El rey David
David es ungido rey
1S 16,1-13
En aquellos días, el Señor dijo a Samuel:
«¿Hasta cuándo vas a estar lamentándote por Saúl, si yo lo he rechazado como rey de Israel? Llena la cuerna de aceite y vete, por encargo mío, a Jesé, el de Belén, porque entre sus hijos me he elegido un rey.»
Samuel contestó:
«¿Cómo voy a ir? Si se entera Saúl, me mata.»
El Señor le dijo:
«Llevas una novilla y dices que vas a hacer un sacrificio al Señor. Convidas a Jesé al sacrificio, y yo te indicaré lo que tienes que hacer; me ungirás al que yo te diga.»
Samuel hizo lo que le mandó el Señor. Cuando llegó a Belén, los ancianos del pueblo fueron ansiosos a su encuentro:
«¿Vienes en son de paz?»
Respondió:
«Sí, vengo a hacer un sacrificio al Señor. Purificaos y venid conmigo al sacrificio.»
Purificó a Jesé y a sus hijos y los convidó al sacrificio. Cuando llegó, vio a Eliab y pensó:
«Seguro, el Señor tiene delante a su ungido.»
Pero el Señor le dijo:
«No te fijes en las apariencias ni en su buena estatura. Lo rechazo. Porque Dios no ve como los hombres, que ven la apariencia; el Señor ve el corazón.»
Jesé llamó a Abinadab y lo hizo pasar ante Samuel; y Samuel le dijo:
«Tampoco a éste lo ha elegido el Señor.»
Jesé hizo pasar a Samá; y Samuel le dijo:
«Tampoco a éste lo ha elegido el Señor.»
Jesé hizo pasar a siete hijos suyos ante Samuel; y Samuel le dijo:
«Tampoco a éstos los ha elegido el Señor.»
Luego preguntó a Jesé:
«¿Se acabaron los muchachos?»
Jesé respondió:
«Queda el pequeño, que precisamente está cuidando las ovejas.»
Samuel dijo:
«Manda por él, que no nos sentaremos a la mesa mientras no llegue.»
Jesé mandó a por él y lo hizo entrar: era de buen color, de hermosos ojos y buen tipo. Entonces el Señor dijo a Samuel:
«Anda, úngelo, porque es éste.»
Samuel tomó la cuerna de aceite y lo ungió en medio de sus hermanos. En aquel momento, invadió a David el espíritu del Señor, y estuvo con él en adelante. Samuel emprendió la vuelta a Ramá.
David lucha contra Goliat
1S 17,1-10.32.38-51
En aquellos días, los filisteos reunieron su ejército para la guerra; se concentraron en Vallado de Judá y acamparon entre Vallado y Cavada, en Fesdamín. Saúl y los israelitas se reunieron y acamparon en Vallelaencina, y formaron para la batalla contra los filisteos. Los filisteos tenían sus posiciones en un monte, y los israelitas en el otro, con el valle en medio.
Del ejército filisteo se adelantó un campeón, llamado Goliat, oriundo de Gat, de casi tres metros de alto. Llevaba un casco de bronce en la cabeza, una cota de malla de bronce, que pesaba medio quintal, grebas de bronce en las piernas y una jabalina de bronce a la espalda; el asta de su lanza era como la percha de un tejedor, y su hierro pesaba seis quilos. Su escudero caminaba delante de él. Goliat se detuvo y gritó a las filas de Israel:
«¡No hace falta que salgáis formados a luchar! Yo soy el filisteo, vosotros los esclavos de Saúl. Elegíos uno que baje hasta mí; si es capaz de pelear conmigo y me vence, seremos esclavos vuestros; pero, si yo le puedo y lo venzo, seréis esclavos nuestros y nos serviréis.»
Y siguió:
«¡Yo desafió hoy al ejército de Israel! ¡Echadme uno, y lucharemos mano a mano!»
David dijo a Saúl:
«Majestad, no os desaniméis. Este servidor tuyo irá a luchar con ese filisteo.»
Saúl vistió a David con su uniforme, le puso un casco de bronce en la cabeza, le puso una loriga, y le ciñó su espada sobre el uniforme; David intentó en vano caminar, porque no estaba entrenado, y dijo a Saúl:
«Con esto no puedo caminar, porque no estoy entrenado.»
Entonces se quitó todo de encima, agarró la espada, escogió cinco cantos del arroyo, se los echó al zurrón, empuñó la honda y se acercó al filisteo. Éste, precedido de su escudero, iba avanzando, acercándose a David; lo miró de arriba abajo y lo despreció, porque era un muchacho de buen color y guapo, y le gritó:
«¿Soy yo un perro, para que vengas a mí con un palo?»
Luego maldijo a David, invocando a sus dioses, y le dijo:
«Ven acá, y echaré tu carne a las aves del cielo y a las fieras del campo.»
Pero David le contestó:
«Tú vienes hacia mí armado de espada, lanza y jabalina; yo voy hacia ti en nombre del Señor de los ejércitos, Dios de las huestes de Israel, a las que has desafiado. Hoy te entregará el Señor en mis manos, te venceré, te arrancaré la cabeza de los hombros y echaré tu cadáver y los del campamento filisteo a las aves del cielo y a las fieras de la tierra; y todo el mundo reconocerá que hay un Dios en Israel; y todos los aquí reunidos reconocerán que el Señor da la victoria sin necesidad de espadas ni lanzas, porque ésta es una guerra del Señor, y él os entregará en nuestro poder.»
Cuando el filisteo se puso en marcha y se acercaba en dirección de David, éste salió de la formación y corrió velozmente en dirección del filisteo; echó mano al zurrón, sacó una piedra, disparó la honda y le pegó al filisteo en la frente: la piedra se le clavó en la frente, y cayó de bruces en tierra. Así venció David al filisteo, con la honda y una piedra; lo mató de un golpe, sin empuñar espada. David corrió y se paró junto al filisteo, le agarró la espada, la desenvainó y lo remató, cortándole la cabeza.
Envidia de Saúl contra David
1S 17,57-18,9.20-30
En aquellos días, cuando David volvió de matar al filisteo, Abner lo llevó a presentárselo a Saúl, con la cabeza del filisteo en la mano. Saúl le preguntó:
«¿De quién eres hijo, muchacho?»
David respondió:
«De tu servidor Jesé, el de Belén.»
Cuando David acabó de hablar con Saúl, Jonatán se encariñó con David: lo quiso como a sí mismo. Saúl retuvo entonces a David y no lo dejó volver a casa de su padre. Jonatán y David hicieron un pacto, porque Jonatán lo quería como a sí mismo: se quitó el manto que llevaba y se lo dio a David, y también su ropa, la espada, el arco y el cinto. David tenía tal éxito en todas las incursiones que le encargaba Saúl, que el rey lo puso al frente de los soldados, y cayó bien entre la tropa, e incluso entre los ministros de Saúl.
Cuando volvieron de la guerra, después de haber matado David al filisteo, las mujeres de todas las poblaciones de Israel salieron a cantar y recibir con bailes al rey Saúl, al son alegre de panderos y sonajas. Y cantaban a coro esta copla:
«Saúl mató a mil, David a diez mil.»
A Saúl le sentó mal aquella copla, y comentó enfurecido:
«¡Diez mil a David, y a mí mil! ¡Ya sólo le falta ser rey!»
Y, a partir de aquel día, Saúl le tomó ojeriza a David. Mical, hija de Saúl, estaba enamorada de David. Se lo comunicaron a Saúl, y le pareció bien, porque calculó:
«Se la daré como cebo, para que caiga en poder de los filisteos.»
Y le hizo esta propuesta a David:
«Hoy puedes ser mi yerno.»
Luego dijo a sus ministros:
«Hablad a David confidencialmente: "Mira, el rey te aprecia y todos sus ministros te quieren; acepta ser yerno suyo."»
Los ministros de Saúl insinuaron esto a David, y él respondió:
«¡Pues no es nada ser yerno del rey! Yo soy un plebeyo sin medios.»
