pudieron contestar nada.

Clave de lectura desde la doctrina social de la Iglesia

Durante su ministerio terreno,  Jesús trabaja incansablemente, realizando obras poderosas para liberar al hombre  de la enfermedad, del sufrimiento y de la muerte. El  sábado, que el Antiguo Testamento había puesto como día de liberación y que,  observado sólo formalmente, se había vaciado de su significado auténtico, es  reafirmado por Jesús en su valor originario: « ¡El sábado ha sido instituido  para el hombre y no el hombre para el sábado! » (Mc 2,27). Con las  curaciones, realizadas en este día de descanso (cf. Mt 12,9-14; Mc 3,1-6; Lc 6,6-11; 13,10-17; 14,1-6), Jesús quiere demostrar que es Señor  del sábado, porque Él es verdaderamente el Hijo de Dios, y que es el día en que  el hombre debe dedicarse a Dios y a los demás. Liberar del mal, practicar la  fraternidad y compartir, significa conferir al trabajo su significado más noble,  es decir, lo que permite a la humanidad encaminarse hacia el Sábado eterno, en  el cual, el descanso se transforma en la fiesta a la que el hombre aspira  interiormente. Precisamente, en la medida en que orienta la humanidad a la  experiencia del sábado de Dios y de su vida de comunión, el trabajo inaugura  sobre la tierra la nueva creación (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 261).

Parábola del administrador astuto (Lucas 16, 1-12)

1Dijo también Jesús a los discípulos:

- Un hombre rico tenía un administrador que fue acusado ante su amo de malversar sus bienes.

2El amo lo llamó y le dijo: "¿Qué es esto que me dicen de ti? Preséntame las cuentas de tu administración, porque desde ahora quedas despedido de tu cargo".

3El administrador se puso a pensar: "¿Qué voy a hacer ahora? Mi amo me quita la administración, y yo para cavar no tengo fuerzas, y pedir limosna me da vergüenza.

4¡Ya sé qué voy a hacer para que, cuando deje el cargo, no falte quien me reciba en su casa!".

5Comenzó entonces a llamar, uno por uno, a los deudores de su amo. Al primero le preguntó: "¿Cuánto debes a mi amo?".

6Le contestó: "Cien barriles de aceite". El administrador le dijo: "Pues mira, toma tus recibos y apunta sólo cincuenta".

7Al siguiente le preguntó: "¿Tú cuánto le debes?". Le contestó: "Cien sacos de trigo". Le dijo el administrador: "Pues mira, toma tus recibos y apunta sólo ochenta".

8Y el amo elogió la astucia de aquel administrador corrupto porque, en efecto, los que pertenecen a este mundo son más sagaces en sus negocios que los que pertenecen a la luz.

9Por eso, os aconsejo que os ganéis amigos utilizando las riquezas de este mundo. Así, cuando llegue el día de dejarlas, habrá quien os reciba en la mansión eterna.

10El que es fiel en lo poco, también será fiel en lo mucho; y el que no es fiel en lo poco, tampoco lo será en lo mucho.

11De modo que si no sois fieles con las riquezas de este mundo, ¿quién os confiará la verdadera riqueza?

12Y si no sois fieles con lo ajeno, ¿quién os dará lo que os pertenece?

Clave de lectura desde la doctrina social de la Iglesia

De la propiedad deriva para el  sujeto poseedor, sea éste un individuo o una comunidad, una serie de ventajas  objetivas: mejores condiciones de vida, seguridad  para el futuro, mayores oportunidades de elección. De la propiedad, por otro  lado, puede proceder también una serie de promesas ilusorias y tentadoras. El hombre o la sociedad que llegan al punto de absolutizar el derecho de  propiedad, terminan por experimentar la esclavitud más radical. Ninguna posesión,  en efecto, puede ser considerada indiferente por el influjo que ejerce, tanto  sobre los individuos, como sobre las instituciones; el poseedor que incautamente  idolatra sus bienes (cf. Mt 6,24; 19,21-26; Lc 16,13) resulta, más  que nunca, poseído y subyugado por ellos. Sólo reconociéndoles la  dependencia de Dios creador y, consecuentemente, orientándolos al bien común, es  posible conferir a los bienes materiales la función de instrumentos útiles para  el crecimiento de los hombres y de los pueblos (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 181).

