Génesis

Primer relato de la creación (1,1-1,31)

1Cuando Dios, en el principio, creó los cielos y la tierra,

2la tierra era una masa caótica y las tinieblas cubrían el abismo, mientras un viento impetuoso sacudía la superficie de las aguas.

3Entonces dijo Dios:

- ¡Que exista la luz!

Y la luz existió.

4Al ver Dios que la luz era buena, la separó de las tinieblas,

5llamando a la luz "día" y a las tinieblas, "noche". Vino la noche, llegó la mañana: ese fue el primer día.

6Y dijo Dios:

- ¡Que exista el firmamento y separe unas aguas de otras!

7Y así sucedió. Hizo Dios el firmamento y separó las aguas que están abajo, de las aguas que están arriba.

8Y Dios llamó "cielo" al firmamento. Vino la noche, llegó la mañana: ese fue el segundo día.

9Y dijo Dios:

- ¡Que las aguas debajo del cielo se reúnan en un solo lugar, para que aparezca lo seco!

Y así sucedió.

10Dios llamó "tierra" a lo seco y al conjunto de aguas lo llamó "mar". Y vio Dios que esto era bueno.

11Y dijo Dios:

- ¡Que la tierra se cubra de vegetación; que esta produzca plantas con semilla, y árboles que den fruto con semilla, cada uno según su especie!

Y así sucedió.

12Brotó de la tierra vegetación: plantas con semilla y árboles con su fruto y su semilla, todos según su especie. Y vio Dios que esto era bueno.

13Vino la noche, llegó la mañana: ese fue el tercer día.

14Y dijo Dios:

- ¡Que haya lumbreras en el firmamento para separar el día de la noche, para distinguir las estaciones, y señalar los días y los años;

15para que luzcan en el firmamento y así alumbrar la tierra!

Y sucedió así.

16Hizo Dios los dos grandes astros: el astro mayor para regir el día, y el menor para regir la noche. También hizo las estrellas.

17Dios puso en el firmamento astros que alumbraran la tierra:

18los hizo para regir el día y la noche, para separar la luz de las tinieblas. Y vio Dios que esto era bueno.

19Vino la noche, llegó la mañana: ese fue el cuarto día.

20Y dijo Dios:

- ¡Rebosen las aguas de seres vivos, y que las aves vuelen sobre la tierra a lo ancho de todo el firmamento!

21Y creó Dios los grandes animales marinos, y todos los seres vivientes que se mueven y pululan en las aguas; y creó también todas las aves,

todas según su especie. Vio Dios que esto era bueno,

22y los bendijo con estas palabras:

"Sed fecundos y multiplicaos; llenad las aguas de los mares y que igualmente las aves se multipliquen sobre la tierra".

23Vino la noche, llegó la mañana: ese fue el quinto día.

24Y dijo Dios:

- Que produzca la tierra seres vivientes: animales domésticos, reptiles y animales salvajes, todos por especies.

Y sucedió así.

25Dios hizo los animales salvajes, los animales domésticos y todos los reptiles del campo, cada uno según su especie. Vio Dios que esto era bueno.

26Dijo entonces Dios:

- Hagamos al ser humano a nuestra imagen y semejanza para que domine sobre los peces del mar y sobre las aves del cielo;

sobre los animales domésticos, sobre los animales salvajes y sobre todos los reptiles que se arrastran por el suelo.

27Y creó Dios al ser humano a su imagen; a imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó.

28Y los bendijo Dios diciéndoles:

"Sed fecundos y multiplicaos; llenad la tierra y sometedla; dominad sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre todos los reptiles

que se arrastran por el suelo".

29Les dijo también:

"Os confío todas las plantas que en la tierra engendran semilla, y todos los árboles con su fruto y su semilla; ellos os servirán de alimento".

30A todos los animales de la tierra, y a todas las aves del cielo, y a todos los seres vivientes que se arrastran por la tierra, la hierba verde les servirá de alimento.

Y así sucedió.

31Y vio Dios todo lo que había hecho, y todo era muy bueno. Vino la noche, llegó la mañana: ese fue el sexto día.

