Ester

Repudio de Vasti y elección de Ester
Est 1,1-3.9-13.15-16.19; 2,5-10.16-17
Era en tiempo del rey Asuero, aquel Asuero cuyo imperio abarcaba ciento veintisiete provincias, desde la India hasta Etiopía.
El año tercero de su reinado, el rey, que residía en la acrópolis de Susa, ofreció un banquete a todos los generales y oficialidad del ejército persa y medo, a la nobleza de palacio y a los gobernadores de las provincias. Por su parte, la reina Vasti ofreció un banquete a las mujeres del palacio real de Asuero.
El séptimo día, cuando el rey estaba alegre por el vino, ordenó a Maumán, Bazata, Jarbona, Bagatá, Abgatá, Zetar y Carcás, los siete eunucos adscritos al servicio personal del rey Asuero, que le trajeran a la reina Vasti con su corona real, para que los generales y el pueblo admirasen su belleza, porque era muy hermosa. Pero, cuando los eunucos le transmitieron la orden del rey, la reina Vasti no quiso ir. El rey tuvo un acceso de ira y montó en cólera; luego consultó a los letrados, porque los asuntos del rey se solían consultar a los expertos en derecho, y les preguntó:
«¿Qué sanción hay que imponer a la reina Vasti por no haber obedecido la orden del rey Asuero, transmitida por los eunucos?»
Ante el rey y los grandes del reino, respondió Memucán:
«La reina Vasti no sólo ha faltado al rey, sino a todos los gobernadores y a todos los súbditos que tiene el rey Asuero en las provincias. Si al rey le parece bien, publique un decreto real, que se incluirá en la legislación de Persia y Media con carácter irrevocable, prohibiendo que Vasti se presente al rey Asuero y otorgando el título de reina a otra mejor que ella.»
En la acrópolis de Susa vivía un judío llamado Mardoqueo, hijo de Yaír, de Semeí, de Quis, benjaminita, que había sido deportado desde Jerusalén con Jeconías, rey de Judá, entre los cautivos que se llevó Nabucodonosor, rey de Babilonia. Mardoqueo había criado a Edisa, es decir, Ester, prima suya, huérfana de padre y madre. La muchacha era muy guapa y atractiva, y, al morir sus padres, Mardoqueo la adoptó por hija.
Cuando se promulgó el decreto real, llevaron a muchas chicas a la acrópolis de Susa, bajo las órdenes de Hegeo, y llevaron también a Ester a palacio y se la encomendaron a Hegeo, guardián de las mujeres.
A Hegeo le gustó la muchacha y, como le agradó, le dio inmediatamente las cremas de tocador y los alimentos y le asignó siete esclavas, escogidas del palacio real; después la trasladó, con sus esclavas, a un apartamento mejor dentro del harén. Ester no dijo de qué raza ni de qué familia era, porque Mardoqueo se lo había prohibido.
En el año séptimo del reinado de Asuero, el mes de enero, o sea, el mes Tebet, llevaron a Ester al palacio real, al rey Asuero, y el rey la prefirió a las otras mujeres, tanto que la coronó, nombrándola reina en vez de Vasti.
Los judíos en peligro
Est 3,1-15
En aquellos días, el rey Asuero ascendió a Amán, hijo de Hamdatá, de Agag. Le asignó un trono más alto que el de los ministros colegas suyos. Todos los funcionarios de palacio, según orden del rey, rendían homenaje a Amán doblando la rodilla, pero Mardoqueo no le rendía homenaje doblando la rodilla. Los funcionarios de palacio le preguntaron:
«¿Por qué desobedeces la orden del rey?»
Y, como se lo decían día tras día sin que les hiciera caso, lo denunciaron a Amán, por ver si a Mardoqueo le valían sus excusas, pues les había dicho que era judío.
Amán comprobó que Mardoqueo no le rendía homenaje doblando la rodilla, y montó en cólera. Pero no se contentó con echar mano sólo a Mardoqueo; como le habían dicho a qué raza pertenecía, pensó aniquilar con él a todos los judíos del imperio de Asuero.
El año doce del reinado de Asuero, el mes primero, o sea, el mes de abril, se hizo ante Amán el sorteo, llamado «pur», por días y por meses. La suerte cayó en el mes doce, o sea, el mes de marzo. Amán dijo al rey Asuero:
«Hay una raza aislada, diseminada entre todas las razas de las provincias de tu imperio. Tienen leyes diferentes de los demás y no cumplen los decretos reales. Al rey no le conviene tolerarlos. Si a vuestra majestad le parece bien, decrete su exterminio, y yo entregaré a la hacienda diez mil monedas de plata para el tesoro real.»