La venida del reino de Dios (Lucas 17, 20-37)

20Los fariseos preguntaron a Jesús:

- ¿Cuándo vendrá el reino de Dios?

Jesús les contestó:

- El reino de Dios no vendrá a la vista de todos.

21No se podrá decir: "Está aquí" o "Está allí". En realidad, el reino de Dios ya está entre vosotros.

22Dijo también Jesús a sus discípulos:

- Tiempo vendrá en que desearéis ver siquiera uno de los días del Hijo del hombre, pero no lo veréis.

23Entonces os dirán: "Mirad, está aquí", o bien, "Está allí"; pero no vayáis ni hagáis caso de ellos,

24porque el Hijo del hombre, en el día de su venida, será como un relámpago que ilumina el cielo de un extremo a otro.

25Pero antes tiene que sufrir mucho y ser rechazado por esta gente de hoy.

26El tiempo de la venida del Hijo del hombre puede compararse a lo que sucedió en tiempos de Noé:

27hasta el momento mismo en que Noé entró en el arca, todo el mundo comía, bebía y se casaba. Pero vino el diluvio y acabó con todos.

28Lo mismo sucedió en tiempos de Lot: todos comían, bebían, compraban, vendían, sembraban y construían casas.

29Pero el día en que Lot salió de Sodoma, llovió del cielo fuego y azufre y acabó con todos.

30Así será el día en que se manifieste el Hijo del hombre.

31El que entonces esté en la azotea y tenga sus cosas dentro de la casa, no baje a recogerlas; y el que esté en el campo, no vuelva tampoco a su casa.

32¡Acordaos de la mujer de Lot!

33El que pretenda salvar su vida, la perderá; en cambio, el que la pierda, ese la recobrará.

34Os digo que en aquella noche estarán dos acostados en la misma cama: a uno se lo llevarán y dejarán al otro.

35Dos mujeres estarán moliendo juntas: a una se la llevarán y dejarán a la otra.

36[Dos hombres estarán trabajando en el campo: a uno se lo llevarán y dejarán al otro].

37Al oír esto, preguntaron a Jesús:

- ¿Dónde sucederá eso, Señor?

Él les contestó:

- ¡Donde esté el cuerpo, allí se juntarán los buitres!

Clave de lectura desde la doctrina social de la Iglesia

La revelación en Cristo del  misterio de Dios como Amor trinitario está unida a la revelación de la vocación  de la persona humana al amor. Esta revelación ilumina la dignidad y la libertad  personal del hombre y de la mujer y la intrínseca sociabilidad humana en toda su  profundidad: « Ser persona a imagen y semejanza de  Dios comporta... existir en relación al otro "yo" », porque Dios  mismo, uno y trino, es comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

En la comunión de amor que es Dios, en la que las tres Personas  divinas se aman recíprocamente y son el Único Dios, la persona humana está  llamada a descubrir el origen y la meta de su existencia y de la historia.  Los Padres Conciliares, en la Constitución pastoral «Gaudium et spes», enseñan que « el Señor, cuando ruega al Padre que todos sean uno, como  nosotros también somos uno (Jn 17, 21-22), abriendo perspectivas  cerradas a la razón humana, sugiere una cierta semejanza entre la unión de las  personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y en la caridad.  Esta semejanza demuestra que el hombre, única criatura terrestre a la que Dios  ha amado por sí mismo, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la  entrega sincera de sí mismo a los demás (cf. Lc 17,33) » (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 34).

 

Parábola del capital y los intereses (Lucas 19, 11-28)

11Estaba la gente escuchando a Jesús y les contó otra parábola, pues se hallaba cerca de Jerusalén y ellos creían que el reino de Dios estaba a punto de manifestarse.

12Así que les dijo:

- Un hombre de familia noble se fue a un país lejano para recibir la investidura real y regresar después.