Clave de lectura desde la doctrina social de la Iglesia: La sociabilidad humana

La persona es  constitutivamente un ser social, porque así la ha querido Dios que la ha creado. La naturaleza  del hombre se manifiesta, en efecto, como naturaleza de un ser que responde a  sus propias necesidades sobre la base de una subjetividad relacional, es  decir, como un ser libre y responsable, que reconoce la necesidad de integrarse  y de colaborar con sus semejantes y que es capaz de comunión con ellos en  el orden del conocimiento y del amor: « Una sociedad es un conjunto de  personas ligadas de manera orgánica por un principio de unidad que supera a cada  una de ellas. Asamblea a la vez visible y espiritual, una sociedad perdura en el  tiempo: recoge el pasado y prepara el porvenir ».

Es necesario, por tanto, destacar que la vida comunitaria es una  característica natural que distingue al hombre del resto de las criaturas  terrenas. La actuación social comporta de suyo un  signo particular del hombre y de la humanidad, el de una persona que obra en una  comunidad de personas: este signo determina su calificación interior y  constituye, en cierto sentido, su misma naturaleza. Esta  característica relacional adquiere, a la luz de la fe, un sentido más profundo y  estable. Creada a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,26), y constituida  en el universo visible para vivir en sociedad (cf. Gn 2,20.23) y dominar  la tierra (cf. Gn 1,26.28-30), la persona humana está llamada desde el  comienzo a la vida social: « Dios no ha creado al hombre como un "ser solitario",  sino que lo ha querido como "ser social". La vida social no es, por tanto,  exterior al hombre, el cual no puede crecer y realizar su vocación si no es en  relación con los otros » (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 149).

 

Segundo relato de la creación (2,4b-2,25)

Cuando Dios, el Señor, hizo la tierra y el cielo

5no había aún arbustos en la tierra ni la hierba había brotado, porque Dios, el Señor, todavía no había hecho llover sobre la tierra ni existía nadie que cultivase el suelo;

6sin embargo, de la propia tierra brotaba un manantial que regaba toda la superficie del suelo.

7Entonces Dios, el Señor, modeló al hombre de arcilla del suelo, sopló en su nariz aliento de vida y el hombre se convirtió en un ser viviente.

8Dios, el Señor, plantó un jardín en Edén, al oriente, y puso allí al hombre que había modelado.

9Dios, el Señor, hizo brotar del suelo toda clase de árboles hermosos de ver y de frutos apetitosos. Además, hizo crecer el árbol de la vida en medio del jardín, y el árbol del conocimiento del bien y del mal.

10En Edén nacía un río que regaba el jardín y desde allí se dividía en cuatro brazos:

11el primero se llama Pisón y rodea toda la región de Javilá, donde hay oro.

12(El oro de esa región es excelente, y también se dan allí bedelio y ónice).

13El segundo se llama Guijón, y rodea la región de Cus.

14El tercero se llama Tigris y pasa al este de Asur. El cuarto es el Éufrates.

15Dios, el Señor, tomó al hombre y lo puso en el jardín de Edén para que lo cultivara y lo cuidara.

16Y le dio esta orden:

- Puedes comer del fruto de todos los árboles que hay en el jardín,

17excepto del árbol del bien y del mal. No comas del fruto de ese árbol, porque el día en que comas de él, tendrás que morir.

18Luego Dios, el Señor, se dijo:

- No es conveniente que el hombre esté solo; voy, pues, a hacerle una ayuda adecuada.

19Entonces Dios, el Señor, modeló con arcilla del suelo todos los animales terrestres y todas las aves del cielo, y se los llevó al hombre para que les pusiera nombre, porque todos los seres vivos llevarían el nombre que él les pusiera.

20El hombre puso nombre a todos los animales domésticos, a todas las aves y a todos los animales salvajes. Sin embargo, no encontró entre ellos la ayuda adecuada para sí.

21Entonces Dios, el Señor, hizo caer al hombre en un profundo sueño y, mientras dormía, le sacó una de sus costillas y rellenó con carne el hueco dejado.

22De la costilla que le había sacado al hombre, Dios, el Señor, formó una mujer, y se la presentó al hombre

23que, al verla, exclamó:

- ¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Se llamará varona, porque del varón fue sacada.

24Por eso el hombre deja a su padre y a su madre, se une a su mujer y los dos se hacen uno solo.

25Los dos, el hombre y su mujer, estaban desnudos, pero no sentían vergüenza de verse así.