El rey se quitó el anillo del sello y se lo entregó a Amán, hijo de Hamdatá, de Agag, enemigo de los judíos, diciéndole:
«Haz con ellos lo que te parezca, y quédate con el dinero.»
Los notarios del reino fueron convocados para el día trece del mes primero. Y, tal como ordenó Amán, redactaron un documento destinado a los sátrapas reales, a los gobernadores de cada una de las provincias y a los jefes de cada pueblo, a cada provincia en su escritura y a cada pueblo en su lengua. Estaba escrito en nombre del rey Asuero y sellado con el sello real.
A todas las provincias del imperio llevaron los correos cartas ordenando exterminar, matar y aniquilar a todos los judíos, niños y viejos, chiquillos y mujeres, y saquear sus bienes el mismo día: el día trece del mes de marzo, o sea, el mes de Adar.
El texto de la carta, con fuerza de ley para todas y cada una de las provincias, se haría público a fin de que todos estuviesen preparados para aquel día. Obedeciendo al rey, los correos partieron veloces. El edicto fue promulgado en la acrópolis de Susa y, mientras el rey y Amán banqueteaban, toda Susa quedó consternada.
Amán intenta la ruina de todos los judíos
Est 4,1-8; 15,2-3; 4,9-17
Cuando Mardoqueo supo lo que pasaba, se rasgó las vestiduras, se vistió un sayal, se echó ceniza y salió por la ciudad lanzando gritos de dolor. Y llegó hasta la puerta del palacio real, que no podía franquearse llevando un sayal.
De provincia en provincia, según se iba publicando el decreto real, todo era un gran duelo, ayuno, llanto y luto para los judíos; muchos se acostaron sobre saco y ceniza.
Las esclavas y los eunucos de Ester fueron a decírselo, y la reina quedó consternada; mandó ropa a Mardoqueo para que se vistiera y se quitara el sayal, pero Mardoqueo no la aceptó.
Entonces Ester llamó a Hatac, uno de los eunucos reales al servicio de la reina, y le mandó ir a Mardoqueo para informarse de lo que pasaba y por qué hacía aquello. Hatac fue a hablar con Mardoqueo, que estaba en la plaza, ante la puerta de palacio. Mardoqueo le comunicó lo que había pasado: le contó en detalle lo del dinero que Amán había prometido ingresar en el tesoro real a cambio del exterminio de los judíos y le dio una copia del decreto que había sido promulgado en Susa ordenando el exterminio de los judíos, para que se la enseñará a Ester y le informara; y que mandase a la reina presentarse al rey, intercediendo en favor de los suyos. Que le dijese:
«Acuérdate de cuando eras pequeña, y yo te daba de comer. El virrey Amán ha pedido nuestra muerte. Invoca al Señor, habla al rey en favor nuestro, líbranos de la muerte.»
Hatac transmitió a Ester la respuesta de Mardoqueo, y Ester le dio este recado para Mardoqueo:
«Los funcionarios reales y la gente de las provincias del imperio saben que, por decreto real, cualquier hombre o mujer que se presente al rey en el patio interior sin haber sido llamado es reo de muerte; a no ser que el rey, extendiendo su cetro de oro, le perdone la vida. Pues bien, hace un mes que el rey no me ha llamado.»
Cuando Mardoqueo recibió la respuesta de Ester, ordenó que le contestaran:
«No creas que por estar en palacio vas a ser tú la única que quede con vida entre todos los judíos. ¡Ni mucho menos! Si ahora te niegas a hablar, la liberación y la ayuda les vendrán a los judíos de otra parte, pero tú y tu familia pereceréis. Quizá has subido al trono para esta ocasión.»
Entonces Ester envió esta respuesta a Mardoqueo:
«Vete a reunir a todos los judíos que viven en Susa; ayunad por mí. No comáis ni bebáis durante tres días con sus noches. Yo y mis esclavas haremos lo mismo y, al acabar, me presentaré ante el rey, incluso contra su orden. Si hay que morir, moriré.»
Mardoqueo se fue a cumplir las instrucciones de Ester.
Oración de la reina Ester
Est 14,1-19
En aquellos días, la reina Ester, temiendo el peligro inminente, acudió al Señor. Se despojó de sus ropas lujosas y se vistió de luto; en vez de perfumes refinados, se cubrió la cabeza de ceniza y basura, y se desfiguró por completo, cubriendo con sus cabellos revueltos aquel cuerpo que antes se complacía en adornar. Luego rezó así al Señor, Dios de Israel:
«Señor mío, único rey nuestro. Protégeme, que estoy sola y no tengo otro defensor fuera de ti, pues yo misma me he expuesto al peligro.