13Antes de partir, llamó a diez criados suyos y a cada uno le entregó una cantidad de dinero, diciéndoles: "Negociad con este dinero en tanto que yo regreso".

14Pero como sus conciudadanos lo odiaban, a espaldas suyas enviaron una delegación con este mensaje: "No queremos que ese reine sobre nosotros".

15Sin embargo, él recibió la investidura real. A su regreso mandó llamar a los criados a quienes había entregado el dinero, para saber cómo habían negociado con él.

16Se presentó, pues, el primero de ellos y dijo: "Señor, tu capital ha producido diez veces más".

17El rey le contestó: "Está muy bien. Has sido un buen administrador. Y porque has sido fiel en lo poco, yo te encomiendo el gobierno de diez ciudades".

18Después se presentó el segundo criado y dijo: "Señor, tu capital ha producido cinco veces más".

19También a este le contestó el rey: "Igualmente a ti te encomiendo el gobierno de cinco ciudades".

20Pero luego se presentó otro criado, diciendo: "Señor, aquí tienes tu dinero. Lo he guardado bien envuelto en un pañuelo

21por miedo a ti, pues sé que eres un hombre duro, que pretendes tomar lo que no depositaste y cosechar lo que no sembraste".

22El rey le contestó: "Eres un mal administrador, y por tus propias palabras te condeno. Si sabías que yo soy un hombre duro, que pretendo tomar lo que no he depositado y cosechar lo que no he sembrado,

23¿por qué no llevaste mi dinero al banco? Así, a mi regreso, yo lo habría recibido junto con los intereses".

24Y, dirigiéndose a los presentes, mandó: "Quitadle a este su capital y dádselo al que tiene diez veces más".

25Ellos le dijeron: "Señor, ¡pero si ya tiene diez veces más!".

26"Es cierto -asintió el rey-, pero yo os digo que a todo el que tiene, se le dará más. En cambio, al que no tiene, hasta lo poco que tenga se le quitará.

27En cuanto a mis enemigos, los que no querían que yo reinase sobre ellos, traedlos aquí y matadlos en mi presencia".

28Después de haber dicho esto, Jesús siguió su camino subiendo hacia Jerusalén.

Clave de lectura desde la doctrina social de la Iglesia

A la luz de la Revelación, la  actividad económica ha de considerarse y ejercerse como una respuesta agradecida  a la vocación que Dios reserva a cada hombre. Éste ha  sido colocado en el jardín para cultivarlo y custodiarlo, usándolo según unos  limites bien precisos (cf. Gn 2,16-17), con el compromiso de  perfeccionarlo (cf. Gn 1,26-30; 2,15-16; Sb 9,2-3). Al hacerse  testigo de la grandeza y de la bondad del Creador, el hombre camina hacia la  plenitud de la libertad a la que Dios lo llama. Una buena administración de los  dones recibidos, incluidos los dones materiales, es una obra de justicia hacia  sí mismo y hacia los demás hombres: lo que se recibe ha de ser bien usado,  conservado, multiplicado, como enseña la parábola de los talentos (cf. Mt 25,14-31; Lc 19,12-27).

La actividad económica y el progreso material deben ponerse al  servicio del hombre y de la sociedad: dedicándose a  ellos con la fe, la esperanza y la caridad de los discípulos de Cristo, la  economía y el progreso pueden transformarse en lugares de salvación y de  santificación. También en estos ámbitos es posible expresar un amor y una  solidaridad más que humanos y contribuir al crecimiento de una humanidad nueva,  que prefigure el mundo de los últimos tiempos. Jesús sintetiza  toda la Revelación pidiendo al creyente enriquecerse delante de Dios (cf. Lc 12,21): y la economía es útil a este fin, cuando no traiciona su  función de instrumento para el crecimiento integral del hombre y de las  sociedades, de la calidad humana de la vida (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 326).

 

La cuestión del tributo al emperador (Lucas 20, 20-26)

20Así que, siempre al acecho, enviaron unos espías que, bajo la apariencia de gente de bien, pillaran a Jesús en alguna palabra inconveniente que les diera la ocasión de entregarlo al poder y a la autoridad del gobernador romano.