Clave de lectura desde la doctrina social de la Iglesia: El trabajo humano

 

El  Antiguo Testamento presenta a Dios como Creador omnipotente (cf. Gn 2,2; Jb 38-41; Sal 104; Sal 147), que plasma al hombre a  su imagen y lo invita a trabajar la tierra (cf. Gn 2,5-6), y a custodiar el jardín del Edén en donde lo ha puesto (cf. Gn 2,15). Dios confía a la primera pareja humana la tarea de someter la  tierra y de dominar todo ser viviente (cf. Gn 1,28). El dominio del  hombre sobre los demás seres vivos, sin embargo, no debe ser despótico e  irracional; al contrario, él debe « cultivar y custodiar » (cf. Gn 2,15)  los bienes creados por Dios: bienes que el hombre no ha creado sino que ha  recibido como un don precioso, confiado a su responsabilidad por el Creador.  Cultivar la tierra significa no abandonarla a sí misma; dominarla es tener  cuidado de ella, así como un rey sabio cuida de su pueblo y un pastor de su  grey.

En el designio del Creador, las realidades creadas, buenas en sí  mismas, existen en función del hombre. El asombro  ante el misterio de la grandeza del hombre hace exclamar al salmista: « ¿Qué es  el hombre para que de él te acuerdes, el hijo de Adán, para que de él te cuides?  Apenas inferior a un dios le hiciste, coronándole de gloria y de esplendor; le  hiciste señor de las obras de tus manos, todo fue puesto por ti bajo sus pies »  (Sal 8,5-7) (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 255).

 

El pecado y sus consecuencias (3, 1-24)

1La serpiente, el más astuto de todos los animales del campo que Dios, el Señor, había hecho, entabló conversación con la mujer diciendo:

- ¿Conque Dios os ha dicho que no comáis de ningún árbol del jardín?

2La mujer le contestó:

- Podemos comer del fruto de todos los árboles del jardín;

3únicamente nos ha prohibido comer o tocar el fruto del árbol que está en medio del jardín, porque moriríamos.

4Pero la serpiente replicó a la mujer:

- De ninguna manera moriréis.

5Dios sabe que, si un día coméis, se os abrirán los ojos y seréis iguales a él: conoceréis el bien y el mal.

6Entonces la mujer se dio cuenta de lo hermoso que era el árbol, de lo deliciosos que eran sus frutos y lo tentador que era tener aquel conocimiento; así que tomó del fruto y comió, dándoselo seguidamente a su marido que estaba junto a ella y que también comió.

7En aquel momento se les abrieron los ojos y descubrieron que estaban desnudos, por lo que entrelazaron unas hojas de higuera y se taparon con ellas.

8Cuando el hombre y su mujer sintieron los pasos de Dios, el Señor, que estaba paseando por el jardín al fresco de la tarde, corrieron a esconderse entre los árboles del jardín para que Dios no los viera.

9Pero Dios, el Señor, llamó al hombre diciendo:

- ¿Dónde estás?

10El hombre contestó:

- Te oí en el jardín, tuve miedo porque estaba desnudo, y me escondí.

11Entonces Dios, el Señor, le preguntó:

- ¿Y quién te dijo que estabas desnudo? ¿Acaso has comido del árbol del que te prohibí comer?

12El hombre respondió:

- La mujer que me diste por compañera me ofreció de ese fruto y yo lo probé.

13Entonces Dios, el Señor, preguntó a la mujer:

- ¿Por qué hiciste eso?

Ella respondió:

- La serpiente me engañó y comí.

14Entonces Dios, el Señor, dijo a la serpiente:

- Por haber hecho esto, maldita serás entre todos los animales, tanto domésticos como salvajes. De ahora en adelante te arrastrarás sobre tu vientre y comerás polvo toda tu vida.

15Pondré enemistad entre tú y la mujer, entre tu descendencia y la suya. Su descendencia te aplastará la cabeza, y tú le morderás el talón.


16A la mujer le dijo:

- Multiplicaré sobremanera las molestias en tus embarazos, y con dolor parirás a tus hijos. Tendrás ansia de tu marido y él te dominará.


17Al hombre le dijo:

- Como hiciste caso a tu mujer y comiste del árbol del que te prohibí comer, la tierra va a ser maldita por tu culpa; con fatiga sacarás de ella tu alimento durante todo el tiempo de tu vida;

18te producirá espinos y cardos, y comerás hierba del campo.

19Te ganarás el pan con el sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la tierra de la cual fuiste formado, pues eres polvo, y al polvo volverás.


20El hombre puso a su mujer el nombre de Eva porque ella sería la madre de todo ser viviente.

21Dios, el Señor, hizo para el hombre y su mujer ropas de piel, y los vistió.

