Esteban
- «No nos parece bien descuidar la palabra de Dios para ocuparnos de la administración. Por tanto, hermanos, escoged a siete de vosotros, hombres de buena fama, llenos de espíritu y de sabiduría, y los encargaremos de esta tarea: nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la palabra.»
La propuesta les pareció bien a todos y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y de Espíritu Santo, a Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Parmenas y Nicolás, prosélito de Antioquía. Se los presentaron a los apóstoles y ellos les impusieron las manos orando.
La palabra de Dios iba cundiendo, y en Jerusalén crecía mucho el número de discípulos; incluso muchos sacerdotes aceptaban la fe.
CLAVE DE LECTURA
FIESTA DE SAN ESTEBAN PROTOMÁRTIR
PAPA FRANCISCO
ÁNGELUS
Martes 26 de diciembre de 2017
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Después de haber celebrado el nacimiento de Jesús, hoy celebramos el nacimiento de san Esteban, el primer mártir. Incluso si a primera vista podría parecer que entre los dos aniversarios no hay un vínculo, en realidad sí lo hay y es un vínculo muy fuerte.
Ayer, en la liturgia de Navidad escuchamos proclamar «y la Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros» (Juan 1, 14). San Esteban puso en crisis a los jefes de su pueblo, porque estaba «lleno de fe y de Espíritu Santo» (Hechos 6, 5), creía firmemente y profesaba la nueva presencia de Dios entre los hombres; sabía que el verdadero templo de Dios es, de hecho, Jesús, Verbo eterno llegado para habitar entre nosotros, hecho en todo como nosotros, excepto en el pecado. Pero san Esteban es acusado de predicar la destrucción del templo de Jerusalén. La acusación que hacen contra él es haber afirmado que «Jesús, ese Nazareno, destruiría este lugar y cambiaría las costumbres que Moisés nos ha transmitido» (Hechos 6, 14).
En efecto, el mensaje de Jesús es incómodo y nos incomoda, porque desafía el poder religioso mundano y provoca las conciencias. Después de su venida, es necesario convertirse, cambiar la mentalidad, renunciar a pensar como antes, cambiar, convertirse. Esteban quedó anclado al mensaje de Jesús hasta su muerte. Sus últimas oraciones: «Señor Jesús, recibe mi espíritu» y «Señor, no les tengas en cuenta este pecado» (Hechos 7, 59-60), estas dos oraciones son eco fiel de las pronunciadas por Jesús en la cruz: «Padre, en tus manos pongo mi espíritu» (Lucas 23, 46) y «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen» (v. 34). Esas palabras de Esteban fueron posibles solamente porque el Hijo de Dios vino sobre la tierra y murió y resucitó por nosotros; antes de estos eventos eran expresiones humanamente impensables. Esteban suplica a Jesús acoger su espíritu. Cristo resucitado, de hecho, es el Señor y es el único mediador entre Dios y los hombres, no solamente en la hora de nuestra muerte, sino también en cada instante de la vida: sin Él no podemos hacer nada (cf. Juan 15, 5). Por lo tanto, también nosotros, frente al Niño Jesús en el pesebre, podemos rezar así: «Señor, Jesús, te confiamos nuestro espíritu, acógelo», para que nuestra existencia sea realmente una vida buena según el Evangelio.
Jesús es nuestro mediador y nos reconcilia no solamente con el Padre, sino también entre nosotros. Él es la fuente de amor, que nos abre a la comunión con los hermanos, a amarnos entre nosotros, eliminando cada conflicto y resentimiento. Sabemos que los resentimientos son algo feo, hacen tanto daño ¡y nos hacen tanto daño! Y Jesús elimina todo esto y hace que nos amemos. Este es el milagro de Jesús. Pidamos a Jesús, nacido por nosotros, que nos ayude a asumir este doble comportamiento de confianza en el Padre y de amor por el prójimo; es un comportamiento que transforma la vida y la hace más hermosa, más fructuosa.
A María, Madre del Redentor y Reina de los mártires, elevamos con confianza nuestra oración, para que nos ayude a acoger a Jesús como Señor de nuestra vida y a convertirnos en sus valientes testigos, preparados para pagar en persona el precio de la fidelidad al Evangelio.
