Evangelio según san Mateo
Genealogía de Jesús (Mateo 1, 1-17)
1Esta es la lista de los antepasados de Jesucristo, descendiente de David y de Abrahán:
2Abrahán fue el padre de Isaac; Isaac lo fue de Jacob, y Jacob de Judá y sus hermanos.
3Judá fue el padre de Farés y Zara; la madre fue Tamar. Farés fue el padre de Esrón, y Esrón lo fue de Aram.
4Aram fue el padre de Aminabab; Aminabab lo fue de Naasón, y Naasón, de Salmón.
5Salmón fue el padre de Booz y su madre fue Rajab. Booz fue el padre de Obed; la madre fue Rut. Obed fue el padre de Jesé,
6y Jesé lo fue del rey David.
David fue el padre de Salomón a quien engendró de la que era esposa de Urías.
7Salomón fue el padre de Roboán; Roboán lo fue de Abías, y Abías, de Asá.
8Asá fue el padre de Josafat; Josafat lo fue de Jorán; Jorán, de Ozías;
9Ozías, de Joatán; Joatán, de Ajaz, y Ajaz lo fue de Ezequías.
10Ezequías fue el padre de Manasés; Manasés lo fue de Amón, y Amón, de Josías.
11Josías fue el padre de Jeconías y de sus hermanos en tiempos de la deportación a Babilonia.
12Después de la deportación, Jeconías fue el padre de Salatiel; Salatiel, de Zorobabel;
13Zorobabel, de Abiud; Abiud, de Eliakín, y Eliakín lo fue de Azor.
14Azor fue el padre de Sadoc; Sadoc lo fue de Ajín, y Ajín, de Eliud.
15Eliud fue el padre de Eleazar; Eleazar, de Matán, y Matán lo fue de Jacob.
16Por último, Jacob fue el padre de José, el marido de María. Y María fue la madre de Jesús, que es el Mesías.
17De modo que desde Abrahán a David hubo catorce generaciones; otras catorce desde David a la deportación a Babilonia, y otras catorce desde la deportación hasta el Mesías.
Clave de lectura desde la doctrina social de la Iglesia
El prototipo de rey elegido por Yahvéh es David, cuya condición humilde es subrayada con satisfacción por la narración bíblica (cf. 1 S 16,1- 13). David es el depositario de la promesa (cf. 2 S 7,13-16; Sal 89,2-38; 132,11-18), que lo hace iniciador de una especial tradición real, la tradición « mesiánica ». Ésta, a pesar de todos los pecados y las infidelidades del mismo David y de sus sucesores, culmina en Jesucristo, el « ungido de Yahvéh » (es decir, « consagrado del Señor »: cf. 1 S 2,35; 24,7.11; 26,9.16; ver también Ex 30,22-32) por excelencia, hijo de David (cf. la genealogía en: Mt 1,1-17 y Lc 3,23-38; ver también Rm 1,3).
El fracaso de la realeza en el plano histórico no llevará a la desaparición del ideal de un rey que, fiel a Yahvéh, gobierne con sabiduría y realice la justicia. Esta esperanza reaparece con frecuencia en los Salmos (cf. Sal 2; 18; 20; 21; 72). En los oráculos mesiánicos se espera para el tiempo escatológico la figura de un rey en quien inhabita el Espíritu del Señor, lleno de sabiduría y capaz de hacer justicia a los pobres (cf. Is 11,2-5; Jr 23,5-6). Verdadero pastor del pueblo de Israel (cf. Ez 34,23-24; 37,24), él traerá la paz a los pueblos (cf. Za 9,9-10). En la literatura sapiencial, el rey es presentado como aquel que pronuncia juicios justos y aborrece la iniquidad (cf. Pr 16,12), juzga a los pobres con justicia (cf. Pr 29,14) y es amigo del hombre de corazón puro (cf. Pr 22,11). Poco a poco se va haciendo más explícito el anuncio de cuanto los Evangelios y los demás textos del Nuevo Testamento ven realizado en Jesús de Nazaret, encarnación definitiva de la figura del rey descrita en el Antiguo Testamento (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 378).
Jesús puesto a prueba en el desierto (Mateo 4, 1-11)
1Después de esto, el Espíritu llevó a Jesús al desierto para que el diablo lo pusiera a prueba.
2Jesús ayunó cuarenta días y cuarenta noches, y al final sintió hambre.
3Entonces se le acercó el diablo y le dijo:
- Si de veras eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan.
4Jesús le contestó:
- Las Escrituras dicen: No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra pronunciada por Dios.
5El diablo lo llevó luego a la ciudad santa, lo subió al alero del Templo 6y le dijo:
- Si de veras eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque dicen las Escrituras: Dios ordenará a sus ángeles que cuiden de ti y te tomen en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra.
7Jesús le contestó:
- También dicen las Escrituras: No pondrás a prueba al Señor tu Dios.
8De nuevo el diablo lo llevó a un monte muy alto y, mostrándole todas las naciones del mundo y su esplendor,
9le dijo:
- Yo te daré todo esto si te arrodillas ante mí y me adoras.
10Pero Jesús le replicó:
- Vete de aquí, Satanás, pues dicen las Escrituras: Al Señor tu Dios adorarás y solo a él darás culto.
11El diablo se apartó entonces de Jesús, y llegaron los ángeles para servirle.
Clave de lectura desde la doctrina social de la Iglesia
El destino universal de los bienes comporta un esfuerzo común dirigido a obtener para cada persona y para todos los pueblos las condiciones necesarias de un desarrollo integral, de manera que todos puedan contribuir a la promoción de un mundo más humano, « donde cada uno pueda dar y recibir, y donde el progreso de unos no sea obstáculo para el desarrollo de otros ni un pretexto para su servidumbre ». Este principio corresponde al llamado que el Evangelio incesantemente dirige a las personas y a las sociedades de todo tiempo, siempre expuestas a las tentaciones del deseo de poseer, a las que el mismo Señor Jesús quiso someterse (cf. Mc 1,12-13; Mt 4,1-11; Lc 4,1-13) para enseñarnos el modo de superarlas con su gracia (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 175).