22Después, Dios, el Señor, se dijo: "El ser humano es ya como uno de nosotros, conocedor del bien y del mal; para ser inmortal sólo le falta extender la mano y comer del fruto del árbol de la vida".

23Así que Dios, el Señor, lo expulsó del jardín de Edén, para que labrase la tierra de la que había sido formado. 

24Y después de expulsarlo, puso al oriente del jardín de Edén a los querubines y a la espada llameante que se revolvía hacia todas partes para custodiar el acceso al árbol de la vida.

Clave de lectura desde la doctrina social de la Iglesia: La tarea de cultivar y custodiar la tierra

El  trabajo pertenece a la condición originaria del hombre y precede a su caída; no  es, por ello, ni un castigo ni una maldición. Se convierte  en fatiga y pena a causa del pecado de Adán y Eva, que rompen su relación  confiada y armoniosa con Dios (cf. Gn 3, 6-8). La prohibición de comer «  del árbol de la ciencia del bien y del mal » (Gn 2,17) recuerda al hombre  que ha recibido todo como don y que sigue siendo una criatura y no el Creador.  El pecado de Adán y Eva fue provocado precisamente por esta tentación: « seréis  como dioses » (Gn 3,5). Quisieron tener el dominio absoluto sobre todas  las cosas, sin someterse a la voluntad del Creador. Desde entonces, el suelo se  ha vuelto avaro, ingrato, sordamente hostil (cf. Gn 4,12); sólo con el  sudor de la frente será posible obtener el alimento (cf. Gn 3,17.19). Sin  embargo, a pesar del pecado de los primeros padres, el designio del Creador, el  sentido de sus criaturas y, entre estas, del hombre, llamado a ser cultivador y  custodio de la creación, permanecen inalterados (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 256).

Caín y Abel (4, 1-16)

1Adán se unió a Eva, su mujer, y ella concibió y dio a luz a Caín. Y dijo:

- He tenido un hombre gracias al Señor.

2Después dio a luz a Abel, hermano de Caín. Abel se dedicó a criar ovejas, y Caín a labrar la tierra.

3Al cabo de un tiempo, Caín presentó de los frutos del campo una ofrenda al Señor.

4También Abel le ofreció las primeras y mejores crías de su rebaño.

El Señor miró con agrado a Abel y a su ofrenda,

5pero no miró del mismo modo a Caín y a la suya. Entonces Caín se irritó sobremanera y puso mala cara.

6El Señor le dijo:

- ¿Por qué te irritas? ¿Por qué has puesto esa cara?

7Si obraras rectamente llevarías la cabeza bien alta; pero como actúas mal el pecado está agazapado a tu puerta, acechándote. Sin embargo, tú puedes dominarlo.

8Caín propuso a su hermano Abel que fueran al campo y, una vez allí, Caín atacó a su hermano y lo mató.

9El Señor le preguntó a Caín:

- ¿Dónde está tu hermano Abel?

Él respondió:

- No lo sé, ¿acaso soy yo el guardián de mi hermano?

10Entonces el Señor replicó:

- ¡Qué has hecho! La sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra.

11Por eso, ahora quedarás bajo la maldición de la tierra que ha abierto sus fauces para recibir la sangre de tu hermano que tú has derramado. 12Aunque labres la tierra, no te volverá a dar sus frutos. Andarás por el mundo errante y vagabundo.

13Caín respondió al Señor:

- Mi crimen es demasiado terrible para soportarlo.

14Si hoy me condenas al destierro y a ocultarme de tu presencia, tendré que andar errante y vagabundo por el mundo, expuesto a que me mate cualquiera que me encuentre.

15El Señor le dijo:

- ¡No será así! Si alguien mata a Caín deberá pagarlo multiplicado por siete.

Y el Señor marcó con una señal a Caín, para que no lo matase quien lo encontrara.

16Caín se alejó de la presencia del Señor y fue a vivir al país de Nod, al este de Edén.

Clave de lectura desde la doctrina social de la Iglesia: La promoción de la paz

Antes que un don de Dios al  hombre y un proyecto humano conforme al designio divino, la paz es, ante todo,  un atributo esencial de Dios: « Yahveh- Paz » (Jc 6,24). La creación, que es un reflejo de la gloria divina, aspira a la paz.  Dios crea todas las cosas y todo lo creado forma un conjunto armónico, bueno en todas sus partes (cf. Gn 1,4.10.12.18. 21.25.31).

