Salmos
He ungido a mi rey en Sión (2, 1-12)
1¿Por qué las naciones se sublevan y los pueblos urden planes sin sentido?
2Los reyes de la tierra se rebelan, los príncipes conspiran juntos contra el Señor y su ungido:
3"¡Rompamos sus ataduras, desprendámonos de su yugo!".
4El que habita en el cielo se ríe, el Señor se burla de ellos.
5Les habla entonces con furia, con su ira los atemoriza:
6"He ungido a mi rey en Sión, mi monte santo".
7Voy a proclamar el mandato del Señor. Él me ha dicho: "Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy.
8Pídemelo y te daré las naciones en herencia, los confines de la tierra en heredad.
9Los aplastarás con cetro de hierro, los destrozarás cual vasija de alfarero".
10Y ahora, reyes, reflexionad, recapacitad, jueces de la tierra.
11Servid al Señor con reverencia, festejadlo emocionados,
12[besad al hijo], no sea que se enoje y andéis perdidos al estallar de repente su ira. ¡Dichosos los que en él confían!
Clave de lectura a la luz de la doctrina social de la Iglesia: El señorío de Dios
El prototipo de rey elegido por Yahvéh es David, cuya condición humilde es subrayada con satisfacción por la narración bíblica (cf. 1 S 16,1- 13). David es el depositario de la promesa (cf. 2 S 7,13-16; Sal 89,2-38; 132,11-18), que lo hace iniciador de una especial tradición real, la tradición « mesiánica ». Ésta, a pesar de todos los pecados y las infidelidades del mismo David y de sus sucesores, culmina en Jesucristo, el « ungido de Yahvéh » (es decir, « consagrado del Señor »: cf. 1 S 2,35; 24,7.11; 26,9.16; ver también Ex 30,22-32) por excelencia, hijo de David (cf. la genealogía en: Mt 1,1-17 y Lc 3,23-38; ver también Rm 1,3).
El fracaso de la realeza en el plano histórico no llevará a la desaparición del ideal de un rey que, fiel a Yahvéh, gobierne con sabiduría y realice la justicia. Esta esperanza reaparece con frecuencia en los Salmos (cf. Sal 2; 18; 20; 21; 72). En los oráculos mesiánicos se espera para el tiempo escatológico la figura de un rey en quien inhabita el Espíritu del Señor, lleno de sabiduría y capaz de hacer justicia a los pobres (cf. Is 11,2-5; Jr 23,5-6). Verdadero pastor del pueblo de Israel (cf. Ez 34,23-24; 37,24), él traerá la paz a los pueblos (cf. Za 9,9-10). En la literatura sapiencial, el rey es presentado como aquel que pronuncia juicios justos y aborrece la iniquidad (cf. Pr 16,12), juzga a los pobres con justicia (cf. Pr 29,14) y es amigo del hombre de corazón puro (cf. Pr 22,11). Poco a poco se va haciendo más explícito el anuncio de cuanto los Evangelios y los demás textos del Nuevo Testamento ven realizado en Jesús de Nazaret, encarnación definitiva de la figura del rey descrita en el Antiguo Testamento (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 378).
¡Qué grande es tu nombre en la tierra entera! (8, 1-10)
1 Al maestro del coro; según la melodía de Gad. Salmo de David.
2Señor Dios nuestro, ¡qué grande es tu nombre en la tierra entera! Alzas tu gloria sobre los cielos
3y de la boca de lactantes y niños, has hecho un baluarte frente a tus rivales para silenciar al enemigo y al rebelde.
4Miro el cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has fijado,
5¿qué es el mortal para que te acuerdes de él, el ser humano para que de él te ocupes?
6Lo has hecho algo inferior a un dios, lo has revestido de honor y de gloria,
7lo has puesto al frente de tus obras, todo lo has sometido a su poder:
8el ganado menor y mayor, todo él, y también los animales del campo,
9los pájaros del cielo, los peces del mar y cuanto surca los senderos de los mares.
10Señor Dios nuestro, ¡qué grande es tu nombre en la tierra entera!