Los ministros comunicaron a Saúl lo que había respondido David, y Saúl les dijo:
«Habladle así: "Al rey no le interesa el dinero; se contenta con cien prepucios de filisteos, como venganza contra sus enemigos."»
Pensaba que haría caer a David en poder de los filisteos. Entonces los ministros de Saúl comunicaron a David esta propuesta, y le pareció una condición justa para ser yerno del rey. Y no había expirado el plazo, cuando David emprendió la marcha con su gente, mató a doscientos filisteos y llevó al rey el número completo de prepucios, para que lo aceptara como yerno. Entonces Saúl le dio a su hija Mical por esposa.
Saúl cayó en la cuenta de que el Señor estaba con David y de que su hija Mical estaba enamorada de él. Así creció el miedo que tenía a David, y fue su enemigo de por vida. Los generales filisteos salían a hacer incursiones, y, siempre que salían, David tenía más éxito que los oficiales de Saúl. Su nombre se hizo muy famoso.
Amistad entre David y Jonatán
1S 19,8-10; 20,1-17
En aquellos días, se reanudó la guerra, y David salió a luchar contra los filisteos; les infligió tal derrota que huyeron ante él.
Saúl estaba sentado en su palacio con la lanza en la mano, mientras David tocaba el arpa. Un mal espíritu enviado por el Señor se apoderó de Saúl, el cual intentó clavar a David en la pared con la lanza, pero David la esquivó; Saúl clavó la lanza en la pared y David se salvó huyendo. David huyó del convento de Ramá y fue a decirle a Jonatán:
«¿Qué he hecho, cuál es mi delito y mi pecado contra tu padre, para que intente matarme?» Jonatán le dijo:
«¡Nada de eso! ¡No morirás! No hace mi padre cosa grande ni chica que no me la diga antes. ¿Por qué va a ocultarme esto mi padre? ¡Es imposible!»
Pero David insistió:
«Tu padre sabe perfectamente que te he caído en gracia, y dirá: "Que no se entere Jonatán, no se vaya a llevar un disgusto." Pero, vive Dios, por tu vida, estoy a un paso de la muerte.»
Jonatán le respondió:
«Lo que tú digas lo haré.»
Entonces David le dijo:
«Mañana precisamente es luna nueva, y me toca comer con el rey. Déjame marchar, y me ocultaré en descampado hasta pasado mañana por la tarde. Si tu padre me echa de menos, le dices que David te pidió permiso para hacer una escapada a su pueblo Belén, porque su familia celebra allí el sacrificio anual. Si él dice que bueno, estoy salvado; pero si se pone furioso, quiere decir que tiene decidida mi muerte. Sé leal con este servidor, porque nos une un pacto sagrado. Si he faltado, mátame tú mismo, no hace falta que me entregues a tu padre.»
Jonatán respondió:
«¡Dios me libre! Si me entero de que mi padre ha decidido que mueras, cierto que te aviso.»
David preguntó:
«¿Quién me lo avisará, si tu padre te responde con malos modos?»
Jonatán contestó:
«¡Vamos al campo! »
Salieron los dos al campo, y Jonatán le dijo:
«Te lo prometo por el Dios de Israel: mañana a esta hora sondearé a mi padre, a ver si está a buenas o a malas contigo, y te enviaré un recado. Si trama algún mal contra ti, que el Señor me castigue si no te aviso para que te pongas a salvo. ¡El Señor esté contigo como estuvo con mi padre! Si entonces yo vivo todavía, cumple conmigo el pacto sagrado; y, si muero, no dejes nunca de favorecer a mi familia. Y, cuando el Señor aniquile a los enemigos de David de la faz de la tierra, no se borre el nombre de Jonatán en la casa de David. ¡Que el Señor tome cuentas a los enemigos de David!»
Jonatán repitió el juramento hecho a David por la amistad que le tenía, porque lo quería con toda el alma.
1S 24,3-21: No extenderé la mano contra él, porque es el ungido del Señor.
En aquellos días, Saúl, con tres mil soldados de todo Israel, marchó en busca de David y su gente hacia las Peñas de los Rebecos; llegó a unos apriscos de ovejas junto al camino, donde había una cueva, y entró a hacer sus necesidades.
David y los suyos estaban en lo más hondo de la cueva, y le dijeron a David sus hombres:
-Este es el día del que te dijo el Señor: «Yo te entrego tu enemigo». Haz con él lo que quieras.
Pero él les respondió:
-¡Dios me libre de hacer eso a mi Señor, el ungido del Señor, extender la mano contra él!
Y les prohibió enérgicamente echarse contra Saúl, pero él se levantó sin meter ruido y le cortó a Saúl el borde del manto, aunque más tarde le remordió la conciencia por haberle cortado a Saúl el borde del manto.
Cuando Saúl salió de la cueva y siguió su camino, David se levantó, salió de la cueva detrás de Saúl y le gritó:
-¡Majestad!
Saúl se volvió a ver, y David se postró rostro en tierra rindiéndole vasallaje.
Le dijo:
-¿Por qué haces caso a lo que dice la gente, que David anda buscando tu ruina? Mira, lo estás viendo hoy con tus propios ojos: el Señor te había puesto en mi poder dentro de la cueva; me dijeron que te matara, pero te respeté y dije que no extendería la mano contra mi señor, porque eres el Ungido del Señor. Padre mío, mira en mi mano el borde de tu manto; si te corté el borde del manto y no te maté, ya ves que mis manos no están manchadas de maldad, ni de traición, ni de ofensa contra ti, mientras que tú me acechas para matarme. Que el Señor sea nuestro juez. Y que él me vengue de ti; que mi mano no se alzará contra ti. Como dice el viejo refrán: «La maldad sale de los malos ... », mi mano no se alzará contra ti. ¿Tras de quién ha salido el rey de Israel? ¿A quién vas persiguiendo? ¡A un perro muerto, a una pulga! El Señor sea juez y sentencie nuestro pleito, vea y defienda mi causa, librándome de tu mano.
Cuando David terminó de decir esto a Saúl, Saúl exclamó:
-Pero, ¿es ésta tu voz, David, hijo mío?
Luego levantó la voz, llorando, mientras decía a David:
-¡Tú eres inocente, y no yo! Porque tú me has pagado con bienes, y yo te he pagado con males; y hoy me has hecho el favor más grande, pues el Señor me entregó a ti y tú no me mataste. Porque si uno encuentra a su enemigo, ¿lo deja marchar por las buenas? ¡El Señor te pague lo que hoy has hecho conmigo! Ahora, mira, sé que tú serás rey y que el reino de Israel se consolidará en tu mano.
David y los suyos estaban en lo más hondo de la cueva, y le dijeron a David sus hombres:
-Este es el día del que te dijo el Señor: «Yo te entrego tu enemigo». Haz con él lo que quieras.
Pero él les respondió:
-¡Dios me libre de hacer eso a mi Señor, el ungido del Señor, extender la mano contra él!
Y les prohibió enérgicamente echarse contra Saúl, pero él se levantó sin meter ruido y le cortó a Saúl el borde del manto, aunque más tarde le remordió la conciencia por haberle cortado a Saúl el borde del manto.
Cuando Saúl salió de la cueva y siguió su camino, David se levantó, salió de la cueva detrás de Saúl y le gritó:
-¡Majestad!
Saúl se volvió a ver, y David se postró rostro en tierra rindiéndole vasallaje.
Le dijo:
-¿Por qué haces caso a lo que dice la gente, que David anda buscando tu ruina? Mira, lo estás viendo hoy con tus propios ojos: el Señor te había puesto en mi poder dentro de la cueva; me dijeron que te matara, pero te respeté y dije que no extendería la mano contra mi señor, porque eres el Ungido del Señor. Padre mío, mira en mi mano el borde de tu manto; si te corté el borde del manto y no te maté, ya ves que mis manos no están manchadas de maldad, ni de traición, ni de ofensa contra ti, mientras que tú me acechas para matarme. Que el Señor sea nuestro juez. Y que él me vengue de ti; que mi mano no se alzará contra ti. Como dice el viejo refrán: «La maldad sale de los malos ... », mi mano no se alzará contra ti. ¿Tras de quién ha salido el rey de Israel? ¿A quién vas persiguiendo? ¡A un perro muerto, a una pulga! El Señor sea juez y sentencie nuestro pleito, vea y defienda mi causa, librándome de tu mano.