La  paz se funda en la relación primaria entre todo ser creado y Dios mismo, una  relación marcada por la rectitud (cf. Gn 17,1). Como consecuencia del  acto voluntario con el cual el hombre altera el orden divino, el mundo conoce el  derramamiento de sangre y la división: la violencia se manifiesta en las  relaciones interpersonales (cf. Gn 4,1-16) y en las sociales (cf. Gn 11,1-9). La paz y la violencia no pueden habitar juntas, donde hay violencia no  puede estar Dios (cf. 1 Cro 22,8-9) (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 488).

 

Descendientes de Adán (5, 1-32)

1Esta es la lista de los descendientes de Adán. Cuando Dios creó a los seres humanos, los hizo a su propia imagen,

2varón y hembra los creó, los bendijo y les dio el nombre de "seres humanos" el día en que fueron creados.

3Cuando Adán tenía ciento treinta años tuvo un hijo a su imagen y semejanza, a quien puso el nombre de Set.

4Después del nacimiento de Set, Adán vivió ochocientos años más, tuvo otros hijos e hijas,

5y a la edad de novecientos treinta años murió.

6Set tenía ciento cinco años cuando engendró a Enós.

7Después del nacimiento de Enós, Set vivió ochocientos siete años más, tuvo otros hijos e hijas,

8y a la edad de novecientos doce años murió.

9Enós tenía noventa años cuando engendró a Cainán.

10Después del nacimiento de Cainán, Enós vivió ochocientos quince años más, tuvo otros hijos e hijas,

11y a la edad de novecientos cinco años murió.

12Cainán tenía setenta años cuando engendró a Malalel.

13Después del nacimiento de Malalel, Cainán vivió ochocientos cuarenta años más, tuvo otros hijos e hijas,

14y a la edad de novecientos diez años murió.

15Malalel tenía sesenta y cinco años cuando engendró a Járed.

16Después del nacimiento de Járed, Malalel vivió ochocientos treinta años más, tuvo otros hijos e hijas,

17y a la edad de ochocientos noventa y cinco años murió.

18Járed tenía ciento sesenta y dos años cuando engendró a Enoc.

19Después del nacimiento de Enoc, Járed vivió ochocientos años más, tuvo otros hijos e hijas,

20y a la edad de novecientos sesenta y dos años murió.

21Enoc tenía sesenta y cinco años cuando engendró a Matusalén.

22Enoc vivió de acuerdo con la voluntad de Dios. Después del nacimiento de Matusalén, Enoc vivió trescientos años y tuvo otros hijos e hijas. 23En total Enoc vivió trescientos sesenta y cinco años.

24Vivió, pues, Enoc de acuerdo con la voluntad de Dios y desapareció, porque Dios se lo llevó.

25Matusalén tenía ciento ochenta y siete años cuando engendró a Lámec.

26Después del nacimiento de Lámec, Matusalén vivió setecientos ochenta y dos años más, tuvo otros hijos e hijas,

27y a la edad de novecientos sesenta y nueve años murió.

28Lámec tenía ciento ochenta y dos años cuando engendró un hijo

29al que llamó Noé, porque dijo: "Él será quien nos alivie de los trabajos y fatigas en el suelo que el Señor ha maldecido".

30Después del nacimiento de Noé, Lámec vivió quinientos noventa y cinco años más, tuvo otros hijos e hijas,

31y a la edad de setecientos setenta y siete años murió.

32Noé tenía quinientos años cuando engendró a Sem, Cam y Jafet.

Clave de lectura desde la doctrina social de la Iglesia: La unidad de la familia humana

Las narraciones bíblicas sobre  los orígenes muestran la unidad del género humano y enseñan que el Dios de  Israel es el Señor de la historia y del cosmos: su  acción abarca todo el mundo y la entera familia humana, a la cual está destinada  la obra de la creación. La decisión de Dios de hacer al hombre a su imagen y  semejanza (cf. Gn 1,26-27) confiere a la criatura humana una dignidad  única, que se extiende a todas las generaciones (cf. Gn 5) y sobre toda  la tierra (cf. Gn 10). El libro del Génesis muestra, además, que el  ser humano no ha sido creado aislado, sino dentro de un contexto del cual  son parte integrante el espacio vital, que le asegura la libertad (el jardín),  la disponibilidad de alimentos (los árboles del jardín), el trabajo (el mandato  de cultivar) y sobre todo la comunidad (el don de la ayuda de alguien semejante  a él) (cf. Gn 2,8-24). Las condiciones que aseguran plenitud a la vida  humana son, en todo el Antiguo Testamento, objeto de la bendición divina. Dios  quiere garantizar al hombre los bienes necesarios para su crecimiento, la  posibilidad de expresarse libremente, el resultado positivo del trabajo, la  riqueza de relaciones entre seres semejantes (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 428).