Clave de lectura a la luz de la doctrina social de la Iglesia: la tarea de cultivar y custodiar la tierra
El Antiguo Testamento presenta a Dios como Creador omnipotente (cf. Gn 2,2; Jb 38-41; Sal 104; Sal 147), que plasma al hombre a su imagen y lo invita a trabajar la tierra (cf. Gn 2,5-6), y a custodiar el jardín del Edén en donde lo ha puesto (cf. Gn 2,15). Dios confía a la primera pareja humana la tarea de someter la tierra y de dominar todo ser viviente (cf. Gn 1,28). El dominio del hombre sobre los demás seres vivos, sin embargo, no debe ser despótico e irracional; al contrario, él debe « cultivar y custodiar » (cf. Gn 2,15) los bienes creados por Dios: bienes que el hombre no ha creado sino que ha recibido como un don precioso, confiado a su responsabilidad por el Creador. Cultivar la tierra significa no abandonarla a sí misma; dominarla es tener cuidado de ella, así como un rey sabio cuida de su pueblo y un pastor de su grey.
En el designio del Creador, las realidades creadas, buenas en sí mismas, existen en función del hombre. El asombro ante el misterio de la grandeza del hombre hace exclamar al salmista: « ¿Qué es el hombre para que de él te acuerdes, el hijo de Adán, para que de él te cuides? Apenas inferior a un dios le hiciste, coronándole de gloria y de esplendor; le hiciste señor de las obras de tus manos, todo fue puesto por ti bajo sus pies » (Sal 8,5-7) (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 255).
La voz del Señor es potente (29, 1-11)
1Salmo de David. ¡Hijos de Dios, aclamad al Señor, aclamad su gloria y su poder!
2¡Aclamad el nombre glorioso del Señor! ¡Adorad al Señor en el esplendor del Templo!
3La voz del Señor domina las aguas, el Dios de la gloria ha tronado, el Señor domina las aguas caudalosas.
4La voz del Señor es poderosa, la voz del Señor es espléndida.
5La voz del Señor quiebra los cedros, quiebra el Señor los cedros del Líbano;
6hace brincar al Líbano como un ternero y al Sarión cual cría de búfalo.
7La voz del Señor produce llamas ardientes;
8la voz del Señor hace temblar el desierto, el Señor hace temblar el desierto de Cadés.
9La voz del Señor estremece a las ciervas y arranca los árboles del bosque. En su Templo todo dice ¡gloria!
10El Señor reina sobre el diluvio; el Señor, rey eterno, está en su trono.
11El Señor fortalece a su pueblo, el Señor bendice a su pueblo con la paz.
Clave de lectura a la luz de la doctrina social de la Iglesia: la promoción de la paz
La promesa de paz, que recorre todo el Antiguo Testamento, halla su cumplimiento en la Persona de Jesús. La paz es el bien mesiánico por excelencia, que engloba todos los demás bienes salvíficos. La palabra hebrea « shalom », en el sentido etimológico de « entereza », expresa el concepto de « paz » en la plenitud de su significado (cf. Is 9,5s.; Mi 5,1-4). El reino del Mesías es precisamente el reino de la paz (cf. Jb 25,2; Sal 29,11; 37,11; 72,3.7; 85,9.11; 119,165; 125,5; 128,6; 147,14; Ct 8,10; Is 26,3.12; 32,17s; 52,7; 54,10; 57,19; 60,17; 66,12; Ag 2,9; Zc 9,10 et alibi). Jesús « es nuestra paz » (Ef 2,14), Él ha derribado el muro de la enemistad entre los hombres, reconciliándoles con Dios (cf. Ef 2,14-16). De este modo, San Pablo, con eficaz sencillez, indica la razón fundamental que impulsa a los cristianos hacia una vida y una misión de paz.
La vigilia de su muerte, Jesús habla de su relación de amor con el Padre y de la fuerza unificadora que este amor irradia sobre sus discípulos; es un discurso de despedida que muestra el sentido profundo de su vida y que puede considerarse una síntesis de toda su enseñanza. El don de la paz sella su testamento espiritual: « Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo » (Jn 14,27). Las palabras del Resucitado no suenan diferentes; cada vez que se encuentra con sus discípulos, estos reciben de Él su saludo y el don de la paz: « La paz con vosotros » (Lc 24,36; Jn 20,19.21.26) (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 491).