Cuando David terminó de decir esto a Saúl, Saúl exclamó:
-Pero, ¿es ésta tu voz, David, hijo mío?
Luego levantó la voz, llorando, mientras decía a David:
-¡Tú eres inocente, y no yo! Porque tú me has pagado con bienes, y yo te he pagado con males; y hoy me has hecho el favor más grande, pues el Señor me entregó a ti y tú no me mataste. Porque si uno encuentra a su enemigo, ¿lo deja marchar por las buenas? ¡El Señor te pague lo que hoy has hecho conmigo! Ahora, mira, sé que tú serás rey y que el reino de Israel se consolidará en tu mano.
David y Abigail
1S 25,14-24a.28-39
En aquellos días, uno de los criados avisó a Abigail, la mujer de Nabal:
«David ha mandado unos emisarios desde el páramo a saludar a nuestro amo, y éste los ha tratado con malos modos, y eso que se portaron muy bien con nosotros, no nos molestaron ni nos faltó nada todo el tiempo que anduvimos con ellos, cuando estuvimos en descampado; día y noche nos protegieron mientras estuvimos con ellos guardando las ovejas. Así que mira a ver qué puedes hacer, porque ya está decidida la ruina de nuestro amo y de toda su casa; es un cretino que no atiende a razones.»
Abigail reunió aprisa doscientos panes, dos pellejos de vino, cinco ovejas adobadas, treinta y cinco litros de trigo tostado, cien racimos de pasas y doscientos panes de higos; lo cargó todo sobre los burros, y ordenó a los criados:
«Id delante de mí, yo os guiaré.»
Pero no dijo nada a Nabal, su marido. Mientras ella, montada en el burro, iba bajando al reparo del monte, David y su gente bajaban en dirección opuesta, hasta que se encontraron. David, por su parte, había comentado:
«He perdido el tiempo guardando todo lo de éste en el páramo para que él no perdiese nada. ¡Ahora me paga mal por bien! ¡Que Dios me castigue si antes del amanecer dejo vivo en toda la posesión de Nabal a uno solo de sus varones!»
En cuanto vio a David, Abigail se bajó del burro y se postró ante él, rostro en tierra. Postrada a sus pies, le dijo:
«Perdona la falta de tu servidora, que el Señor dará a mi señor una casa estable, porque mi señor pelea las guerras del Señor, ni en toda tu vida se te encontrará un fallo. Y, aunque alguno se ponga a perseguirte a muerte, la vida de mi señor está bien atada en el zurrón de la vida, al cuidado del Señor, tu Dios, mientras que la vida de tus enemigos la lanzará como piedras con la honda. Que cuando el Señor cumpla a mi señor todo lo que le ha prometido y lo haya constituido jefe de Israel, mi señor no tenga que sentir remordimientos ni desánimo por haber derramado sangre inocente y haber hecho justicia por su mano. Cuando el Señor colme de bienes a mi señor, acuérdate de tu servidora.»
David le respondió:
«¡Bendito el Señor, Dios de Israel, que te ha enviado hoy a mi encuentro! ¡Bendita tu prudencia y bendita tú, que me has impedido hoy derramar sangre y hacerme justicia por mi mano! ¡Vive el Señor, Dios de Israel, que me impidió hacerte mal! Si no te hubieras dado prisa en venir a encontrarme, al amanecer no le quedaba vivo a Nabal uno solo de sus varones.»
David le aceptó lo que ella le traía, y le dijo:
«Vete en paz a tu casa. Ya ves que te hago caso y te he guardado consideración.»
Al volver, Abigail encontró a Nabal celebrando en casa un banquete regio; estaba de buen humor y muy bebido, así que ella no le dijo lo más mínimo hasta el amanecer. Y a la mañana, cuando se le había pasado la borrachera, su mujer le contó lo sucedido; a Nabal se le agarrotó el corazón en el pecho y se quedó de piedra. Pasados unos diez días, el Señor hirió de muerte a Nabal, y falleció. David se enteró de que había muerto Nabal, y exclamó:
«¡Bendito el Señor, que se encargó de defender mi causa contra la afrenta que me hizo Nabal, librando a su siervo de hacer mal! ¡Hizo recaer sobre Nabal el daño que había hecho!».
Magnanimidad de David con Saúl
1S 26,5-25
En aquellos días, David fue hasta el campamento de Saúl, y se fijó en el sitio donde se acostaban Saúl y Abner, hijo de Ner, general del ejército; Saúl estaba acostado en el cercado de carros, y la tropa acampaba alrededor. David preguntó a Ajimélec, el hitita, y a Abisay, hijo de Seruyá, hermano de Joab:
«¿Quién quiere venir conmigo al campamento de Saúl?»
Abisay dijo:
«Yo voy contigo.»
David y Abisay fueron de noche al campamento; Saúl estaba echado, durmiendo en medio del cercado de carros, la lanza hincada en tierra a la cabecera. Abner y la tropa estaban echados alrededor. Entonces Abisay dijo a David:
«Dios te pone el enemigo en la mano. Voy a clavarlo en tierra de una lanzada; no hará falta repetir el golpe.»
Pero David replicó:
«¡No lo mates!, que no se puede atentar impunemente contra el ungido del Señor. Vive Dios, que sólo el Señor lo herirá: le llegará su hora y morirá, o acabará cayendo en la batalla. ¡Dios me libre de atentar contra el ungido del Señor! Toma la lanza que está a la cabecera y el botijo y vámonos.»
David tomó la lanza y el jarro de agua de la cabecera de Saúl, y se marcharon. Nadie los vio, ni se enteró, ni despertó: estaban todos dormidos, porque el Señor les había enviado un sueño profundo. David cruzó a la otra parte, se plantó en la cima del monte, lejos, dejando mucho espacio en medio; y gritó a la tropa y a Abner, hijo de Ner:
«Abner, ¿no respondes?»
Abner preguntó:
«¿Quién eres tú, que gritas al rey?»
David le dijo:
«¡Pues sí que eres todo un hombre! ¡El mejor de Israel! ¿Por qué no has guardado al rey, tu señor, cuando uno del pueblo entró a matarlo? ¡No te has portado bien! Vive Dios, que merecéis la muerte por no haber guardado al rey, vuestro señor, al ungido del Señor. Mira dónde está la lanza del rey y el botijo que tenía a la cabecera.»
Saúl reconoció la voz de David y dijo:
«¿Es tu voz, David, hijo mío?»
David respondió:
«Es mi voz, majestad.»
Y añadió:
«¿Por qué me persigues así, mi señor? ¿Qué he hecho, qué culpa tengo? Que vuestra majestad se digne escucharme: si es el Señor quien te instiga contra mí, apláquese con una oblación; pero si son los hombres, ¡malditos sean de Dios!, porque me expulsan hoy, y me impiden participar en la herencia del Señor, diciéndome que vaya a servir a otros dioses. Que mi sangre no caiga en tierra, lejos de la presencia del Señor, ya que el rey de Israel ha salido persiguiéndome a muerte, como se caza una perdiz por los montes.»
Saúl respondió:
«¡He pecado! Vuelve, hijo mío, David, que ya no te haré nada malo, por haber respetado hoy mi vida. He sido un necio, me he equivocado totalmente.»
David respondió:
«Aquí está la lanza del rey. Que venga uno de los mozos a recogerla. El Señor pagará a cada uno su justicia y su lealtad. Porque él te puso hoy en mis manos, pero yo no quise atentar contra el ungido del Señor. Que como yo he respetado hoy tu vida, respete el Señor la mía y me libre de todo peligro.»