La alianza de Dios con Noé (9, 1-17)

1Dios bendijo a Noé y a sus hijos, diciéndoles:

- Sed fecundos, reproducíos y poblad la tierra.

2Todos los animales os temerán y os respetarán: las aves del cielo, los reptiles del suelo y los peces del mar están bajo vuestro dominio.

3Todo lo que se mueve y tiene vida, al igual que los vegetales, os servirá de alimento. Yo lo pongo a vuestra disposición.

4Pero no comeréis la carne con sangre, porque la sangre es su vida.

5Yo pediré cuentas de vuestra sangre y de vuestras vidas, se lo reclamaré a cualquier animal. También a cualquier ser humano que mate a un hermano suyo, le pediré cuentas de esa vida.


6Si alguien derrama la sangre de un ser humano, otro ser humano derramará la suya, porque Dios creo al ser humano a su propia imagen.


7Vosotros sed fecundos y multiplicaos; poblad la tierra y dominadla.

8Dios siguió diciéndoles a Noé y sus hijos:

9- Mirad, yo establezco mi alianza con vosotros, con vuestros descendientes,

10y con todos los animales que os han acompañado: aves, ganados y bestias; con todos los animales que salieron del arca y ahora pueblan la tierra.

11Esta es mi alianza con vosotros: la vida no volverá a ser exterminada por la aguas del diluvio, ni habrá otro diluvio que devaste la tierra.

12Y Dios añadió:

- Esta es la señal de la alianza que establezco para siempre con vosotros y con todos los animales que os han acompañado:

13he puesto mi arco en las nubes como un signo de mi alianza con la tierra.

14Cuando yo cubra la tierra de nubes y en ellas aparezca el arco,

15me acordaré de la alianza que he establecido con vosotros y con todos los animales, y las aguas del diluvio no os volverán a aniquilar.

16Cada vez que aparezca el arco entre las nubes, yo lo veré y me acordaré de la alianza eterna entre Dios y todos los seres vivos que pueblan la tierra.

17Dios dijo a Noé:

- Esta es la señal de la alianza que establezco con todos los seres vivos que pueblan la tierra.

Clave de lectura desde la doctrina social de la Iglesia: La persona humana, imagen de Dios

El hombre y la mujer están en  relación con los demás ante todo como custodios de sus vidas: « a todos y a cada uno reclamaré el alma humana » (Gn 9,5), confirma Dios a Noé después del diluvio. Desde esta perspectiva, la  relación con Dios exige que se considere la vida del hombre sagrada e  inviolable. El quinto mandamiento: « No matarás » (Ex 20,13; Dt 5,17) tiene valor porque sólo Dios es Señor de la vida y de la  muerte. El respeto debido a la inviolabilidad y a la integridad de  la vida física tiene su culmen en el mandamiento positivo: « Amarás a tu prójimo  como a ti mismo » (Lv 19,18), con el cual Jesucristo obliga a hacerse  cargo del prójimo (cf. Mt 22,37-40; Mc 12,29-31; Lc 10,27-28) (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 112).

Las naciones de la tierra (10, 1-32)

1Estos son los descendientes que les nacieron a Sem, Cam y Jafet, hijos de Noé, después del diluvio.

2Descendientes de Jafet: Gómer, Magog, Maday, Jabán, Túbal, Mosol y Tirás.

3Descendientes de Gómer: Asquenaz, Rifat y Togarmá.

4Descendientes de Jabán: Elisá y Tarsis, Quitín y Dodanín.

5Estos fueron los descendientes de Jafet que poblaron las costas, según sus clanes e idiomas, territorios y naciones.

6Descendientes de Cam: Cus, Egipto, Put y Canaán.

7Descendientes de Cus: Sebá, Javilá, Sabta, Ramá y Sabtecá. Descendientes de Ramá: Sebá y Dedán.

8Cus fue el padre de Nemrod, que fue el primero en enseñorearse en el país;

9fue ante el Señor un intrépido cazador, y de ahí el dicho: "Igual a Nemrod que ante el Señor fue un intrépido cazador".