Desde mi infancia, oí, en el seno de mi familia, cómo tú, Señor, escogiste a Israel entre las naciones, a nuestros padres entre todos sus antepasados para ser tu heredad perpetua; y les cumpliste lo que habías prometido.
Nosotros hemos pecado contra ti dando culto a otros dioses; por eso, nos entregaste a nuestros enemigos. ¡Eres justo, Señor!
Y no les basta nuestro amargo cautiverio, sino que se han comprometido con sus ídolos, jurando invalidar el pacto salido de tus labios, haciendo desaparecer tu heredad y enmudecer a los que te alaban, extinguiendo tu altar y la gloria de tu templo, y abriendo los labios de los gentiles para que den gloria a sus ídolos y veneren eternamente a un rey de carne.
No entregues, Señor, tu cetro a los que no son nada. Que no se burlen de nuestra caída. Vuelve contra ellos sus planes, que sirva de escarmiento el que empezó a atacarnos.
Atiende, Señor, muéstrate a nosotros en la tribulación, y dame valor, Señor, rey de los dioses y señor de poderosos. Pon en mi boca un discurso acertado cuando tenga que hablar al león; haz que cambie y aborrezca a nuestro enemigo, para que perezca con todos sus cómplices.
A nosotros, líbranos con tu mano; y a mí, que no tengo otro auxilio fuera de ti, protégeme tú, Señor, que lo sabes todo, y sabes que odio la gloria de los impíos, que me horroriza el lecho de los incircuncisos y de cualquier otro extranjero.
Tú conoces mi peligro. Aborrezco este emblema de grandeza que llevo en mi frente cuando aparezco en público. Lo aborrezco como un harapo inmundo, y en privado no lo llevo. Tu sierva no ha comido a la mesa de Amán, ni estimado el banquete del rey, ni bebido vino de libaciones. Desde el día de mi exaltación hasta hoy, tu sierva sólo se ha deleitado en ti, Señor, Dios de Abrahán.
¡Oh Dios poderoso sobre todos! Escucha el clamor de los desesperados, líbranos de las manos de los malhechores, y a mí, quítame el miedo.»
El rey y Amán asisten al convite de Ester. Ejecución de Amán
Est 5,1-5; 7,1-10
Al tercer día, Ester se puso sus vestidos de reina y llegó hasta el patio interior del palacio, frente al salón del trono. El rey estaba sentado en su trono real, en el salón, frente a la entrada. Cuando vio a la reina Ester, de pie en el patio, la miró complacido, extendió hacia ella el cetro de oro que tenía en la mano, y Ester se acercó a tocar el extremo del cetro. El rey le preguntó:
«¿Qué te pasa, reina Ester? Pídemelo, y te daré hasta la mitad de mi reino.»
Ester dijo:
«Si le agrada al rey, venga hoy con Amán al banquete que he preparado en su honor.»
El rey dijo:
«Avisad en seguida a Amán que haga lo que quiere Ester.»
El rey y Amán fueron al banquete con la reina Ester. El rey volvió a preguntar a Ester, en medio de los brindis:
«Reina Ester, pídeme lo que quieras y te lo doy. Aunque me pidas la mitad de mi reino, la tendrás.»
La reina Ester respondió:
«Majestad, si quieres hacerme un favor, si te agrada, concédeme la vida -es mi petición- y la vida de mi pueblo -es mi deseo-. Porque mi pueblo y yo hemos sido vendidos para el exterminio, la matanza y la destrucción. Si nos hubieran vendido para ser esclavos o esclavas, me habría callado, ya que esa desgracia no supondría daño para el rey.»
El rey preguntó:
«¿Quién es? ¿Dónde está el que intenta hacer eso?»
Ester respondió:
«¡El adversario y enemigo es ese malvado, Amán!»
Amán quedó aterrorizado ante el rey y la reina. Y el rey, en un acceso de ira, se levantó del banquete y salió al jardín del palacio, mientras Amán se quedó para pedir por su vida a la reina Ester, pues comprendió que el rey ya había decidido su ruina. Cuando el rey volvió del jardín del palacio y entró en la sala del banquete, Amán estaba inclinado sobre el diván donde se recostaba Ester, y el rey exclamó:
«¿Y se atreve a violentar a la reina, ante mí, en mi palacio?»
Nada más decir esto, taparon la cara a Amán, y Harbona, uno de los eunucos del servicio personal del rey, sugirió:
«Precisamente en casa de Amán han instalado una horca de veinticinco metros de alto; la ha preparado Amán para Mardoqueo, que salvó al rey con su denuncia.»
El rey ordenó:
«¡Ahorcadlo allí!»
Ahorcaron a Amán en la horca que había levantado para Mardoqueo; y la cólera del rey se calmó.