La auténtica felicidad (Mateo 5, 1-10)
1Cuando Jesús vio todo aquel gentío, subió al monte y se sentó. Se le acercaron sus discípulos,
2y él se puso a enseñarles, diciendo:
3-Felices los de espíritu sencillo, porque suyo es el reino de los cielos.
4Felices los que están tristes, porque Dios mismo los consolará.
5Felices los humildes, porque Dios les dará en herencia la tierra.
6Felices los que desean de todo corazón que se cumpla la voluntad de Dios, porque Dios atenderá su deseo.
7Felices los misericordiosos, porque Dios tendrá misericordia de ellos.
8Felices los que tienen limpia la conciencia, porque ellos verán a Dios.
9Felices los que trabajan en favor de la paz, porque Dios los llamará hijos suyos.
10Felices los que sufren persecución por cumplir la voluntad de Dios, porque suyo es el reino de los cielos.
11Felices vosotros cuando os insulten y os persigan, y cuando digan falsamente de vosotros toda clase de infamias por ser mis discípulos.
12¡Alegraos y estad contentos, porque en el cielo tenéis una gran recompensa! ¡Así también fueron perseguidos los profetas que vivieron antes que vosotros!
Clave de lectura desde la doctrina social de la Iglesia
La paz de Cristo es, ante todo, la reconciliación con el Padre, que se realiza mediante la misión apostólica confiada por Jesús a sus discípulos y que comienza con un anuncio de paz: « En la casa en que entréis, decid primero: "Paz a esta casa" » (Lc 10,5-6; cf. Rm 1,7). La paz es además reconciliación con los hermanos, porque Jesús, en la oración que nos enseñó, el « Padre nuestro », asocia el perdón pedido a Dios con el que damos a los hermanos: « Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores » (Mt 6,12). Con esta doble reconciliación, el cristiano puede convertirse en artífice de paz y, por tanto, partícipe del Reino de Dios, según lo que Jesús mismo proclama: « Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios » (Mt 5,9) (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 492).
El amor a los enemigos (Mateo 5, 43-48)
43Sabéis que se dijo: Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo.
44Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen.
45Así seréis verdaderamente hijos de vuestro Padre que está en los cielos, pues él hace que el sol salga sobre malos y buenos y envía la lluvia sobre justos e injustos.
46Porque si solamente amáis a los que os aman, ¿qué recompensa podéis esperar? ¡Eso lo hacen también los recaudadores de impuestos!
47Y si saludáis únicamente a los que os tratan bien, ¿qué hacéis de extraordinario? ¡Eso lo hacen también los paganos!
48Vosotros tenéis que ser perfectos, como es perfecto vuestro Padre celestial.
Clave de lectura desde la doctrina social de la Iglesia
La universalidad e integridad de la salvación ofrecida en Jesucristo, hacen inseparable el nexo entre la relación que la persona está llamada a tener con Dios y la responsabilidad frente al prójimo, en cada situación histórica concreta. Es algo que la universal búsqueda humana de verdad y de sentido ha intuido, si bien de manera confusa y no sin errores; y que constituye la estructura fundante de la Alianza de Dios con Israel, como lo atestiguan las tablas de la Ley y la predicación profética.
Este nexo se expresa con claridad y en una síntesis perfecta en la enseñanza de Jesucristo y ha sido confirmado definitivamente por el testimonio supremo del don de su vida, en obediencia a la voluntad del Padre y por amor a los hermanos. Al escriba que le pregunta: « ¿cuál es el primero de todos los mandamientos? » (Mc 12,28), Jesús responde: « El primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro mandamiento mayor que éstos » (Mc 12,29-31).
En el corazón de la persona humana se entrelazan indisolublemente la relación con Dios, reconocido como Creador y Padre, fuente y cumplimiento de la vida y de la salvación, y la apertura al amor concreto hacia el hombre, que debe ser tratado como otro yo, aun cuando sea un enemigo (cf. Mt 5,43- 44). En la dimensión interior del hombre radica, en definitiva, el compromiso por la justicia y la solidaridad, para la edificación de una vida social, económica y política conforme al designio de Dios (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 40).
Atesorar riquezas en el cielo (Mateo 6, 19-21)
19No acumuléis riquezas en este mundo pues las riquezas de este mundo se apolillan y se echan a perder; además, los ladrones perforan las paredes y las roban.
20Acumulad, más bien, riquezas en el cielo, donde no se apolillan ni se echan a perder y donde no hay ladrones que entren a robarlas.
21Pues donde tengas tus riquezas, allí tendrás también el corazón.
Clave de lectura desde la doctrina social de la Iglesia
En su predicación, Jesús enseña a los hombres a no dejarse dominar por el trabajo. Deben, ante todo, preocuparse por su alma; ganar el mundo entero no es el objetivo de su vida (cf. Mc 8,36). Los tesoros de la tierra se consumen, mientras los del cielo son imperecederos: a estos debe apegar el hombre su corazón (cf. Mt 6,19-21). El trabajo no debe afanar (cf. Mt 6,25.31.34): el hombre preocupado y agitado por muchas cosas, corre el peligro de descuidar el Reino de Dios y su justicia (cf. Mt 6,33), del que tiene verdadera necesidad; todo lo demás, incluido el trabajo, encuentra su lugar, su sentido y su valor, sólo si está orientado a la única cosa necesaria, que no se le arrebatará jamás (cf. Lc 10,40-42) (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 260).