10Las principales ciudades de su reino fueron: Babel, Erec, Acad y Calné, en la región de Senaar.

11Desde esa región Nemrod salió hacia Asur donde construyó las ciudades de Nínive, Rejobot Ir, Calaj

12y Resen, la gran ciudad que está entre Nínive y Calaj.

13De Egipto descienden los ludíes, los anamíes, los leabíes, los naftujíes,

14los petusíes, los caslujíes y los caftoríes, de quienes proceden los filisteos.

15De Canaán descienden Sidón, su primogénito, y Jet,

16así como los jebuseos, amorreos, guirgaseos,

17jeveos, araqueos, sineos,

18arvadeos, semareos y jamateos. Más tarde, los clanes cananeos se dispersaron,

19y su territorio se extendió desde Sidón hasta Guerar y Gaza, en dirección a Sodoma, Gomorra, Adamá, Seboín y Lesa.

20Estos fueron los descendientes de Cam, según sus clanes e idiomas, territorios y naciones.

21También Sem, hermano mayor de Jafet, tuvo descendencia; de él proceden Éber y todos sus descendientes.

22Descendientes de Sem: Elam, Asur, Arfaxad, Lud y Aram.

23Descendientes de Aram: Jus, Jul, Gueter y Mas.

24Arfaxad engendró a Sélaj, y Sélaj a Éber.

25Éber tuvo dos hijos: el primero se llamó Péleg, porque en su tiempo la [población de la] tierra se dividió. Su hermano, de nombre Joctán, 26engendró a Almodad, Salef, Jasarmávet, Jarat,

27Adorán, Uzal, Diclá,

28Obal, Abimael, Sebá,

29Ofir, Javilá y Jobab; todos estos fueron hijos de Joctán,

30y vivieron en el territorio que se extiende desde Mesá hasta Safar, en la región montañosa del oriente.

31Estos fueron los descendientes de Sem, según sus clanes e idiomas, territorios y naciones.

32Estos son los clanes de los descendientes de Noé, según sus genealogías y naciones. A partir de estos clanes, las naciones se extendieron sobre la tierra después del diluvio.

Clave de lectura desde la doctrina social de la Iglesia: La unidad de la familia humana

La alianza de Dios con Noé  (cf. Gn 9,1-17), y en él con toda la  humanidad, después de la destrucción causada por el diluvio, manifiesta que Dios  quiere mantener para la comunidad humana la bendición de la fecundidad, la  tarea de dominar la creación y la absoluta dignidad e intangibilidad de la vida  humana que habían caracterizado la primera creación, no obstante que en ella se  haya introducido, con el pecado, la degeneración de la violencia y de la  injusticia, castigada con el diluvio. El libro del Génesis presenta con  admiración la variedad de los pueblos, obra de la acción creadora de Dios (cf. Gn 10,1-32) y, al mismo tiempo, estigmatiza el rechazo por parte del hombre  de su condición de criatura, en el episodio de la torre de Babel (cf. Gn 11,1-9). Todos los pueblos, en el plan divino, tenían « un mismo lenguaje e  idénticas palabras » (Gn 11,1), pero los hombres se dividen, dando la  espalda al Creador (cf. Gn 11,4) (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 429).

La torre de Babel (11, 1-9)

1El mundo entero hablaba una misma lengua y usaba las mismas palabras.

2Y sucedió que al emigrar desde oriente, encontraron una llanura en la región de Senaar y allí se asentaron.

3Entonces se dijeron unos a otros:

- Vamos a hacer ladrillos y a cocerlos al fuego.

(Así fue como usaron ladrillos en lugar de piedra, y alquitrán en lugar de mortero).

4Y siguieron diciendo:

- Vamos a edificar una ciudad y una torre que llegue hasta el cielo, para hacernos famosos y para no dispersarnos por toda la tierra.

5El Señor bajó a ver la ciudad y la torre que los seres humanos estaban construyendo

6y pensó: "Si esto es sólo el comienzo de su actividad, nada de lo que se propongan hacer les resultará imposible, mientras formen un solo pueblo y tengan una misma lengua.

7Será mejor que bajemos a confundir su lengua para que no se entiendan entre ellos mismos".

8Y así fue como el Señor los dispersó desde aquel lugar por toda la superficie de la tierra, y dejaron de construir la ciudad.

9Por eso aquella ciudad se llamó Babel porque allí confundió el Señor la lengua de todos los habitantes de la tierra y los dispersó por todo el mundo.