Entonces Saúl le dijo:
«¡Bendito seas, David, hijo mío! Tendrás éxito en todas tus cosas.»
Luego David siguió su camino, y Saúl volvió a su palacio.
Muerte de Saúl
1S 31,1-4; 2S 2,1-16
En aquellos días, los filisteos entraron en combate con Israel. Los israelitas huyeron ante ellos, y muchos cayeron muertos en el monte Gelboé. Los filisteos persiguieron de cerca a Saúl y sus hijos, e hirieron a Jonatán, Abinadab y Malquisuá, hijos de Saúl. Entonces cayó sobre Saúl el peso del combate; los arqueros le dieron alcance y lo hirieron gravemente. Saúl dijo a su escudero:
«Saca la espada y atraviésame, no vayan a llegar esos incircuncisos y abusen de mí.»
Pero el escudero no quiso, porque le entró pánico. Entonces Saúl tomó la espada y se dejó caer sobre ella.
Al volver de su victoria sobre los amalecitas, David se detuvo dos días en Sicelag. Al tercer día de la muerte de Saúl, llegó uno del ejército con la ropa hecha jirones y polvo en la cabeza; cuando llegó, cayó en tierra, postrándose ante David. David le preguntó:
«¿De dónde vienes?»
Respondió:
«Me he escapado del campamento israelita.»
David dijo:
«¿Qué ha ocurrido? Cuéntame.»
El respondió:
«Pues que la tropa ha huido de la batalla, y ha habido muchas bajas entre la tropa y muchos muertos, y hasta han muerto Saúl y su hijo Jonatán.»
David preguntó entonces al muchacho que le informaba:
«¿Cómo sabes que han muerto Saúl y su hijo Jonatán?»
Respondió:
«Yo estaba casualmente en el monte Gelboé, cuando encontré a Saúl apoyado en su lanza, con los carros y los jinetes persiguiéndolo de cerca; se volvió, y al verme me llamó, y yo dije:
"¡A la orden!"
Me preguntó:
"¿Quién eres?"
Respondí:
"Soy un amalecita."
Entonces me dice:
"Échate encima y remátame, que estoy en los estertores y no acabo de morir."
Me acerqué a él y lo rematé, porque vi que, una vez caído, no viviría. Luego le quité la diadema de la cabeza y el brazalete del brazo y se los traigo aquí a mi señor.»
Entonces David agarró sus vestiduras y las rasgó, y sus acompañantes hicieron lo mismo. Hicieron duelo, lloraron y ayunaron hasta el atardecer por Saúl y por su hijo Jonatán, por el pueblo del Señor, por la casa de Israel, porque habían muerto a espada. David preguntó al que le había dado la noticia:
«¿De dónde eres?»
Respondió:
«Soy hijo de un emigrante amalecita.»
Entonces David le dijo:
«¿Y cómo te atreviste a alzar la mano para matar al ungido del Señor?»
Llamó a uno de los oficiales y le ordenó:
«¡Acércate y mátalo!»
El oficial lo hirió y lo mató. Y David sentenció:
«¡Eres responsable de tu muerte! Pues tu propia boca te acusó cuando dijiste: "Yo he matado al ungido del Señor."»
David es ungido en Hebrón como rey de Judá
2S 2,1-11; 3,1-5
En aquellos días, consultó David al Señor:
«¿Puedo ir a alguna ciudad de Judá?»
El Señor le respondió:
«Sí.»
David preguntó:
«¿A cuál debo ir?»
Respondió:
«A Hebrón.»
Entonces subieron allá David y sus dos mujeres, Ajinoán, la yezraelita, y Abigail, la mujer de Nabal, el de La Vega. Llevó también a todos sus hombres con sus familias y se establecieron en los alrededores de Hebrón. Los de Judá vinieron a ungir allí a David rey de Judá, y le informaron:
«Los de Yabés de Galaad han dado sepultura a Saúl.»
David mandó unos emisarios a los de Yabés de Galaad a decirles:
«El Señor os bendiga por esa obra de misericordia, por haber dado sepultura a Saúl, vuestro señor. El Señor os trate con misericordia y lealtad, que yo también os recompensaré esa acción. Ahora tened ánimo, sed valientes; Saúl, vuestro señor, ha muerto, pero Judá me ha ungido a mí rey suyo.»
Abner, hijo de Ner, general del ejército de Saúl, había recogido a Isbaal, hijo de Saúl, lo había trasladado a Los Castros y lo había nombrado rey de Galaad, de los de Aser, de Yezrael, Efraín, Benjamín y todo Israel; sólo Judá siguió a David. Isbaal, hijo de Saúl, tenía cuarenta años cuando empezó a reinar en Israel, y reinó dos años. David fue rey de Judá, en Hebrón, siete años y medio.
La guerra entre las familias de Saúl y David se prolongó. David iba afianzándose, mientras la familia de Saúl iba debilitándose.
David tuvo varios hijos en Hebrón: el primero fue Amnón, de Ajinoán, la yezraelita; el segundo fue Quilab, de Abigail, la mujer de Nabal, el de La Vega; el tercero, Absalón, de Maacá, hija de Talmay, rey de Guesur; el cuarto, Adonías, de Jaguit; el quinto, Safatías, de Abital; el sexto, Yitreán, de su esposa Eglá. Esos fueron los hijos que tuvo David en Hebrón.
David, rey de Israel. Conquista de Jerusalén
2S 4,2-5,7
En aquellos días, Isbaal, hijo de Saúl, tenía dos jefes de guerrillas: uno se llamaba Baaná y el otro Recab, hijos de Rimón, el de Pozos, benjaminitas. Porque también Pozos se consideraba perteneciente a Benjamín; los de Pozos huyeron a Dos Lagares y allí siguen todavía residiendo como forasteros.
Por otra parte, Jonatán, hijo de Saúl, tenía un hijo tullido de ambos pies: tenía cinco años cuando llegó de Yezrael la noticia de la muerte de Saúl y Jonatán; la niñera se lo llevó en la huida, pero, con las prisas de escapar, el niño cayó y quedó cojo; se llamaba Meribaal.
Los hijos de Rimón, el de Pozos, Baaná y Recab, iban de camino y, cuando calentaba el sol, llegaron a casa de Isbaal, que estaba echando la siesta. La portera se había quedado dormida mientras limpiaba el trigo. Recab y su hermano Baaná entraron libremente en la casa, llegaron a la alcoba donde estaba echado Isbaal, y lo hirieron de muerte; luego le cortaron la cabeza, la recogieron y caminaron toda la noche a través de la estepa. Llevaron la cabeza de Isbaal a David, a Hebrón, y dijeron al rey:
«Aquí está la cabeza de Isbaal, hijo de Saúl, tu enemigo, que intentó matarte. El Señor ha vengado hoy al rey, mi señor, de Saúl y su estirpe.»
Pero David dijo a Recab y Baaná, hijos de Rimón, el de Pozos:
«¡Vive Dios que me ha salvado la vida de todo peligro! Si al que me anunció: "Ha muerto Saúl", creyendo darme una buena noticia, lo agarré y lo ajusticié en Sicelag, pagándole así la buena noticia, con cuánta más razón, cuando unos malvados han asesinado a un inocente, en su casa, en su cama, vengaré la sangre que habéis derramado, extirpándoos de la tierra.»
David dio una orden a sus oficiales, y los mataron. Luego les cortaron manos y pies y los colgaron junto a la Alberca de Hebrón; en cambio, la cabeza de Isbaal la enterraron en la sepultura de Abner, en Hebrón.
Todas las tribus de Israel fueron a Hebrón a ver a David y le dijeron:
«Hueso y carne somos: ya hace tiempo, cuando todavía Saúl era nuestro rey, eras tú quien dirigías las entradas y salidas de Israel. Además el Señor te ha prometido: "Tú serás el pastor de mi pueblo Israel, tú serás el jefe de Israel."»