Clave de lectura: "El pequeño linchamiento diario de las habladurías"
Martes, 28 de abril de 2020
Homilía del Papa Francisco
En la primera lectura de estos días hemos oído el martirio de Esteban: una cosa simple, cómo sucedió. Los doctores de la Ley no toleraban la claridad de la doctrina, y, apenas proclamada, fueron a pedirle a alguien que dijera que había oído que Esteban blasfemaba contra Dios, contra la Ley (cf. Hch 6,11-14). Y después de eso, se abalanzaron sobre él y lo apedrearon, así de sencillo (cf. Hch 7,57-58). Es una estructura de acción que no es la primera: también con Jesús hicieron lo mismo (cf. Mt 26, 60-62). Convencieron al pueblo que estaba allí de que Jesús era un blasfemo y gritaba: «Crucifícale» (Mc 15,13). Es una bestialidad. Una bestialidad, partir de falsos testimonios para llegar a “hacer justicia”. Este es el esquema. También en la Biblia hay casos como este: a Susana le hicieron lo mismo (cf. Dn 13,1-64), a Nabot le hicieron lo mismo (cf. 1Re 21,1-16), luego Amán trató de hacer lo mismo con el pueblo de Dios (cf. Est 3, 1-14). Noticias falsas, calumnias que instigan al pueblo y piden justicia. Es un linchamiento, un verdadero linchamiento.
Y así, lo llevan al juez, para que el juez le dé forma legal a esto: pero ya había sido juzgado, el juez debe ser muy, pero que muy valiente para ir en contra de un juicio “tan popular”, hecho a propósito, preparado. Es el caso de Pilatos: Pilatos vio claramente que Jesús era inocente, pero vio a la gente, se lavó las manos (cf. Mt 27,24-26). Es una forma de hacer jurisprudencia. También lo vemos hoy en día: también hoy ocurre, en algunos países, cuando se quiere dar un golpe de Estado o “eliminar” a algún político para que no se presente a las elecciones, se hace esto: noticias falsas, calumnias, después se le encarga a un juez de esos a los que les gusta crear jurisprudencia con este positivismo situacional que está de moda, y luego la condena. Es un linchamiento social. Y así se le hizo a Esteban, así se hizo el juicio de Esteban: llevan a juicio a uno ya juzgado por el pueblo engañado.
Esto también sucede con los mártires de hoy: que los jueces no tienen la posibilidad de hacer justicia porque ya han sido juzgados. Pensemos en Asia Bibi, por ejemplo, que hemos visto: diez años de prisión porque fue juzgada por una calumnia y un pueblo que quería su muerte. Frente a esta avalancha de falsas noticias que crean opinión, muchas veces no se puede hacer nada: no se puede hacer nada.
Pienso mucho, en esto, en la Shoah. La Shoah es un caso de este tipo: se creó una opinión en contra de un pueblo y luego fue normal decir: “Sí, sí: hay que matarlos, hay que matarlos”. Una forma de proceder para “eliminar” la gente que molesta, que disturba.
Todos sabemos que esto no es bueno, pero lo que no sabemos es que hay un pequeño linchamiento diario que intenta condenar a las personas, crear una mala reputación a las personas, descartarlas, condenarlas: el pequeño linchamiento diario de las habladurías que crea una opinión; y muchas veces uno oye hablar mal de alguien y dice: “¡Pero no, esta persona es una persona correcta!” — “No, no: se dice que...”, y con ese “se dice que” se crea una opinión para acabar con una persona. La verdad es otra: la verdad es el testimonio de lo verdadero, de las cosas que una persona cree; la verdad es clara, es transparente. La verdad no tolera las presiones. Veamos a Esteban, mártir: el primer mártir después de Jesús. Primer mártir. Pensemos en los apóstoles: todos dieron testimonio. Y pensemos en muchos mártires, también en el de hoy, San Pedro Chanel: fueron las habladurías las que decían que estaba en contra del rey... se crea una fama, y es asesinado. Y pensemos en nosotros, en nuestra lengua: tantas veces nosotros, con nuestros comentarios, empezamos un linchamiento de este tipo. Y en nuestras instituciones cristianas, hemos visto tantos linchamientos diarios que nacieron de las habladurías.
Que el Señor nos ayude a ser justos en nuestros juicios, a no empezar o continuar esta condena masiva que provocan las habladurías.