Sinceridad y desprendimiento (Mateo 6, 22-24)
22Los ojos son lámparas para el cuerpo. Si tus ojos están sanos, todo en ti será luz;
23pero si tus ojos están enfermos, todo en ti será oscuridad. Y si lo que en ti debería ser luz, no es más que oscuridad, ¡qué negra será tu propia oscuridad!
24Nadie puede servir a dos amos al mismo tiempo, porque aborrecerá al uno y apreciará al otro; será fiel al uno y del otro no hará caso. No podéis servir al mismo tiempo a Dios y al dinero.
Clave de lectura desde la doctrina social de la Iglesia
De la propiedad deriva para el sujeto poseedor, sea éste un individuo o una comunidad, una serie de ventajas objetivas: mejores condiciones de vida, seguridad para el futuro, mayores oportunidades de elección. De la propiedad, por otro lado, puede proceder también una serie de promesas ilusorias y tentadoras. El hombre o la sociedad que llegan al punto de absolutizar el derecho de propiedad, terminan por experimentar la esclavitud más radical. Ninguna posesión, en efecto, puede ser considerada indiferente por el influjo que ejerce, tanto sobre los individuos, como sobre las instituciones; el poseedor que incautamente idolatra sus bienes (cf. Mt 6,24; 19,21-26; Lc 16,13) resulta, más que nunca, poseído y subyugado por ellos. Sólo reconociéndoles la dependencia de Dios creador y, consecuentemente, orientándolos al bien común, es posible conferir a los bienes materiales la función de instrumentos útiles para el crecimiento de los hombres y de los pueblos (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 181).
La regla de oro (Mateo 7, 12)
12Portaos en todo con los demás como queréis que los demás se porten con vosotros. ¡En esto consisten la ley de Moisés y las enseñanzas de los profetas!
Cualquier experiencia religiosa auténtica, en todas las tradiciones culturales, comporta una intuición del Misterio que, no pocas veces, logra captar algún rasgo del rostro de Dios. Dios aparece, por una parte, como origen de lo que es, como presencia que garantiza a los hombres, socialmente organizados, las condiciones fundamentales de vida, poniendo a su disposición los bienes necesarios; por otra parte aparece también como medida de lo que debe ser, como presencia que interpela la acción humana -tanto en el plano personal como en el plano social-, acerca del uso de esos mismos bienes en la relación con los demás hombres. En toda experiencia religiosa, por tanto, se revelan como elementos importantes, tanto la dimensión del don y de la gratuidad, captada como algo que subyace a la experiencia que la persona humana hace de su existir junto con los demás en el mundo, como las repercusiones de esta dimensión sobre la conciencia del hombre, que se siente interpelado a administrar convivial y responsablemente el don recibido. Testimonio de esto es el reconocimiento universal de la regla de oro, con la que se expresa, en el plano de las relaciones humanas, la interpelación que llega al hombre del Misterio: « Todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos » (Mt 7,12) (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 20).
Parábola de los dos cimientos (Mateo 7, 24-27)
24Todo aquel que escucha mis palabras y obra en consecuencia, puede compararse a una persona sensata que construyó su casa sobre un cimiento de roca viva.
25Vinieron las lluvias, se desbordaron los ríos y los vientos soplaron violentamente contra la casa; pero no cayó, porque estaba construida sobre un cimiento de roca viva.
26En cambio, todo aquel que escucha mis palabras, pero no obra en consecuencia, puede compararse a una persona necia que construyó su casa sobre un terreno arenoso.
27Vinieron las lluvias, se desbordaron los ríos y los vientos soplaron violentamente contra la casa que se hundió terminando en ruina total.
Clave de lectura desde la doctrina social de la Iglesia
La Iglesia tiene el derecho de ser para el hombre maestra de la verdad de fe; no sólo de la verdad del dogma, sino también de la verdad moral que brota de la misma naturaleza humana y del Evangelio. El anuncio del Evangelio, en efecto, no es sólo para escucharlo, sino también para ponerlo en práctica (cf. Mt 7,24; Lc 6,46-47; Jn 14,21.23-24; St 1,22): la coherencia del comportamiento manifiesta la adhesión del creyente y no se circunscribe al ámbito estrictamente eclesial y espiritual, puesto que abarca al hombre en toda su vida y según todas sus responsabilidades. Aunque sean seculares, éstas tienen como sujeto al hombre, es decir, a aquel que Dios llama, mediante la Iglesia, a participar de su don salvífico.
Al don de la salvación, el hombre debe corresponder no sólo con una adhesión parcial, abstracta o de palabra, sino con toda su vida, según todas las relaciones que la connotan, en modo de no abandonar nada a un ámbito profano y mundano, irrelevante o extraño a la salvación. Por esto la doctrina social no es para la Iglesia un privilegio, una digresión, una ventaja o una injerencia: es su derecho a evangelizar el ámbito social, es decir, a hacer resonar la palabra liberadora del Evangelio en el complejo mundo de la producción, del trabajo, de la empresa, de la finanza, del comercio, de la política, de la jurisprudencia, de la cultura, de las comunicaciones sociales, en el que el hombre vive (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 70).
Mucha mies y pocos trabajadores (Mateo 9, 35-38)
35Jesús recorría todos los pueblos y aldeas enseñando en las sinagogas judías. Anunciaba la buena noticia del Reino y curaba toda clase de enfermedades y dolencias.
36Y al ver a toda aquella gente, se sentía conmovido porque estaban maltrechos y desalentados, como ovejas sin pastor.
37Dijo entonces a sus discípulos:
- La mies es mucha, pero son pocos los trabajadores.
38Por eso, pedidle al dueño de la mies que mande trabajadores a su mies.