Todos los ancianos de Israel fueron a Hebrón a ver al rey, y el rey David hizo con ellos un pacto en Hebrón, en presencia del Señor, y ellos ungieron a David como rey de Israel. Tenía treinta años cuando empezó a reinar, y reinó cuarenta años; en Hebrón reinó sobre Judá siete años y medio, y en Jerusalén reinó treinta y tres años sobre Israel y Judá.
El rey y sus hombres marcharon sobre Jerusalén, contra los jebuseos que habitaban el país. Los jebuseos dijeron a David:
«No entrarás aquí. Te rechazarán los ciegos y los cojos.»
Era una manera de decir que David no entraría. Pero David conquistó el alcázar de Sión, o sea, la llamada Ciudad de David.
Traslado del arca a Jerusalén
2S 6,1-23
En aquellos días, David reunió nuevamente a los mozos israelitas: treinta mil hombres. Con todo su ejército emprendió la marcha a Baalá de Judá, para trasladar de allí el arca de Dios, que lleva la inscripción: «Señor de los ejércitos entronizado sobre querubines.» Pusieron el arca de Dios en un carro nuevo y la sacaron de casa de Abinabad, en El Cerro. Uzá y Ajió, hijos de Abinabad, guiaban el carro con el arca de Dios; Ajió marchaba delante del arca. David y los israelitas iban danzando ante el Señor con todo entusiasmo, cantando al son de cítaras y arpas, panderos, sonajas y platillos.
Cuando llegaron a la era de Nacón, los bueyes tropezaron, y Uzá alargó la mano al arca de Dios para sujetarla. El Señor se encolerizó contra Uzá por su atrevimiento, lo hirió y murió allí mismo, junto al arca de Dios. David se entristeció porque el Señor había arremetido contra Uzá, y puso a aquel sitio el nombre de Arremetida de Uzá, y así se llama ahora. Aquel día David temió al Señor, y dijo:
«¿Cómo va a venir a mi casa el arca del Señor?»
Y no quiso llevar a su casa, a la Ciudad de David, el arca del Señor, sino que la trasladó a casa de Obededom, el de Gat. El arca del Señor estuvo tres meses en casa de Obededom, el de Gat, y el Señor bendijo a Obededom y su familia. Informaron a David:
«El Señor ha bendecido a la familia de Obededom y toda su hacienda, en atención al arca de Dios.»
Entonces fue David y llevó el arca de Dios desde la casa de Obededom a la Ciudad de David, haciendo fiesta. Cuando los portadores del arca del Señor avanzaron seis pasos, sacrificó un toro y un ternero cebado. E iba danzando ante el Señor con todo entusiasmo, vestido sólo con un roquete de lino. Así iban llevando David y los israelitas el arca del Señor entre vítores y al sonido de las trompetas. Cuando el arca del Señor entraba en la Ciudad de David, Mical, hija de Saúl, estaba mirando por la ventana, y, al ver al rey David haciendo piruetas y cabriolas delante del Señor, lo despreció en su interior.
Metieron el arca del Señor y la instalaron en su sitio, en el centro de la tienda que David le había preparado. David ofreció holocaustos y sacrificios de comunión al Señor y, cuando terminó de ofrecerlos, bendijo al pueblo en el nombre del Señor de los ejércitos; luego repartió a todos, hombres y mujeres de la multitud israelita, un bollo de pan, una tajada de carne y un pastel de uvas pasas a cada uno. Después se marcharon todos, cada cual a su casa.
David se volvió para bendecir a su casa, y Mical, hija de Saúl, salió a su encuentro y dijo:
«¡Cómo se ha lucido el rey de Israel, desnudándose a la vista de las criadas de sus ministros, como lo haría un bufón cualquiera! »
David le respondió:
«Ante el Señor, que me prefirió a tu padre y a toda tu familia y me eligió como jefe de su pueblo, yo bailaré y todavía me rebajaré más; si a ti te parece despreciable, ante las criadas que dices, ante ésas, ganaré prestigio.»
Mical, hija de Saúl, no tuvo hijos en toda su vida.
La profecía mesiánica de Natán
2S 7,1-25
En aquellos días, cuando el rey David se estableció en su palacio, y el Señor le dio la paz con todos los enemigos que le rodeaban, el rey dijo al profeta Natán:
«Mira, yo estoy viviendo en casa de cedro, mientras el arca del Señor vive en una tienda.»
Natán respondió al rey:
«Ve y haz cuanto piensas, pues el Señor está contigo.»
Pero aquella noche recibió Natán la siguiente palabra del Señor:
«Ve y dile a mi siervo David: "Así dice el Señor: ¿Eres tú quien me va a construir una casa para que habite en ella? Desde el día en que saqué a los israelitas de Egipto hasta hoy, no he habitado en una casa, sino que he viajado de acá para allá en una tienda que me servía de santuario. Y, en todo el tiempo que viajé de acá para allá con los israelitas, ¿encargué acaso a algún juez de Israel, a los que mandé pastorear a mi pueblo Israel, que me construyese una casa de cedro?"
Pues bien, di esto a mi siervo David: "Así dice el Señor de los ejércitos: Yo te saqué de los apriscos, de andar tras las ovejas, para que fueras jefe de mi pueblo Israel. Yo estaré contigo en todas tus empresas, acabaré con tus enemigos, te haré famoso como a los más famosos de la tierra. Daré un puesto a Israel, mi pueblo: lo plantaré para que viva en él sin sobresaltos, y en adelante no permitiré que los malvados lo aflijan como antes, cuando nombré jueces para gobernar a mi pueblo Israel. Te pondré en paz con todos tus enemigos, te haré grande y te daré una dinastía.
Y, cuando tus días se hayan cumplido y te acuestes con tus padres, afirmaré después de ti la descendencia que saldrá de tus entrañas, y consolidaré el trono de su realeza. Él construirá una casa para mi nombre, y yo consolidaré el trono de su realeza para siempre. Yo seré para él padre, y él será para mí hijo; si se tuerce, lo corregiré con varas y golpes como suelen los hombres, pero no le retiraré mi lealtad como se la retiré a Saúl, al que aparté de mi presencia. Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia; tu trono permanecerá por siempre."»
Natán comunicó a David toda la visión y todas estas palabras. Entonces el rey David fue a presentarse ante el Señor y dijo:
«¿Quién soy yo, mi Señor, y qué es mi familia, para que me hayas hecho llegar hasta aquí? ¡Y, por si fuera poco para ti, mi Señor, has hecho a la casa de tu siervo una promesa para el futuro, mientras existan hombres, mi Señor! ¿Qué más puede añadirte David, si tú, mi Señor, conoces a tu siervo? Por tu palabra, y según tus designios, has sido magnánimo con tu siervo, revelándole estas cosas. Por eso eres grande, mi Señor, como hemos oído; no hay nadie como tú, no hay dios fuera de ti.
¿Y qué nación hay en el mundo como tu pueblo Israel, a quien Dios ha venido a librar para hacerlo suyo, y a darle renombre, y a hacer prodigios terribles en su favor, expulsando a las naciones y a sus dioses ante el pueblo que libraste de Egipto? Has establecido a tu pueblo Israel como pueblo tuyo para siempre, y tú, Señor, mantén siempre la promesa que has hecho a tu siervo y a su familia, cumple tu palabra.»
El pecado de David
2S 11,1-17.26-27
Al año siguiente, en la época en que los reyes van a la guerra, David envió a Joab con sus oficiales y todo Israel, a devastar la región de los amonitas y sitiar a Rabá. David, mientras tanto, se quedó en Jerusalén; y un día, a eso del atardecer, se levantó de la cama y se puso a pasear por la azotea del palacio, y desde la azotea vio a una mujer bañándose, una mujer muy bella. David mandó preguntar por la mujer, y le dijeron:
«Es Betsabé, hija de Alián, esposa de Urías, el hitita.»
David mandó a unos para que se la trajesen; llegó la mujer, y David se acostó con ella, que estaba purificándose de sus reglas. Después Betsabé volvió a su casa, quedó encinta y mandó este aviso a David:
«Estoy encinta.»