21Le preguntaron, pues:

- Maestro, sabemos que todo lo que dices y enseñas es correcto y que no juzgas a nadie por las apariencias, sino que enseñas con toda verdad a vivir como Dios quiere.

22Así pues, ¿estamos o no estamos nosotros, los judíos, obligados a pagar tributo al emperador romano?

23Jesús, dándose cuenta de la mala intención que había en ellos, les contestó:

24- Mostradme un denario. ¿De quién es esta efigie y esta inscripción?

25Le contestaron:

- Del emperador.

Entonces Jesús dijo:

- Pues dad al emperador lo que es del emperador, y a Dios lo que es de Dios.

26Y no consiguieron pillar a Jesús en palabra alguna inconveniente delante del pueblo. Al contrario, estupefactos ante la respuesta de Jesús, tuvieron que callarse.

Clave de lectura desde la doctrina social de la Iglesia

Jesús rechaza el poder  opresivo y despótico de los jefes sobre las Naciones (cf. Mc 10,42) y su pretensión de hacerse llamar benefactores (cf. Lc 22,25), pero jamás rechaza directamente las autoridades de su tiempo. En la diatriba sobre el pago del tributo al César (cf. Mc 12,13-17; Mt 22,15-22; Lc 20,20-26), afirma que es necesario dar a Dios lo que es de  Dios, condenando implícitamente cualquier intento de divinizar y de absolutizar  el poder temporal: sólo Dios puede exigir todo del hombre. Al mismo tiempo, el  poder temporal tiene derecho a aquello que le es debido: Jesús no considera  injusto el tributo al César.

Jesús, el Mesías prometido, ha combatido y derrotado la  tentación de un mesianismo político, caracterizado por el dominio sobre las  Naciones (cf. Mt 4,8-11; Lc 4,5-8). Él  es el Hijo del hombre que ha venido « a servir y a dar su vida » (Mc 10,45; cf. Mt 20,24-28; Lc 22,24-27). A los discípulos que  discuten sobre quién es el más grande, el Señor les enseña a hacerse los últimos  y a servir a todos (cf. Mc 9,33-35), señalando a los hijos de Zebedeo,  Santiago y Juan, que ambicionan sentarse a su derecha, el camino de la cruz (cf. Mc 10,35-40; Mt 20,20-23) (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 379).

 

Grandeza del servicio cristiano (Lucas 22, 24-30)

24Surgió también una disputa entre los apóstoles acerca de cuál de ellos era el más importante.

25Jesús entonces les dijo:

- Los reyes someten las naciones a su dominio, y los que ejercen poder sobre ellas se hacen llamar bienhechores.

26Pero entre vosotros no debe ser así. Antes bien, el más importante entre vosotros debe ser como el más pequeño, y el que dirige debe ser como el que sirve.

27Pues ¿quién es más importante, el que se sienta a la mesa o el que sirve? ¿No es, acaso, el que se sienta a la mesa? Sin embargo, yo estoy entre vosotros como el que sirve.

28Pero vosotros sois los que habéis permanecido a mi lado en mis pruebas.

29Por eso, yo quiero asignaros un reino, como mi Padre me lo asignó a mí,

30para que comáis y bebáis en la mesa de mi reino, y os sentéis en tronos para juzgar a las doce tribus de Israel.

Clave de lectura desde la doctrina social de la Iglesia

Las nuevas relaciones de  interdependencia entre hombres y pueblos, que son, de hecho, formas de  solidaridad, deben transformarse en relaciones que tiendan hacia una verdadera y  propia solidaridad ético-social, que es la exigencia  moral ínsita en todas las relaciones humanas. La solidaridad se presenta, por  tanto, bajo dos aspectos complementarios: como principio social 415 y como virtud moral.416

La solidaridad debe captarse, ante todo, en su valor de  principio social ordenador de las instituciones,  según el cual las « estructuras de pecado »,417 que dominan  las relaciones entre las personas y los pueblos, deben ser superadas y  transformadas en estructuras de solidaridad, mediante la creación o la  oportuna modificación de leyes, reglas de mercado, ordenamientos.