Clave de lectura desde la doctrina social de la Iglesia
En su predicación, Jesús enseña a apreciar el trabajo. Él mismo « se hizo semejante a nosotros en todo, dedicó la mayor parte de los años de su vida terrena al trabajo manual junto al banco del carpintero », en el taller de José (cf. Mt 13,55; Mc 6,3), al cual estaba sometido (cf. Lc 2,51). Jesús condena el comportamiento del siervo perezoso, que esconde bajo tierra el talento (cf. Mt 25,14-30) y alaba al siervo fiel y prudente a quien el patrón encuentra realizando las tareas que se le han confiado (cf. Mt 24,46). Él describe su misma misión como un trabajar: « Mi Padre trabaja siempre, y yo también trabajo » (Jn 5,17); y a sus discípulos como obreros en la mies del Señor, que representa a la humanidad por evangelizar (cf. Mt 9,37-38). Para estos obreros vale el principio general según el cual « el obrero tiene derecho a su salario » (Lc 10,7); están autorizados a hospedarse en las casas donde los reciban, a comer y beber lo que les ofrezcan (cf. ibídem) (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 259).
Misión de los Doce (Mateo 10, 5-15)
5Jesús envió a estos Doce con las siguientes instrucciones:
- No vayáis a países paganos ni entréis en los pueblos de Samaría;
6id, más bien, en busca de las ovejas perdidas de Israel.
7Id y anunciadles que el reino de los cielos está ya cerca.
8Curad a los enfermos, resucitad a los muertos, limpiad de su enfermedad a los leprosos, expulsad a los demonios. Pero hacedlo todo gratuitamente, puesto que gratis recibisteis el poder.
9No llevéis oro, plata ni cobre en el bolsillo;
10ni zurrón para el camino, ni dos trajes, ni zapatos, ni bastón, porque el que trabaja tiene derecho a su sustento.
11Cuando lleguéis a algún pueblo o aldea, averiguad qué persona hay allí digna de confianza y quedaos en su casa hasta que salgáis del lugar.
12Y cuando entréis en la casa, saludad a sus moradores.
13Si lo merecen, la paz de vuestro saludo quedará con ellos; si no lo merecen, la paz se volverá a vosotros.
14Y si nadie quiere recibiros ni escuchar vuestra palabra, entonces abandonad aquella casa o aquel pueblo y sacudíos el polvo pegado a vuestros pies.
15Os aseguro que, en el día del juicio, Sodoma y Gomorra serán tratadas con más clemencia que ese pueblo.
Clave de lectura desde la doctrina social de la Iglesia
El amor de la Iglesia por los pobres se inspira en el Evangelio de las bienaventuranzas, en la pobreza de Jesús y en su atención por los pobres. Este amor se refiere a la pobreza material y también a las numerosas formas de pobreza cultural y religiosa. La Iglesia « desde los orígenes, y a pesar de los fallos de muchos de sus miembros, no ha cesado de trabajar para aliviarlos, defenderlos y liberarlos. Lo ha hecho mediante innumerables obras de beneficencia, que siempre y en todo lugar continúan siendo indispensables ». Inspirada en el precepto evangélico: « De gracia lo recibisteis; dadlo de gracia » (Mt 10,8), la Iglesia enseña a socorrer al prójimo en sus múltiples necesidades y prodiga en la comunidad humana innumerables obras de misericordia corporales y espirituales: « Entre estas obras, la limosna hecha a los pobres es uno de los principales testimonios de la caridad fraterna; es también una práctica de justicia que agrada a Dios », aun cuando la práctica de la caridad no se reduce a la limosna, sino que implica la atención a la dimensión social y política del problema de la pobreza. Sobre esta relación entre caridad y justicia retorna constantemente la enseñanza de la Iglesia: « Cuando damos a los pobres las cosas indispensables no les hacemos liberalidades personales, sino que les devolvemos lo que es suyo. Más que realizar un acto de caridad, lo que hacemos es cumplir un deber de justicia ». Los Padres Conciliares recomiendan con fuerza que se cumpla este deber « para no dar como ayuda de caridad lo que ya se debe por razón de justicia ». El amor por los pobres es ciertamente « incompatible con el amor desordenado de las riquezas o su uso egoísta » (cf. St 5,1-6) (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 184).
Recompensas (Mateo 10, 40-42)
40El que os reciba a vosotros, es como si me recibiera a mí, y el que me reciba a mí, es como si recibiera al que me envió.
41El que reciba a un profeta por tratarse de un profeta, tendrá la recompensa que corresponde a un profeta, y el que reciba a un justo por tratarse de una persona justa, tendrá la recompensa que corresponde a una persona justa.
42Igualmente el que dé un vaso de agua fresca al más insignificante de mis discípulos precisamente por tratarse de un discípulo mío, os aseguro que no quedará sin recompensa.
Clave de lectura desde la doctrina social de la Iglesia
Las nuevas relaciones de interdependencia entre hombres y pueblos, que son, de hecho, formas de solidaridad, deben transformarse en relaciones que tiendan hacia una verdadera y propia solidaridad ético-social, que es la exigencia moral ínsita en todas las relaciones humanas. La solidaridad se presenta, por tanto, bajo dos aspectos complementarios: como principio social y como virtud moral.
La solidaridad debe captarse, ante todo, en su valor de principio social ordenador de las instituciones, según el cual las « estructuras de pecado », que dominan las relaciones entre las personas y los pueblos, deben ser superadas y transformadas en estructuras de solidaridad, mediante la creación o la oportuna modificación de leyes, reglas de mercado, ordenamientos.
La solidaridad es también una verdadera y propia virtud moral, no « un sentimiento superficial por los males de tantas personas, cercanas o lejanas. Al contrario, es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos ». La solidaridad se eleva al rango de virtud social fundamental, ya que se coloca en la dimensión de la justicia, virtud orientada por excelencia al bien común, y en « la entrega por el bien del prójimo, que está dispuesto a "perderse", en sentido evangélico, por el otro en lugar de explotarlo, y a "servirlo" en lugar de oprimirlo para el propio provecho (cf. Mt 10,40-42; 20, 25; Mc 10,42-45; Lc 22,25-27) » (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 193).