Entonces David mandó esta orden a Joab:
«Mándame a Urías, el hitita.»
Joab se lo mandó. Cuando llegó Urías, David le preguntó por Joab, el ejército y la guerra. Luego le dijo:
«Anda a casa a lavarte los pies.»
Urías salió del palacio, y detrás de él le llevaron un regalo del rey. Pero Urías, durmió a la puerta del palacio, con los guardias de su señor; no fue a su casa. Avisaron a David que Urías no había ido a su casa, y David le dijo:
«Has llegado de viaje, ¿por qué no vas a casa?»
Urías le respondió:
«El arca, Israel y Judá viven en tiendas; Joab, mi jefe, y sus oficiales acampan al raso; ¿y voy yo a ir a mi casa a banquetear y a acostarme con mi mujer? ¡Vive Dios!, por tu vida, no haré tal.»
David le dijo:
«Quédate aquí hoy, mañana te dejaré ir.»
Urías se quedó en Jerusalén aquel día. Al día siguiente, David lo convidó a un banquete y lo emborrachó. Al atardecer, Urías salió para acostarse con los guardias de su señor, y no fue a su casa. A la mañana siguiente, David escribió una carta a Joab y se la mandó por medio de Urías. El texto de la carta era:
«Pon a Urías en primera línea, donde sea más recia la lucha, y retiraos dejándolo solo, para que lo hieran y muera.»
Joab, que tenía cercada la ciudad, puso a Urías donde sabía que estaban los defensores más aguerridos. Los de la ciudad hicieron una salida, trabaron combate con Joab, y hubo algunas bajas en el ejército entre los oficiales de David; murió también Urías, el hitita.
La mujer de Urías oyó que su marido había muerto e hizo duelo por él. Cuando pasó el luto, David mandó a por ella y la recogió en su casa; la tomó como esposa, y le dio a luz un hijo. Pero el Señor reprobó lo que había hecho David.
Arrepentimiento de David
2S 12,1-25
El Señor envió a Natán a David. Entró Natán ante el rey y le dijo:
«Había dos hombres en un pueblo, uno rico y otro pobre. El rico tenía muchos rebaños de ovejas y bueyes; el pobre sólo tenía una corderilla que había comprado; la iba criando, y ella crecía con él y con sus hijos, comiendo de su pan, bebiendo de su vaso, durmiendo en su regazo: era como una hija. Llegó una visita a casa del rico, y no queriendo perder una oveja o un buey, para invitar a su huésped, cogió la cordera del pobre y convidó a su huésped.»
David se puso furioso contra aquel hombre y dijo a Natán:
«Vive Dios, que el que ha hecho eso es reo de muerte. No quiso respetar lo del otro; pues pagará cuatro veces el valor de la cordera.»
Natán dijo a David:
«¡Eres tú! Así dice el Señor, Dios de Israel: "Yo te ungí rey de Israel, te libré de las manos de Saúl, te entregué la casa de tu señor, puse sus mujeres en tus brazos, te entregué la casa de Israel y la de Judá, y, por si fuera poco, pienso darte otro tanto. ¿Por qué has despreciado tú la palabra del Señor, haciendo lo que a él le parece mal? Mataste a espada a Urías, el hitita, y te quedaste con su mujer. Pues bien, la espada no se apartará nunca de tu casa; por haberme despreciado, quedándote con la mujer de Urías."
Así dice el Señor: "Yo haré que de tu propia casa nazca tu desgracia; te arrebataré tus mujeres y ante tus ojos se las daré a otro, que se acostará con ellas a la luz del sol que nos alumbra. Tú lo hiciste a escondidas, yo lo haré ante todo Israel, en pleno día."»
David respondió a Natán:
«¡He pecado contra el Señor!»
Natán le dijo:
«El Señor ha perdonado ya tu pecado, no morirás. Pero, por haber despreciado al Señor con lo que has hecho, el hijo que te ha nacido morirá.»
Natán marchó a su casa.
El Señor hirió al niño que la mujer de Urías había dado a David, y cayó gravemente enfermo. David pidió a Dios por el niño, prolongó su ayuno y de noche se acostaba en el suelo. Los ancianos de su casa intentaron levantarlo, pero él se negó, ni quiso comer nada con ellos. El séptimo día murió el niño. Los cortesanos de David temieron darle la noticia de que había muerto el niño, pues se decían:
«Si cuando el niño estaba vivo le hablábamos al rey y no atendía a lo que decíamos, ¿cómo le decimos ahora que ha muerto el niño? ¡Hará un disparate!»
David notó que sus cortesanos andaban cuchicheando y adivinó que había muerto el niño; les preguntó:
«¿Ha muerto el niño?»
Ellos dijeron:
«Sí.»
Entonces David se levantó del suelo, se perfumó y se mudó; fue al templo a adorar al Señor; luego fue al palacio, pidió la comida, se la sirvieron, y comió. Sus cortesanos le dijeron:
«¿Qué manera es ésta de proceder? ¡Ayunabas y llorabas por el niño cuando estaba vivo, y en cuanto ha muerto te levantas y te pones a comer!»
David respondió:
«Mientras el niño estaba vivo, ayuné y lloré, pensando que quizá el Señor se apiadaría de mí, y el niño se curaría. Pero ahora ha muerto; ¿qué saco con ayunar? ¿Podré hacerlo volver? Soy yo quien irá donde él, él no volverá a mí.»
Luego consoló a su mujer Betsabé, fue y se acostó con ella. Betsabé dio a luz un hijo, y David le puso el nombre de Salomón; el Señor lo amó, y envió al profeta Natán, que le puso el nombre de Yedidías por orden del Señor.
Rebelión de Absalón y huida de David
2S 15,7-14.24-30; 16,5-13
En aquellos días, Absalón dijo al rey David:
«Déjame ir a Hebrón, a cumplir una promesa que hice al Señor, porque cuando estuve en Guesur de Jarán hice esta promesa: "Si el Señor me deja volver a Jerusalén, le ofreceré un sacrificio en Hebrón."»
El rey le dijo:
«Vete en paz.»
Absalón emprendió la marcha hacia Hebrón, pero despachó agentes por todas las tribus de Israel, con este encargo:
«Cuando oigáis el sonido de la trompa, decid: "¡Absalón es rey en Hebrón!"»
Desde Jerusalén marcharon con Absalón doscientos convidados; caminaban inocentemente, sin sospechar nada. Durante los sacrificios, Absalón mandó gente a Guiló para hacer venir del pueblo a Ajitófel, el guilonita, consejero de David. La conspiración fue tomando fuerza, porque aumentaba la gente que seguía a Absalón. Uno llevó esta noticia a David:
«Los israelitas se han puesto de parte de Absalón.»
Entonces David dijo a los cortesanos que estaban con él en Jerusalén:
«¡Ea, huyamos! Que, si se presenta Absalón, no nos dejará escapar. Salgamos a toda prisa, no sea que él se adelante, nos alcance y precipite la ruina sobre nosotros, y pase a cuchillo la población.»
Sadoc, con los levitas, llevaba el arca de la alianza de Dios, y la depositaron junto a Abiatar, hasta que toda la gente salió de la ciudad. Entonces el rey dijo a Sadoc:
«Vuélvete con el arca de Dios a la ciudad. Si alcanzo el favor del Señor, me dejará volver a ver el arca y su morada. Pero, si dice que no me quiere, aquí me tiene, haga de mí lo que le parezca bien.»
Luego añadió al sacerdote Sadoc:
«Volveos en paz a la ciudad, tú con tu hijo Ajimás, y Abiatar con su hijo Jonatán. Mirad, yo me detendré por los pasos del desierto, hasta que me llegue algún aviso vuestro.»