FIESTA DE SAN ESTEBAN PROTOMÁRTIR
PAPA FRANCISCO
ÁNGELUS
Biblioteca del Palacio Apostólico
Sábado, 26 de diciembre de 2020
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Ayer el Evangelio hablaba de Jesús como «luz verdadera» que viene al mundo, luz que «brilla en las tinieblas» y que «las tinieblas no la vencieron» (Jn 1,9.5). Hoy vemos al testigo de Jesús, san Esteban, que brilla en las tinieblas. Los testigos brillan con la luz de Jesús, no tienen luz propia. La Iglesia tampoco tiene luz propia; por eso los antiguos padres llamaron a la Iglesia “el misterio de la luna”. Al igual que la luna no tiene luz propia, los testigos no tienen luz propia, son capaces de tomar la luz de Jesús y reflejarla. Esteban es acusado falsamente y lapidado brutalmente, pero en las tinieblas del odio, en el tormento de la lapidación, hace brillar la luz de Jesús: reza por los que le están matando y los perdona, como Jesús en la cruz. Es el primer mártir, es decir, el primer testigo, el primero de una gran multitud de hermanos y hermanas que, hasta hoy, siguen llevando luz a las tinieblas: personas que responden al mal con el bien, que no ceden a la violencia y la mentira, sino que rompen la espiral del odio con la mansedumbre del amor. Estos testigos iluminan el alba de Dios en las noches del mundo.
Pero, ¿cómo se convierte uno en testigo? Imitando a Jesús, tomando luz de Jesús. Este es el camino para todo cristiano: imitar a Jesús, tomar la luz de Jesús. San Esteban nos da el ejemplo: Jesús había venido para servir y no para ser servido (cf. Mc 10,45), y él vive para servir y no para ser servido, y viene para servir: Esteban fue elegido diácono, se hace diácono, es decir, servidor, y sirve a los pobres en las mesas (cf. Hch 6,2). Trata de imitar al Señor todos los días y lo hace hasta el final: al igual que Jesús es capturado, condenado y asesinado fuera de la ciudad y, como Jesús, reza y perdona. Dice mientras le apedreaban: «Señor, no les tengas en cuenta este pecado » (7,60). Esteban es testigo porque imita a Jesús.
Sin embargo, podría surgir una pregunta: ¿hacen falta realmente estos testimonios de bondad cuando en el mundo se propaga la maldad? ¿Para qué sirve rezar y perdonar? ¿Solo para dar un buen ejemplo? ¿Para qué sirve esto? No, es mucho más. Lo descubrimos por un detalle. Entre aquellos por los que Esteban rezaba y a los que perdonaban había, dice el texto, «un joven, llamado Saulo» (v. 58), que «aprobaba su muerte» (8,1). Poco después, por la gracia de Dios, Saulo se convierte, recibe la luz de Jesús, la acepta, se convierte y deviene Pablo, el más grande misionero de la historia. Pablo nace precisamente por la gracia de Dios, pero a través del perdón de Esteban, a través del testimonio de Esteban. Esta es la semilla de su conversión. Es una prueba de que los gestos de amor cambian la historia: incluso los pequeños, ocultos, cotidianos. Porque Dios guía la historia a través del humilde valor de quien reza, ama y perdona. Muchos santos ocultos, los santos de la puerta de al lado, testigos ocultos de vida, cambian la historia con pequeños gestos de amor.
Ser testigos de Jesús es válido también para nosotros. El Señor quiere que hagamos de la vida una obra extraordinaria a través de los gestos comunes, los gestos de todos los días. En el lugar donde vivimos, en familia, en el trabajo, en todas partes, estamos llamados a ser testigos de Jesús, aunque solo sea regalando la luz de una sonrisa, luz que no es nuestra: es de Jesús, e incluso solo huyendo de las sombras de las habladurías y los chismes. Y, si vemos algo que no va bien, en lugar de criticar, chismorrear y quejarnos, recemos por quienes se equivocaron y por esa difícil situación. Y cuando surja una discusión en casa, en lugar de intentar prevalecer, intentemos resolver; y empezar de nuevo cada vez, perdonando a quien ofende. Pequeñas cosas, pero cambian la historia, porque abren la puerta, abren la ventana a la luz de Jesús. San Esteban, mientras recibía las piedras del odio, devolvía palabras de perdón. Así cambió la historia. También nosotros podemos transformar el mal en bien todos los días, como sugiere un hermoso proverbio que dice: «Haz como la palmera, le tiran piedras y deja caer dátiles».
Recemos hoy por los que sufren persecución por el nombre de Jesús. Lamentablemente son muchos. Más que en los primeros tiempos de la Iglesia. Encomendemos a la Virgen María estos hermanos y hermanas nuestros, que responden a la opresión con mansedumbre y, como verdaderos testigos de Jesús, vencen el mal con el bien.