Juan el Bautista envía mensajeros a Jesús (Mateo 11, 2-6)
2Juan, que estaba en la cárcel, oyó hablar de los hechos de Cristo y le envió unos discípulos suyos
3para que le preguntaran:
- ¿Eres tú el que tenía que venir, o debemos esperar a otro?
4Jesús les contestó:
- Regresad a donde Juan y contadle lo que estáis viendo y oyendo:
5los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la buena noticia.
6¡Y felices aquellos para quienes yo no soy causa de tropiezo!
Clave de lectura desde la doctrina social de la Iglesia
La miseria humana es el signo evidente de la condición de debilidad del hombre y de su necesidad de salvación. De ella se compadeció Cristo Salvador, que se identificó con sus « hermanos más pequeños » (Mt 25,40.45). « Jesucristo reconocerá a sus elegidos en lo que hayan hecho por los pobres. La buena nueva "anunciada a los pobres" (Mt 11,5; Lc 4,18) es el signo de la presencia de Cristo ».
Jesús dice: « Pobres tendréis siempre con vosotros, pero a mí no me tendréis siempre » (Mt 26,11; cf. Mc 14,3-9; Jn 12,1-8) no para contraponer al servicio de los pobres la atención dirigida a Él. El realismo cristiano, mientras por una parte aprecia los esfuerzos laudables que se realizan para erradicar la pobreza, por otra parte pone en guardia frente a posiciones ideológicas y mesianismos que alimentan la ilusión de que se pueda eliminar totalmente de este mundo el problema de la pobreza. Esto sucederá sólo a su regreso, cuando Él estará de nuevo con nosotros para siempre. Mientras tanto, los pobres quedan confiados a nosotros y en base a esta responsabilidad seremos juzgados al final (cf. Mt 25,31-46): « Nuestro Señor nos advierte que estaremos separados de Él si omitimos socorrer las necesidades graves de los pobres y de los pequeños que son sus hermanos » (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 183).
El hombre de la mano atrofiada (Mateo 12, 9-14)
9Jesús siguió su camino y entró en una sinagoga.
10Había allí un hombre que tenía una mano atrofiada, y los que estaban buscando un motivo para acusar a Jesús le preguntaron:
- ¿Está permitido curar en sábado?
11Jesús les contestó:
- ¿Quién de vosotros, si tiene una sola oveja y se le cae a un pozo en sábado, no irá a sacarla?
12Pues una persona vale mucho más que una oveja. ¡De modo que está permitido en sábado hacer el bien!
13Entonces dijo al enfermo:
- Extiende tu mano.
Él la extendió y recuperó el movimiento, como la otra.
14Los fariseos, por su parte, se reunieron, al salir, y se confabularon para matar a Jesús.
Clave de lectura desde la doctrina social de la Iglesia
Durante su ministerio terreno, Jesús trabaja incansablemente, realizando obras poderosas para liberar al hombre de la enfermedad, del sufrimiento y de la muerte. El sábado, que el Antiguo Testamento había puesto como día de liberación y que, observado sólo formalmente, se había vaciado de su significado auténtico, es reafirmado por Jesús en su valor originario: « ¡El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado! » (Mc 2,27). Con las curaciones, realizadas en este día de descanso (cf. Mt 12,9-14; Mc 3,1-6; Lc 6,6-11; 13,10-17; 14,1-6), Jesús quiere demostrar que es Señor del sábado, porque Él es verdaderamente el Hijo de Dios, y que es el día en que el hombre debe dedicarse a Dios y a los demás. Liberar del mal, practicar la fraternidad y compartir, significa conferir al trabajo su significado más noble, es decir, lo que permite a la humanidad encaminarse hacia el Sábado eterno, en el cual, el descanso se transforma en la fiesta a la que el hombre aspira interiormente. Precisamente, en la medida en que orienta la humanidad a la experiencia del sábado de Dios y de su vida de comunión, el trabajo inaugura sobre la tierra la nueva creación (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 261).
Explicación de la parábola del sembrador (Mateo 13, 18-23)
18Escuchad, pues, lo que significa la parábola del sembrador:
19Hay quien oye el mensaje del Reino, pero no le presta atención; llega el maligno y le arranca lo que tenía sembrado en el corazón; es como la semilla que cayó al borde del camino.
20Hay quien es como la semilla que cayó en terreno pedregoso: oye el mensaje y de momento lo recibe con alegría;
21pero no tiene raíces y es voluble; así que, cuando le llegan pruebas o persecuciones a causa del propio mensaje, al punto sucumbe.
22Hay quien es como la semilla que cayó entre cardos: oye el mensaje, pero los problemas de la vida y el apego a las riquezas lo ahogan y no le dejan dar fruto.
23Pero hay quien es como la semilla que cayó en tierra fértil: oye el mensaje, le presta atención y da fruto al ciento, al sesenta o al treinta por uno.
Clave de lectura desde la doctrina social de la Iglesia
Jesús asume toda la tradición del Antiguo Testamento, también sobre los bienes económicos, sobre la riqueza y la pobreza, confiriéndole una definitiva claridad y plenitud (cf. Mt 6,24 y 13,22; Lc 6,20-24 y 12,15-21; Rm 14,6-8 y 1 Tm 4,4). Él, infundiendo su Espíritu y cambiando los corazones, instaura el « Reino de Dios », que hace posible una nueva convivencia en la justicia, en la fraternidad, en la solidaridad y en el compartir. El Reino inaugurado por Cristo perfecciona la bondad originaria de la creación y de la actividad humana, herida por el pecado. Liberado del mal y reincorporado en la comunión con Dios, todo hombre puede continuar la obra de Jesús con la ayuda de su Espíritu: hacer justicia a los pobres, liberar a los oprimidos, consolar a los afligidos, buscar activamente un nuevo orden social, en el que se ofrezcan soluciones adecuadas a la pobreza material y se contrarresten más eficazmente las fuerzas que obstaculizan los intentos de los más débiles para liberarse de una condición de miseria y de esclavitud. Cuando esto sucede, el Reino de Dios se hace ya presente sobre esta tierra, aun no perteneciendo a ella. En él encontrarán finalmente cumplimiento las promesas de los Profetas (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 325).