Sadoc y Abiatar volvieron con el arca de Dios a Jerusalén y se quedaron allí. David subió la cuesta de los Olivos; la subía llorando, la cabeza cubierta y los pies descalzos. Y todos sus acompañantes llevaban cubierta la cabeza, y subían llorando. Al llegar el rey David a Bajurín, salió de allí uno de la familia de Saúl, llamado Semeí, hijo de Guerá, insultándolo según venía. Y empezó a tirar piedras a David y a sus cortesanos -toda la gente y los militares iban a derecha e izquierda del rey-, y le maldecía:
«¡Vete, vete, asesino, canalla! El Señor te paga la matanza de la familia de Saúl, cuyo trono has usurpado. El Señor ha entregado el reino a tu hijo Absalón, mientras tú has caído en desgracia, porque eres un asesino.»
Abisay, hijo de Seruyá, dijo al rey:
«Ese perro muerto ¿se pone a maldecir a mi señor? ¡Déjame ir allá, y le corto la cabeza!»
Pero el rey dijo:
«¡No os metáis en mis asuntos, hijos de Seruyá! Déjale que maldiga, que, si el Señor le ha mandado que maldiga a David, ¿quién va a pedirle cuentas?»
Luego dijo David a Abisay y a todos sus cortesanos:
«Ya veis. Un hijo mío, salido de mis entrañas, intenta matarme, ¡y os extraña ese benjaminita! Dejadlo que me maldiga, porque se lo ha mandado el Señor. Quizá el Señor se fije en mi humillación y me pague con bendiciones estas maldiciones de hoy.»
David y los suyos siguieron su camino, mientras Semeí iba en dirección paralela por la loma del monte, echando maldiciones según caminaba, tirando piedras y levantando polvo.
Muerte de Absalón y duelo de David
2S 18,6-17.24-19,5
En aquellos días, el ejército de David salió al campo para hacer frente a Israel. Se entabló la batalla en la espesura de Efraín, y allí fue derrotado el ejército de Israel por los de David; fue una gran derrota la de aquel día: veinte mil bajas. La lucha se extendió a toda la zona, y la espesura devoró aquel día más gente que la espada.
Absalón fue a dar en un destacamento de David. Iba montado en un mulo, y, al meterse el mulo bajo el ramaje de una encina copuda, se le enganchó a Absalón la cabeza en la encina y quedó colgando entre el cielo y la tierra, mientras el mulo que cabalgaba se le escapó. Lo vio uno y avisó a Joab:
«¡Acabo de ver a Absalón colgado de una encina!»
Joab dijo al que le daba la noticia:
«Pues si lo has visto, ¿por qué no lo clavaste en tierra, y ahora yo tendría que darte diez monedas de plata y un cinturón?»
Pero el hombre le respondió:
«Aunque sintiera yo en la palma de la mano el peso de mil monedas de plata, no atentaría contra el hijo del rey; estábamos presentes cuando el rey os encargó, a ti, Abisay e Ittay, que le cuidaseis a su hijo Absalón. Si yo hubiera cometido por mi cuenta tal villanía, como el rey se entera de todo, tú te pondrías contra mí.»
Entonces Joab dijo:
«¡No voy a andar con contemplaciones por tu culpa!»
Agarró tres venablos y se los clavó en el corazón a Absalón, todavía vivo en el ramaje de la encina. Los diez asistentes de Joab se acercaron a Absalón y lo acribillaron, rematándolo. Joab tocó la trompeta para detener a la tropa, y el ejército dejó de perseguir a Israel. Luego agarraron a Absalón y lo tiraron a un hoyo grande en la espesura, y echaron encima un montón enorme de piedras. Los israelitas huyeron todos a la desbandada.
David estaba sentado entre las dos puertas. El centinela subió al mirador, encima de la puerta, sobre la muralla, levantó la vista y miró: un hombre venía corriendo solo. El centinela gritó y avisó al rey. El rey comentó:
«Si viene solo, trae buenas noticias.»
El hombre seguía acercándose. Y entonces el centinela divisó a otro hombre corriendo detrás, y gritó desde encima de la puerta:
«Viene otro hombre corriendo solo.»
Y el rey comentó:
«También ése trae buenas noticias.»
Luego dijo el centinela:
«Estoy viendo cómo corre el primero: corre al estilo de Ajimás, el de Sadoc.»
El rey comentó:
«Es buena persona, viene con buenas noticias.»
Cuando Ajimás se aproximó, dijo al rey:
«¡Paz!»
Y se postró ante el rey, rostro en tierra. Luego dijo:
«¡Bendito sea el Señor, tu Dios, que te ha entregado los que se habían sublevado contra el rey, mi señor!»
El rey preguntó:
«¿Está bien el muchacho Absalón?»
Ajimás respondió:
«Cuando tu siervo Joab me envió, yo vi un gran barullo, pero no sé lo que era.»
El rey dijo:
«Retírate y espera ahí.»
Se retiró y esperó allí. Y en aquel momento llegó el otro hombre, que era un etíope, y dijo:
«¡Albricias, majestad! ¡El Señor te ha hecho hoy justicia de los que se habían rebelado contra ti!»
El rey le preguntó:
«¿Está bien mi hijo Absalón?»
Respondió el etíope:
«¡Acaben como él los enemigos de vuestra majestad y cuantos se rebelen contra ti!»
Entonces el rey se estremeció, subió al mirador de encima de la puerta y se echó a llorar, diciendo mientras subía:
«¡Hijo mío, Absalón, hijo mío! ¡Hijo mío, Absalón! ¡Ojalá hubiera muerto yo en vez de ti, Absalón, hijo mío, hijo mío!»
A Joab le avisaron:
«El rey está llorando y lamentándose por Absalón.»
Así la victoria de aquel día fue duelo para el ejército, porque los soldados oyeron decir que el rey estaba afligido a causa de su hijo. Y el ejército entró aquel día en la ciudad a escondidas, como se esconden los soldados abochornados cuando han huido del combate. El rey se tapaba el rostro y gritaba:
«¡Hijo mío, Absalón! ¡Absalón, hijo mío, hijo mío!»
Censo del pueblo y construcción del altar
2S 24,1-4.10-18.24b-25
En aquellos días, el Señor volvió a encolerizarse contra Israel e instigó a David contra ellos:
«Anda, haz el censo de Israel y Judá.»
El rey ordenó a Joab y a los jefes del ejército que estaban con él:
«Id por todas las tribus de Israel, desde Dan hasta Berseba, a hacer el censo de la población, para que yo sepa cuánta gente tengo.»
Joab le respondió:
«¡Que el Señor, tu Dios, multiplique por cien la población, y que vuestra majestad lo vea con sus propios ojos! Pero ¿qué pretende vuestra majestad con este censo?»
La orden del rey se impuso al parecer de Joab y de los jefes del ejército, y salieron del palacio para hacer el censo de la población israelita. Pero, después de haber hecho el censo del pueblo, a David le remordió la conciencia y dijo al Señor:
«He cometido un grave error. Ahora, Señor, perdona la culpa de tu siervo, porque ha hecho una locura.»
Antes de que David se levantase por la mañana, el profeta Gad, vidente de David, recibió la palabra del Señor:
«Vete a decir a David: "Así dice el Señor: Te propongo tres castigos; elige uno, y yo lo ejecutaré."»
Gad se presentó a David y le notificó:
«¿Qué castigo escoges? Tres años de hambre en tu territorio, tres meses huyendo perseguido por tu enemigo, o tres días de peste en tu territorio. ¿Qué le respondo al Señor, que me ha enviado?»
David contestó:
«¡Estoy en un gran apuro! Mejor es caer en manos de Dios, que es compasivo, que caer en manos de hombres.»
Y David escogió la peste. Eran los días de la recolección del trigo. El Señor mandó entonces la peste a Israel, desde la mañana hasta el tiempo señalado. Y desde Dan hasta Berseba, murieron setenta mil hombres del pueblo. El ángel extendió su mano hacia Jerusalén para asolarla. Entonces David, al ver al ángel que estaba hiriendo a la población, dijo al Señor:
«¡Soy yo el que ha pecado! ¡Soy yo el culpable! ¿Qué han hecho estas ovejas? Carga la mano sobre mí y sobre mi familia.»