La solidaridad es también una verdadera y propia virtud moral,  no « un sentimiento superficial por los males de tantas personas, cercanas o  lejanas. Al contrario, es la determinación firme y perseverante de  empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno,  para que todos seamos verdaderamente responsables de todos ».418 La solidaridad se eleva al rango de virtud social fundamental, ya que se  coloca en la dimensión de la justicia, virtud orientada por excelencia al bien común, y en « la entrega por el bien del prójimo, que está dispuesto a  "perderse", en sentido evangélico, por el otro en lugar de explotarlo, y a "servirlo"  en lugar de oprimirlo para el propio provecho (cf. Mt 10,40-42; 20, 25; Mc 10,42-45; Lc 22,25-27) » (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 193).

 

Jesús se aparece a los discípulos (Lucas 24, 36-49)

36Todavía estaban hablando de estas cosas, cuando Jesús se puso en medio de ellos y les dijo:

- ¡La paz sea con vosotros!

37Sorprendidos y muy asustados, creían estar viendo un fantasma.

38Pero Jesús les dijo:

- ¿Por qué os asustáis y por qué dudáis tanto en vuestro interior?

39Mirad mis manos y mis pies: soy yo mismo. Tocadme y miradme. Los fantasmas no tienen carne ni huesos, como veis que yo tengo.

40Al decir esto, les mostró las manos y los pies.

41Pero aunque estaban llenos de alegría, no se lo acababan de creer a causa del asombro. Así que Jesús les preguntó:

- ¿Tenéis aquí algo de comer?

42Le ofrecieron un trozo de pescado asado,

43que él tomó y comió en presencia de todos.

44Luego les dijo:

- Cuando aún estaba con vosotros, ya os advertí que tenía que cumplirse todo lo que está escrito acerca de mí en la ley de Moisés, en los libros de los profetas y en los salmos.

45Entonces abrió su mente para que comprendieran el sentido de las Escrituras.

46Y añadió:

- Estaba escrito que el Mesías tenía que morir y que resucitaría al tercer día;

47y también que en su nombre se ha de proclamar a todas las naciones, comenzando desde Jerusalén, un mensaje de conversión y de perdón de los pecados.

48Vosotros sois testigos de todas estas cosas.

49Mirad, yo voy a enviaros el don prometido por mi Padre. Quedaos aquí, en Jerusalén, hasta que recibáis la fuerza que viene de Dios.

Clave de lectura desde la doctrina social de la Iglesia

La promesa de paz, que recorre  todo el Antiguo Testamento, halla su cumplimiento en la Persona de Jesús.  La paz es el bien mesiánico por excelencia, que engloba todos los demás bienes  salvíficos. La palabra hebrea « shalom », en el sentido etimológico de « entereza », expresa el concepto de « paz » en la plenitud de su  significado (cf. Is 9,5s.; Mi 5,1-4). El reino del Mesías es  precisamente el reino de la paz (cf. Jb 25,2; Sal 29,11; 37,11;  72,3.7; 85,9.11; 119,165; 125,5; 128,6; 147,14; Ct 8,10; Is 26,3.12; 32,17s; 52,7; 54,10; 57,19; 60,17; 66,12; Ag 2,9; Zc 9,10 et alibi). Jesús « es nuestra paz » (Ef 2,14), Él ha derribado el  muro de la enemistad entre los hombres, reconciliándoles con Dios (cf. Ef 2,14-16). De este modo, San Pablo, con eficaz sencillez, indica la razón  fundamental que impulsa a los cristianos hacia una vida y una misión de paz.

La  vigilia de su muerte, Jesús habla de su relación de amor con el Padre y de la  fuerza unificadora que este amor irradia sobre sus discípulos; es un discurso de  despedida que muestra el sentido profundo de su vida y que puede considerarse  una síntesis de toda su enseñanza. El don de la paz sella su testamento  espiritual: « Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo »  (Jn 14,27). Las palabras del Resucitado no suenan diferentes; cada vez  que se encuentra con sus discípulos, estos reciben de Él su saludo y el don de  la paz: « La paz con vosotros » (Lc 24,36; Jn 20,19.21.26) (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 491).