Conclusión del discurso en parábolas (Mateo 13, 51-52)
51[Jesús les preguntó:]
- ¿Habéis entendido todo esto?
Ellos contestaron:
- Sí.
52Y él añadió:
- Cuando un maestro de la ley se hace discípulo del reino de los cielos, viene a ser como un amo de casa que de sus pertenencias saca cosas nuevas y cosas viejas.
Clave de lectura desde la doctrina social de la Iglesia
Este Documento [el Compendio de la doctrina social de la Iglesia] se propone también a los hermanos de otras Iglesias y Comunidades Eclesiales, a los seguidores de otras religiones, así como a cuantos, hombres y mujeres de buena voluntad, están comprometidos en el servicio al bien común: quieran recibirlo como el fruto de una experiencia humana universal, colmada de innumerables signos de la presencia del Espíritu de Dios. Es un tesoro de cosas nuevas y antiguas (cf. Mt 13,52), que la Iglesia quiere compartir, para agradecer a Dios, de quien « desciende toda dádiva buena y todo don perfecto » (St 1,17). Constituye un signo de esperanza el hecho que hoy las religiones y las culturas manifiesten disponibilidad al diálogo y adviertan la urgencia de unir los propios esfuerzos para favorecer la justicia, la fraternidad, la paz y el crecimiento de la persona humana.
La Iglesia Católica une en particular el propio compromiso al que ya llevan a cabo en el campo social las demás Iglesias y Comunidades Eclesiales, tanto en el ámbito de la reflexión doctrinal como en el ámbito práctico. Con ellas, la Iglesia Católica está convencida que de la herencia común de las enseñanzas sociales custodiadas por la tradición viva del pueblo de Dios derivan estímulos y orientaciones para una colaboración cada vez más estrecha en la promoción de la justicia y de la paz (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 12).
Jesús rechazado en Nazaret (Mateo 13, 53-58)
53Cuando Jesús terminó de contar estas parábolas, marchó de allí
54y se fue a su pueblo* donde se puso a enseñar en su sinagoga, de tal manera que la gente no salía de su asombro y se preguntaba:
- ¿De dónde le vienen a este los conocimientos que tiene y los milagros que hace?
55¿No es este el hijo del carpintero? ¿No es María su madre, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas?
56Y sus hermanas, ¿no viven todas ellas entre nosotros? ¿De dónde ha sacado todo eso?
57Así que estaban desconcertados a causa de Jesús. Por eso les dijo:
- Sólo en su propia tierra y en su propia casa menosprecian a un profeta.
58Y a causa de su falta de fe, no hizo allí muchos milagros.
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En su predicación, Jesús enseña a apreciar el trabajo. Él mismo « se hizo semejante a nosotros en todo, dedicó la mayor parte de los años de su vida terrena al trabajo manual junto al banco del carpintero », en el taller de José (cf. Mt 13,55; Mc 6,3), al cual estaba sometido (cf. Lc 2,51). Jesús condena el comportamiento del siervo perezoso, que esconde bajo tierra el talento (cf. Mt 25,14-30) y alaba al siervo fiel y prudente a quien el patrón encuentra realizando las tareas que se le han confiado (cf. Mt 24,46). Él describe su misma misión como un trabajar: « Mi Padre trabaja siempre, y yo también trabajo » (Jn 5,17); y a sus discípulos como obreros en la mies del Señor, que representa a la humanidad por evangelizar (cf. Mt 9,37-38). Para estos obreros vale el principio general según el cual « el obrero tiene derecho a su salario » (Lc 10,7); están autorizados a hospedarse en las casas donde los reciban, a comer y beber lo que les ofrezcan (cf. ibídem) (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 259).
Jesús camina sobre el lago (Mateo 14, 22-32)
22A continuación Jesús hizo que sus discípulos subieran a la barca para que llegaran antes que él a la otra orilla del lago, mientras él despedía a la gente.
23Después de despedirla, subió al monte para orar a solas. Y todavía seguía allí él solo al llegar la noche.
24Entre tanto, la barca ya estaba muy lejos de tierra y las olas la azotaban con violencia, pues el viento les era contrario.
25En las últimas horas de la noche, Jesús se dirigió a ellos andando sobre el lago.
26Cuando los discípulos lo vieron caminar sobre el lago, se asustaron creyendo que era un fantasma y llenos de miedo se pusieron a gritar.
27Pero en seguida Jesús se dirigió a ellos diciendo:
- Tranquilizaos, soy yo. No tengáis miedo.
28Pedro contestó:
- Señor, si eres tú, manda que yo vaya hasta ti caminando sobre el agua.
29Jesús le dijo:
- Ven.
Pedro saltó de la barca y echó a andar sobre el agua para ir hacia Jesús.
30Pero al sentir la violencia del viento, se asustó y, como vio que comenzaba a hundirse, gritó:
- ¡Señor, sálvame!
31Jesús, tendiéndole en seguida la mano, lo sujetó y le dijo:
- ¡Qué débil es tu fe! ¿Por qué has dudado?
32Luego subieron a la barca y el viento cesó. 33Y los que estaban a bordo se postraron ante Jesús, exclamando:
- ¡Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios!
