Josué

La asamblea de Siquén (24, 1-28)

1Josué reunió en Siquén a todas las tribus de Israel, convocando a los ancianos de Israel, a sus jefes, jueces y funcionarios. Una vez que se presentaron ante Dios,

2Josué dijo a todo el pueblo:

- Esto dice el Señor, Dios de Israel: Vuestros antepasados, en particular Téraj, padre de Abrahán y de Najor, habitaban antaño al otro lado del Río y rendían culto a otros dioses.

3Yo tomé a vuestro padre Abrahán del otro lado del Río, le hice recorrer toda la tierra de Canaán y multipliqué su descendencia dándole a Isaac. 4A Isaac le di dos hijos: Jacob y Esaú. A Esaú le di en posesión la montaña de Seír. Jacob y sus hijos bajaron a Egipto.

5Envié después a Moisés y Aarón y castigué a los egipcios obrando prodigios en medio de ellos. Luego os saqué de allí.

6Saqué de Egipto a vuestros padres y llegasteis hasta el mar. Los egipcios persiguieron a vuestros padres con sus carros y caballos hasta el mar de las Cañas.

7Clamaron entonces al Señor que interpuso una oscura nube entre vosotros y los egipcios, al tiempo que el mar se abalanzaba sobre ellos y los anegó. Habéis visto con vuestros propios ojos lo que hice con Egipto. Después habitasteis largo tiempo en el desierto.

8Os introduje luego en el país de los amorreos, que habitaban al otro lado del Jordán; ellos os declararon la guerra, pero yo los entregué en vuestras manos; los exterminé al llegar vosotros y así fue como pudisteis ocupar su territorio.

9Balac, hijo de Zipor, que era a la sazón rey de Moab, se propuso pelear contra Israel. Al efecto mandó llamar a Balaán, hijo de Beor, para que os maldijera.

10Pero como yo no quise escuchar a Balaán, no tuvo más remedio que bendeciros. De esta manera yo os libré de las manos de Balac.

11Pasasteis después el Jordán y llegasteis a Jericó. Los jefes de Jericó os hicieron la guerra; y lo mismo hicieron los amorreos, los fereceos, los cananeos, los hititas, los guirgaseos, los jeveos y los jebuseos, pero yo os los entregué.

12Mandé delante de vosotros avispas que, al llegar vosotros, pusieron en fuga a los dos reyes amorreos; es algo que no debes a tu espada ni a tu arco.

13Os he dado una tierra que no habéis ganado con vuestro sudor, unas ciudades que no habéis edificado y en las que, sin embargo, habitáis; viñedos y olivares que no habéis plantado y de cuyos frutos os alimentáis.

14Ahora, pues, respetad al Señor y servidle con todo esmero y lealtad; quitad de en medio los dioses a los que dieron culto vuestros antepasados en Mesopotamia y en Egipto y rendid culto al Señor.

15Pero, si os parece duro rendir culto al Señor, elegid hoy a quién queréis rendir culto, si a los dioses a quienes adoraron vuestros antepasados en Mesopotamia o a los dioses de los amorreos en cuyo país habitáis ahora. Yo y mi casa rendiremos culto al Señor.

16El pueblo respondió:

- Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a otros dioses,

17pues ha sido el Señor, nuestro Dios, el que nos sacó, a nosotros y a nuestros padres, del país de Egipto, de la casa de la esclavitud, y el que ante nuestros ojos obró tan grandes prodigios y nos protegió a lo largo de todo el camino que recorrimos, poniéndonos a salvo de todas las naciones por las que pasamos.

18Además el Señor expulsó ante nosotros a todos esos pueblos y a los amorreos que habitaban en el país. Por tanto, también nosotros rendiremos culto al Señor, porque él es nuestro Dios.

19Entonces Josué dijo al pueblo:

- No sé si seréis capaces de rendir culto al Señor, pues es un Dios santo, un Dios celoso, que no perdonará vuestras rebeldías ni vuestros pecados.

20Si abandonáis al Señor para rendir culto a dioses extranjeros, él a su vez, después de haberos hecho tanto bien, os acarreará el mal y acabará con vosotros.

21El pueblo respondió a Josué:

- Nosotros rendiremos culto al Señor.

22Josué dijo al pueblo:

- Testigos sois contra vosotros mismos de que habéis elegido al Señor para servirlo.

Ellos respondieron:

- ¡Somos testigos!

23- Entonces, -concluyó Josué- quitad de en medio los dioses extranjeros y prometed fidelidad al Señor, Dios de Israel.

24El pueblo respondió a Josué:

- Rendiremos culto al Señor, nuestro Dios, y le obedeceremos.

25Aquel día, selló Josué una alianza con el pueblo, dándole preceptos y normas en Siquén.

26Josué escribió estas palabras en el libro de la Ley de Dios. Acto seguido, tomó una gran piedra y la erigió allí, al pie de la encina que hay en el santuario del Señor.

27Y dijo Josué a todo el pueblo:

- Mirad, esta piedra será testigo contra nosotros, pues ha oído todas las palabras que el Señor nos ha dicho; será también testigo contra vosotros para que no reneguéis de vuestro Dios.

28Y Josué despidió al pueblo, regresando cada uno a su heredad.

Clave de lectura a la luz de la doctrina social de la Iglesia: salvaguardar el medio ambiente

La experiencia viva de la  presencia divina en la historia es el fundamento de la fe del pueblo de Dios:  « Éramos esclavos de Faraón de Egipto, y Yahvéh nos sacó de Egipto con mano  fuerte » (Dt 6,21). La reflexión sobre la historia permite reasumir el  pasado y descubrir la obra de Dios desde sus raíces: « Mi Padre era un arameo  errante » (Dt 26,5). Un Dios que puede decir a su pueblo: « Yo tomé a  vuestro padre Abrahán del otro lado del Río » (Jos 24,3). Es una  reflexión que permite mirar confiadamente al futuro, gracias a la promesa y a la  alianza que Dios renueva continuamente.

La fe de Israel vive en el tiempo y en el espacio de este mundo,  que se percibe no como un ambiente hostil o un mal del cual liberarse, sino como  el don mismo de Dios, el lugar y el proyecto que Él confía a la guía responsable  y al trabajo del hombre. La naturaleza, obra de la  acción creadora de Dios, no es una peligrosa adversaria. Dios, que ha hecho  todas las cosas, de cada una de ellas « vio que estaba bien » (Gn 1,4.10.12.18.21.25). En la cumbre de su creación, el Creador colocó al hombre  como algo que « estaba muy bien » (Gn 1,31). Sólo el hombre y la mujer,  entre todas las criaturas, han sido queridos por Dios « a imagen suya » (Gn 1,27): a ellos el Señor confía la responsabilidad de toda la creación, la tarea  de tutelar su armonía y desarrollo (cf. Gn 1,26-30). El vínculo especial  con Dios explica la posición privilegiada de la pareja humana en el orden de la  creación (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 451).