El Señor se arrepintió del castigo, y dijo al ángel, que estaba asolando a la población:
«¡Basta! ¡Detén tu mano!»
El ángel del Señor estaba junto a la era de Arauná, el jebuseo. Y Gad fue aquel día a decir a David:
«Vete a edificar un altar al Señor en la era de Arauná, el jebuseo.»
Así, compró David la era y los bueyes de Arauná por medio quilo de plata. Construyó allí un altar al Señor, ofreció holocaustos y sacrificios de comunión, el Señor se aplacó con el país, y cesó la mortandad en Israel.
David prepara la construcción del templo
1Cro 22,5-19
En aquellos días, David pensó:
«Salomón, mi hijo, es todavía joven y débil. Y el templo que hay que construir al Señor debe ser grandioso, para que su fama y gloria se extienda por todos los países. Voy a comenzar los preparativos.»
Y así lo hizo generosamente antes de morir. Luego llamó a su hijo Salomón y le mandó construir un templo al Señor, Dios de Israel, diciéndole:
«Hijo mío, yo tenía pensado edificar un templo en honor del Señor, mi Dios. Pero él me dijo: "Has derramado mucha sangre y has combatido en grandes batallas. No edificarás un templo en mi honor, porque has derramado mucha sangre en mi presencia. Pero tendrás un hijo que será un hombre pacífico, y le haré vivir en paz con todos los enemigos de alrededor. Su nombre será Salomón, y en sus días concederé paz y tranquilidad a Israel. Él edificará un templo en mi honor; será para mí un hijo, yo seré para él un padre, y consolidaré por siempre su trono real en Israel."
Hijo mío, que el Señor esté contigo y te ayude a construir un templo al Señor, tu Dios, según sus designios sobre ti. Basta que el Señor te conceda prudencia e inteligencia para gobernar a Israel, cumpliendo la ley del Señor, tu Dios. Tu éxito depende de que pongas por obra los mandatos y preceptos que el Señor mandó a Israel por medio de Moisés. ¡Ánimo, sé valiente! ¡No te asustes ni te acobardes! Mira, con grandes sacrificios he ido reuniendo para el templo del Señor treinta y cuatro mil toneladas de oro, trescientas cuarenta mil toneladas de plata, bronce y hierro en cantidad incalculable; además, madera y piedra. Tú añadirás aún más. Dispones también de gran cantidad de artesanos: canteros, albañiles, carpinteros y obreros de todas las especialidades. Hay oro, plata, bronce y hierro de sobra. Pon manos a la obra, y que el Señor te acompañe.»
David ordenó que todas las autoridades de Israel ayudasen a su hijo Salomón. Les dijo:
«El Señor, vuestro Dios, está con vosotros y os ha dado paz en las fronteras, después de poner en mis manos a los habitantes de esta tierra, que ahora se halla sometida al Señor y a su pueblo. Ahora, en cuerpo y alma, a servir al Señor y a construir un santuario, para colocar el arca de la alianza del Señor y los objetos sagrados en ese templo construido en honor del Señor.»
1Cro 29,10-13: Solo a Dios honor y gloria
Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo (Ef 1,3)
Bendito eres, Señor,
Dios de nuestro padre Israel,
por los siglos de los siglos.
Tuyos son, Señor, la grandeza y el poder,
la gloria, el esplendor, la majestad,
porque tuyo es cuanto hay en cielo y tierra,
tú eres rey y soberano de todo.
De ti viene la riqueza y la gloria,
tú eres Señor del universo,
en tu mano está el poder y la fuerza,
tú engrandeces y confortas a todos.
Por eso, Dios nuestro,
nosotros te damos gracias,
alabando tu nombre glorioso.
Dios de nuestro padre Israel,
por los siglos de los siglos.
Tuyos son, Señor, la grandeza y el poder,
la gloria, el esplendor, la majestad,
porque tuyo es cuanto hay en cielo y tierra,
tú eres rey y soberano de todo.
De ti viene la riqueza y la gloria,
tú eres Señor del universo,
en tu mano está el poder y la fuerza,
tú engrandeces y confortas a todos.
Por eso, Dios nuestro,
nosotros te damos gracias,
alabando tu nombre glorioso.
David señala como sucesor suyo a Salomón
1R 1,11-35; 2,10-12
En aquellos días, Natán dijo a Betsabé, madre de Salomón:
«¿No has oído que Adonías, hijo de Jaguit, se ha proclamado rey sin que lo sepa David, nuestro señor? Pues te voy a dar un consejo para que salgáis con vida tú y tu hijo Salomón: vete al rey David y dile: "Majestad, tú me juraste: `Tu hijo Salomón me sucederá en el reino y se sentará en mi trono.´ Entonces, ¿por qué Adonías se ha proclamado rey?" Mientras estés tú allí hablando con el rey, entraré yo detrás de ti para completar tus palabras.»
Betsabé se presentó al rey en la alcoba. El rey estaba muy viejo, y la sunamita Abisag lo cuidaba. Betsabé se inclinó, postrándose ante el rey, y éste le preguntó:
«¿Qué quieres?»
Betsabé respondió:
«¡Señor! Tú le juraste a tu servidora, por el Señor, tu Dios: "Tu hijo Salomón me sucederá en el reino y se sentará en mi trono." Pero ahora resulta que Adonías se ha proclamado rey, sin que vuestra majestad lo sepa. Ha sacrificado toros, terneros cebados y ovejas en cantidad y ha convidado a todos los hijos del rey, al sacerdote Abiatar y al general Joab, pero no ha convidado a tu siervo Salomón. ¡Majestad! Todo Israel está pendiente de ti, esperando que les anuncies quién va a suceder en el trono al rey, mi señor; porque el rey va a reunirse con sus antepasados, y mi hijo Salomón y yo vamos a aparecer como usurpadores.»
Estaba todavía hablando con el rey, cuando llegó el profeta Natán. Avisaron al rey:
«Está ahí el profeta Natán.»
Natán se presentó al rey, se postró ante él rostro en tierra, y dijo:
«¡Majestad! Sin duda tú has dicho: "Adonías me sucederá en el reino y se sentará en mi trono"; porque hoy ha ido a sacrificar toros, terneros cebados y ovejas en cantidad, y ha convidado a todos los hijos del rey, a los generales y al sacerdote Abiatar, y ahí están banqueteando con él, y le aclaman: "¡Viva el rey Adonías!" Pero no ha convidado a este servidor tuyo, ni al sacerdote Sadoc, ni a Benayas, hijo de Yehoyadá, ni a tu siervo Salomón. Si esto se ha hecho por orden de vuestra majestad, ¿por qué no habías comunicado a tus servidores quién iba a sucederte en el trono?»
El rey David dijo:
«Llamadme a Betsabé.»
Ella se presentó al rey y se quedó en pie ante él. Entonces el rey juró:
«¡Vive Dios, que me libró de todo peligro! Te juré por el Señor, Dios de Israel: "Tu hijo Salomón me sucederá en el reino y se sentará en mi trono." ¡Pues voy a hacerlo hoy mismo!»
Betsabé se inclinó rostro en tierra ante el rey, y dijo:
«¡Viva siempre el rey David, mi señor!»
El rey David ordenó:
«Llamadme al sacerdote Sadoc, el profeta Natán y a Benayas, hijo de Yehoyadá.»
Cuando se presentaron ante el rey, éste les dijo:
«Tomad con vosotros a los ministros de vuestro señor. Montad a mi hijo Salomón en mi propia mula. Bajadlo al Manantial. El sacerdote Sadoc lo ungirá allí rey de Israel; tocad la trompeta y aclamad: "¡Viva el rey Salomón!" Luego subiréis detrás de él, y cuando llegue se sentará en mi trono y me sucederá en el reino, porque lo nombro jefe de Israel y Judá.»
David fue a reunirse con sus antepasados y lo enterraron en la Ciudad de David. Reinó en Israel cuarenta años: siete en Hebrón y treinta y tres en Jerusalén. Salomón le sucedió en el trono, y su reino se consolidó.