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La salvación definitiva que Dios ofrece a toda la humanidad por medio de su propio Hijo, no se realiza fuera de este mundo. Aun herido por el pecado, el mundo está destinado a conocer una purificación radical (cf. 2 P 3,10) de la que saldrá renovado (cf. Is 65,17; 66,22; Ap 21,1), convirtiéndose por fin en el lugar donde establemente « habite la justicia » (2 P 3,13).
En su ministerio público, Jesús valora los elementos naturales. De la naturaleza, Él es, no sólo su intérprete sabio en las imágenes y en las parábolas que ama ofrecer, sino también su dominador (cf. el episodio de la tempestad calmada en Mt 14,22-33; Mc 6,45-52; Lc 8,22-25; Jn 6,16-21): el Señor pone la naturaleza al servicio de su designio redentor. A sus discípulos les pide mirar las cosas, las estaciones y los hombres con la confianza de los hijos que saben no serán abandonados por el Padre providente (cf. Lc 11,11-13). En cambio de hacerse esclavo de las cosas, el discípulo de Cristo debe saber servirse de ellas para compartir y crear fraternidad (cf. Lc 16,9-13).
La corrección fraterna (Mateo 18, 15-20)
15Si alguna vez tu hermano te ofende, ve a buscarlo y habla a solas con él para hacerle ver su falta. Si te escucha, ya te lo has ganado.
16Si no quiere escucharte, insiste llevando contigo una o dos personas más, para que el asunto se resuelva en presencia de dos o tres testigos.
17Si tampoco les hace caso a ellos, manifiéstalo a la comunidad*. Y si ni siquiera a la comunidad hace caso, tenlo por pagano o recaudador de impuestos.
18Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo.
19Algo os digo también: si dos de vosotros os ponéis de acuerdo, aquí en la tierra, para pedir cualquier cosa, mi Padre que está en el cielo os lo concederá.
20Pues allí donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.
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Dios, en Cristo, no redime solamente la persona individual, sino también las relaciones sociales entre los hombres. Como enseña el apóstol Pablo, la vida en Cristo hace brotar de forma plena y nueva la identidad y la sociabilidad de la persona humana, con sus consecuencias concretas en el plano histórico: « Pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. En efecto, todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo: ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús » (Ga 3,26-28). Desde esta perspectiva, las comunidades eclesiales, convocadas por el mensaje de Jesucristo y reunidas en el Espíritu Santo en torno a Él, resucitado (cf. Mt 18,20; 28, 19-20; Lc 24,46-49), se proponen como lugares de comunión, de testimonio y de misión y como fermento de redención y de transformación de las relaciones sociales. La predicación del Evangelio de Jesús induce a los discípulos a anticipar el futuro renovando las relaciones recíprocas (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 52).
Enseñanza sobre el matrimonio (Mateo 19, 1-12)
1Cuando Jesús terminó este discurso, salió de Galilea y se dirigió a la región de Judea situada en la otra orilla del Jordán.
2Lo seguía mucha gente, y allí mismo curó a los enfermos.
3En esto, se le acercaron unos fariseos que, para tenderle una trampa*, le preguntaron:
- ¿Le está permitido al hombre separarse de su mujer por un motivo cualquiera?
4Jesús les contestó:
- Vosotros habéis leído que Dios, cuando creó al género humano, los hizo hombre y mujer
5y dijo: Por esta razón dejará el hombre a sus padres, se unirá a una mujer y ambos llegarán a ser como una sola persona.
6De modo que ya no son dos personas, sino una sola. Por tanto, lo que Dios ha unido, no debe separarlo el ser humano.
7Ellos le dijeron:
- Entonces, ¿por qué dispuso Moisés que el marido dé a la mujer un acta de divorcio cuando vaya a separarse de ella?
8Jesús les contestó:
- A causa de vuestra incapacidad para entender los planes de Dios, Moisés consintió que os separaseis de vuestras mujeres; pero al principio no era así.
9Y yo os digo esto: el que se separe de su mujer (a no ser en caso de inmoralidad sexual) y se case con otra, comete adulterio.
10Los discípulos dijeron a Jesús:
- Pues si esa es la situación del hombre respecto de la mujer, más vale no casarse.
11Jesús les contestó:
- No todos pueden comprender lo que digo, sino sólo aquellos a quienes Dios les da la comprensión necesaria.
12Hay algunos que nacen incapacitados para el matrimonio; a otros los incapacitan los demás convirtiéndolos en eunucos, y otros renuncian al matrimonio a fin de estar más disponibles para el servicio del reino de los cielos. El que pueda aceptar eso, que lo acepte.
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En la familia se aprende a conocer el amor y la fidelidad del Señor, así como la necesidad de corresponderle (cf. Ex 12,25-27; 13,8.14-15; Dt 6,20- 25; 13,7-11; 1 S 3,13); los hijos aprenden las primeras y más decisivas lecciones de la sabiduría práctica a las que van unidas las virtudes (cf. Pr 1,8-9; 4,1-4; 6,20-21; Si 3,1-16; 7,27-28). Por todo ello, el Señor se hace garante del amor y de la fidelidad conyugales (cf. Ml 2,14-15).
Jesús nació y vivió en una familia concreta aceptando todas sus características propias y dio así una excelsa dignidad a la institución matrimonial, constituyéndola como sacramento de la nueva alianza (cf. Mt 19,3-9). En esta perspectiva, la pareja encuentra su plena dignidad y la familia su solidez (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 210).
El joven rico (Mateo 19, 16-30)
16En cierta ocasión, un joven vino a ver a Jesús y le preguntó:
- Maestro, ¿qué he de hacer de bueno para alcanzar la vida eterna?
17Jesús le respondió:
- ¿Por qué me preguntas acerca de lo bueno? Sólo uno es bueno. Si quieres entrar en la vida, cumple los mandamientos.
