I Pedro

Llamados a una vida nueva (1, 13-21)

13Tened, pues, a punto vuestra mente; no os dejéis seducir y poned toda vuestra esperanza en el don que os traerá la manifestación de Jesucristo.

14Como hijos obedientes, no sometáis vuestra vida a las apetencias de antaño, cuando aún vivíais en la ignorancia.

15Por el contrario, comportaos en todo santamente, como santo es el que os llamó.

16Pues así lo dice la Escritura: Sed santos, porque yo soy santo.

17Y, si llamáis Padre al que juzga a todos sin favoritismos y según su conducta, comportaos fielmente mientras vivís en tierra extraña.

18Debéis saber que habéis sido liberados de la estéril situación heredada de vuestros mayores, no con bienes caducos como son el oro y la plata,

19sino con la sangre preciosa de Cristo, cordero sin mancha y sin tacha

20que, existiendo desde antes de la creación del mundo, se ha manifestado al final de los tiempos para vuestro bien.

21Gracias a él, creéis en Dios, que lo resucitó triunfante de la muerte y lo llenó de gloria para que de esta manera vuestra fe y vuestra esperanza descansen en Dios.

Clave de lectura a la luz de la doctrina social de la Iglesia: humanismo integral y solidario

La Iglesia, pueblo peregrino, se  adentra en el tercer milenio de la era cristiana guiada por Cristo, el « gran  Pastor » (Hb 13,20): Él es la Puerta Santa (cf. Jn 10,9) que hemos cruzado durante el Gran Jubileo del año 2000. Jesucristo es el Camino, la Verdad y la Vida (cf. Jn 14,6): contemplando  el Rostro del Señor, confirmamos nuestra fe y nuestra esperanza en Él, único  Salvador y fin de la historia.

La Iglesia sigue interpelando a todos los pueblos y a todas las  Naciones, porque sólo en el nombre de Cristo se da al hombre la salvación.  La salvación que nos ha ganado el Señor Jesús, y por la que ha pagado un alto  precio (cf. 1 Co 6,20; 1 P 1,18-19), se realiza en la vida nueva  que los justos alcanzarán después de la muerte, pero atañe también a este mundo,  en los ámbitos de la economía y del trabajo, de la técnica y de la comunicación,  de la sociedad y de la política, de la comunidad internacional y de las  relaciones entre las culturas y los pueblos: « Jesús vino a traer la salvación  integral, que abarca al hombre entero y a todos los hombres, abriéndoles a los  admirables horizontes de la filiación divina » (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 1).

Modelos de conducta (2, 11-18)

11Queridos hermanos, sois gente de paso en tierra extraña. Por eso os exhorto a que luchéis contra los apetitos desordenados que hacen guerra al espíritu.

12Portaos ejemplarmente entre los paganos, para que vuestras buenas acciones desmientan las calumnias de quienes os consideran malhechores, y puedan también ellos glorificar a Dios el día en que venga a visitarlos.

13En atención al Señor, prestad acatamiento a toda autoridad humana, ya sea al jefe del Estado en su calidad de soberano,

14ya a los gobernantes puestos por Dios para castigar a los malhechores y premiar a quienes observan una conducta ejemplar.

15Porque la voluntad de Dios es que, haciendo el bien, cerréis la boca de los ignorantes e insensatos.

16Sois libres, pero utilizad la libertad para servir a Dios y no como patente de libertinaje.

17Tratad a todos con deferencia, amad a los hermanos, temed a Dios, respetad al jefe del Estado.

18Que los empleados acaten con todo respeto las órdenes de sus jefes, no sólo de los buenos y amables, sino también de los impertinentes.

Clave de lectura a la luz de la doctrina social: primeras comunidades cristianas

La sumisión, no pasiva, sino  por razones de conciencia (cf. Rm 13,5), al  poder constituido responde al orden establecido por Dios. San Pablo define  las relaciones y los deberes de los cristianos hacia las autoridades (cf. Rm 13,1-7). Insiste en el deber cívico de pagar los tributos: « Dad a cada cual lo  que se le debe: a quien impuestos, impuestos; a quien tributo, tributo; a quien  respeto, respeto; a quien honor, honor » (Rm 13,7). El Apóstol no intenta  ciertamente legitimar todo poder, sino más bien ayudar a los cristianos a « procurar el bien ante todos los hombres » (Rm 12,17), incluidas las  relaciones con la autoridad, en cuanto está al servicio de Dios para el bien de  la persona (cf. Rm 13,4; 1 Tm 2,1-2; Tt 3,1) y « para hacer  justicia y castigar al que obra el mal » (Rm 13,4).

San Pedro exhorta a los cristianos a permanecer sometidos « a causa del Señor, a  toda institución humana » (1 P 2,13). El rey y sus gobernantes están para  el « castigo de los que obran el mal y alabanza de los que obran el bien » (1  P 2,14). Su autoridad debe ser « honrada » (cf. 1 P 2,17), es decir  reconocida, porque Dios exige un comportamiento recto, que cierre « la boca a  los ignorantes insensatos » (1 P 2,15). La libertad no puede ser  usada para cubrir la propia maldad, sino para servir a Dios (cf. 1 P 2,16). Se trata entonces de una obediencia libre y responsable a una autoridad  que hace respetar la justicia, asegurando el bien común (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 380).