Clave de lectura desde la doctrina social de la Iglesia: Los medios de comunicación

Los profesionales de estos  medios no son los únicos que tienen deberes éticos. También los usuarios tienen  obligaciones. Los operadores que intentan asumir sus responsabilidades merecen  un público consciente de las propias. El primer deber  de los usuarios de las comunicaciones sociales consiste en el discernimiento y  la selección. Los padres, las familias y la Iglesia tienen responsabilidades  precisas e irrenunciables. Cuantos se relacionan en formas diversas con el campo  de las comunicaciones sociales, deben tener en cuenta la amonestación fuerte y  clara de San Pablo: « Por tanto, desechando la mentira, hablad con verdad  cada cual con su prójimo, pues somos miembros los unos de los otros... No  salga de vuestra boca palabra dañosa, sino la que sea conveniente para edificar  según la necesidad y hacer el bien a los que os escuchen » (Ef 4,25.29).  Las exigencias éticas esenciales de los medios de comunicación social son, el  servicio a la persona mediante la edificación de una comunidad humana basada en  la solidaridad, en la justicia y en el amor y la difusión de la verdad sobre la  vida humana y su realización final en Dios. A la luz de la fe, la  comunicación humana se debe considerar un recorrido de Babel a Pentecostés, es  decir, el compromiso, personal y social, de superar el colapso de la  comunicación (cf. Gn 11,4-8) abriéndose al don de lenguas (cf. Hch 2,5-11), a la comunicación restablecida con la fuerza del Espíritu, enviado por  el Hijo (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 562).

La circuncisión, señal de la alianza (17, 1-14)

1Cuando Abrán tenía noventa y nueve años se le apareció el Señor y le dijo:
- Yo soy el Todopoderoso. Tenme presente en tu vida y vive rectamente.

2Yo haré una alianza contigo y multiplicaré tu descendencia inmensamente.

3Entonces Abrán cayó rostro en tierra mientras Dios continuaba diciendo:
4- Mira, esta es la alianza que yo hago contigo: tú serás padre de una muchedumbre de pueblos.

5No te llamarás ya Abrán, sino que tu nombre de ahora en adelante será Abrahán porque yo te hago padre de una muchedumbre de pueblos.

6Te haré extraordinariamente fecundo; de ti surgirán naciones y reyes.

7Establezco mi alianza contigo y, después de ti, con todas las generaciones que desciendan de ti. Será una alianza perpetua: yo seré tu Dios y el de tus descendientes.

8A ti y a los descendientes que te sucedan os daré en posesión perpetua la tierra que ahora recorres como inmigrante, toda la tierra de Canaán. Y yo seré su Dios.

9Y Dios añadió:
- Tú y tus descendientes, de generación en generación, habréis de guardar mi alianza.

10Esta será la señal de la alianza que establezco con vosotros y con tu descendencia, y que deberéis cumplir: circuncidad a todos vuestros varones.

11Circuncidaréis la carne de vuestro prepucio y esa será la señal de mi alianza con vosotros.

12De generación en generación, todos vuestros varones serán circuncidados a los ocho días de nacer; también los esclavos nacidos en casa o comprados por dinero a cualquier extranjero que no sea de vuestra raza.

13Todos sin excepción, tanto el esclavo nacido en casa como el comprado por dinero, deberán ser circuncidados. Así mi alianza estará marcada en vuestra carne como una alianza perpetua.

14Pero el varón incircunciso, a quien no se haya cortado la carne de su prepucio, será extirpado del pueblo, porque habrá quebrantado mi alianza.

Clave de lectura desde la doctrina social de la Iglesia: La unidad de la familia humana

La alianza establecida por  Dios con Abraham, elegido como « padre de una muchedumbre de pueblos » (Gn 17,4), abre el camino para la reunificación de la familia humana  con su Creador. La historia de salvación induce al pueblo de Israel a pensar  que la acción divina esté limitada a su tierra. Sin embargo, poco a poco, se va  consolidando la convicción que Dios actúa también entre las otras Naciones (cf. Is 19,18-25). Los Profetas anunciarán para el tiempo escatológico la  peregrinación de los pueblos al templo del Señor y una era de paz entre las  Naciones (cf. Is 2,2-5; 66,18-23). Israel, disperso en el exilio, tomará  definitivamente conciencia de su papel de testigo del único Dios (cf. Is 44,6-8), Señor del mundo y de la historia de los pueblos (cf. Is 44,24-28) (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 430).