18Dijo el joven:
- ¿Cuáles?
Jesús le contestó:
- No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio,
19honra a tu padre y a tu madre y ama al prójimo como a ti mismo.
20El joven respondió:
- Todo eso ya lo he cumplido. ¿Qué otra cosa debo hacer?
21Jesús le dijo:
- Si quieres ser perfecto, vete a vender lo que posees y reparte el producto entre los pobres. Así te harás un tesoro en el cielo. Luego vuelve y sígueme.
22Cuando el joven oyó esto, se marchó entristecido porque era muy rico.
23Entonces Jesús dijo a sus discípulos:
- Os aseguro que a los ricos les va a ser muy difícil entrar en el reino de los cielos.
24Os lo repito: es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el reino de los cielos.
25Los discípulos se quedaron muy sorprendidos al oír esto, y le preguntaron:
- Pues, en ese caso, ¿quién podrá salvarse?
26Jesús los miró y les dijo:
- Para los seres humanos es imposible, pero para Dios todo es posible.
27Entonces intervino Pedro y le preguntó:
- Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo para seguirte; ¿qué recibiremos por ello?
28Jesús le respondió:
- Os aseguro que el día de la renovación de todas las cosas, cuando el Hijo del hombre se siente en su trono glorioso, vosotros, los que me habéis seguido, os sentaréis también en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel.
29Y todos los que hayan dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o tierras por causa de mí, recibirán el ciento por uno de beneficio y la herencia de la vida eterna.
30Muchos que ahora son primeros, serán los últimos, y muchos que ahora son últimos, serán los primeros.
Clave de lectura desde la doctrina social de la Iglesia
A la gratuidad del actuar divino, históricamente eficaz, le acompaña constantemente el compromiso de la Alianza, propuesto por Dios y asumido por Israel. En el monte Sinaí, la iniciativa de Dios se plasma en la Alianza con su pueblo, al que da el Decálogo de los mandamientos revelados por el Señor (cf. Ex 19-24). Las « diez palabras » (Ex 34,28; cf. Dt 4,13; 10,4) « expresan las implicaciones de la pertenencia a Dios instituida por la Alianza. La existencia moral es respuesta a la iniciativa amorosa del Señor. Es reconocimiento, homenaje a Dios y culto de acción de gracias. Es cooperación con el designio que Dios se propone en la historia ».
Los diez mandamientos, que constituyen un extraordinario camino de vida e indican las condiciones más seguras para una existencia liberada de la esclavitud del pecado, contienen una expresión privilegiada de la ley natural. « Nos enseñan al mismo tiempo la verdadera humanidad del hombre. Ponen de relieve los deberes esenciales y, por tanto indirectamente, los derechos fundamentales inherentes a la naturaleza de la persona humana ». Connotan la moral humana universal. Recordados por Jesús al joven rico del Evangelio (cf. Mt 19,18), los diez mandamientos « constituyen las reglas primordiales de toda vida social » (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 22).
Parábola de los jornaleros contratados (Mateo 20, 1-16)
1El reino de los cielos puede compararse al amo de una finca que salió una mañana temprano a contratar jornaleros para su viña.
2Convino con los jornaleros en pagarles el salario correspondiente a una jornada de trabajo, y los envió a la viña.
3Hacia las nueve de la mañana salió de nuevo y vio a otros jornaleros que estaban en la plaza sin hacer nada.
4Les dijo: "Id también vosotros a la viña. Os pagaré lo que sea justo".
5Y ellos fueron. Volvió a salir hacia el mediodía, y otra vez a las tres de la tarde, e hizo lo mismo.
6Finalmente, sobre las cinco de la tarde, volvió a la plaza y encontró otro grupo de desocupados. Les preguntó: "¿Por qué estáis aquí todo el día sin hacer nada?".
7Le contestaron: "Porque nadie nos ha contratado". Él les dijo: "Pues id también vosotros a la viña".
8Al anochecer, el amo de la viña ordenó a su capataz: "Llama a los jornaleros y págales su salario, empezando por los últimos hasta los primeros".
9Se presentaron, pues, los que habían comenzado a trabajar sobre las cinco de la tarde y cada uno recibió el salario correspondiente a una jornada completa.
10Entonces los que habían estado trabajando desde la mañana pensaron que recibirían más; pero, cuando llegó su turno, recibieron el mismo salario.
11Así que, al recibirlo, se pusieron a murmurar contra el amo
12diciendo: "A estos que sólo han trabajado una hora, les pagas lo mismo que a nosotros, que hemos trabajado toda la jornada soportando el calor del día".
13Pero el amo contestó a uno de ellos: "Amigo, no te trato injustamente. ¿No convinimos en que trabajarías por esa cantidad?
14Pues tómala y vete. Si yo quiero pagar a este que llegó a última hora lo mismo que a ti,
15¿no puedo hacer con lo mío lo que quiera? ¿O es que mi generosidad va a provocar tu envidia?".
16Así, los que ahora son últimos serán los primeros, y los que ahora son primeros serán los últimos.
Clave de lectura desde la doctrina social de la Iglesia
La connotación esencial de los fieles laicos que trabajan en la viña del Señor (cf. Mt 20,1-16), es la índole secular de su seguimiento de Cristo, que se realiza precisamente en el mundo: « A los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios ». Mediante el Bautismo, los laicos son injertados en Cristo y hechos partícipes de su vida y de su misión, según su peculiar identidad: « Con el nombre de laicos se designan aquí todos los fieles cristianos, a excepción de los miembros del orden sagrado y los del estado religioso aprobado por la Iglesia. Es decir, los fieles que, en cuanto incorporados a Cristo por el bautismo, integrados al Pueblo de Dios y hechos partícipes, a su modo, de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, ejercen en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo cristiano en la parte que a ellos corresponde » (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 541).