Dios, apiádate de mí (51, 1-21)
1Al maestro del coro. Salmo de David.
2Cuando, tras haber mantenido relaciones con Betsabé, lo visitó el profeta Natán.
3Apiádate de mí, oh Dios, por tu amor, por tu gran compasión borra mi falta;
4límpiame por entero de mi culpa, purifícame de mis pecados.
5Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado.
6Contra ti, sólo contra ti pequé, yo hice lo que tú aborreces; así que serás justo en tu sentencia, serás irreprochable cuando juzgues.
7Yo, en la culpa fui engendrado, en pecado me concibió mi madre.
8Tú amas la verdad en lo más íntimo, la sabiduría me muestras en lo oculto.
9Rocíame con hisopo y quedaré purificado, límpiame y seré más blanco que la nieve.
10Déjame sentir la alegría y el regocijo; que se gocen los huesos que dañaste.
11Aparta tu rostro de mis pecados, borra tú todas mis culpas.
12Crea en mí, oh Dios, un corazón puro, renueva en mi interior un espíritu firme.
13No me alejes de tu presencia, no apartes de mí tu santo espíritu.
14Devuélveme el gozo de tu salvación, que un espíritu generoso me sostenga.
15Yo enseñaré tus sendas a los malvados y los pecadores regresarán a ti.
16Líbrame de verter sangre, oh Dios, Dios que me salvas, y mi lengua cantará tu justicia.
17Señor, abre mis labios y mi boca pregonará tu alabanza.
18No te satisfacen los sacrificios, si te ofrezco un holocausto no lo quieres.
19El sacrificio a Dios es un espíritu apenado, tú, Dios, no rechazas el corazón dolorido y humilde.
20Favorece complacido a Sión, reconstruye los muros de Jerusalén;
21entonces te agradarán los sacrificios justos, los holocaustos y el sacrificio perfecto, entonces sobre tu altar te ofrecerán novillos.
Clave de lectura a la luz de la doctrina social de la Iglesia: Medio ambiente y distribución de los bienes
El principio del destino universal de los bienes, naturalmente, se aplica también al agua, considerada en la Sagrada Escritura símbolo de purificación (cf. Sal 51,4; Jn 13,8) y de vida (cf. Jn 3,5; Ga 3,27): « Como don de Dios, el agua es instrumento vital, imprescindible para la supervivencia y, por tanto, un derecho de todos ». La utilización del agua y de los servicios a ella vinculados debe estar orientada a satisfacer las necesidades de todos y sobre todo de las personas que viven en la pobreza. El acceso limitado al agua potable repercute sobre el bienestar de un número enorme de personas y es con frecuencia causa de enfermedades, sufrimientos, conflictos, pobreza e incluso de muerte: para resolver adecuadamente esta cuestión, « se debe enfocar de forma que se establezcan criterios morales basados precisamente en el valor de la vida y en el respeto de los derechos humanos y de la dignidad de todos los seres humanos» (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 484).
Confía tus juicios al rey (72, 1-20)
1De Salomón. Oh Dios, confía tus juicios al rey, tu justicia al hijo del monarca.
2Él juzgará a tu pueblo con justicia, a los humildes con rectitud.
3De los montes llegará al pueblo la paz, de las colinas la justicia.
4Hará justicia a los humildes, salvará a los oprimidos, aplastará al explotador.
5Que dure tanto como el sol, tanto como la luna, generación tras generación.
6Que descienda como la lluvia sobre la hierba, como aguacero que empapa la tierra.
7Que en sus días florezca la justicia y abunde la paz mientras dure la luna.
8Que domine de mar a mar, desde el gran río al confín de la tierra.
9Que se postren ante él las tribus del desierto, que muerdan el polvo sus enemigos.
10Que los reyes de Tarsis y las islas le traigan obsequios, que los reyes de Sabá y de Sebá le ofrezcan presentes.
11¡Que todos los reyes se inclinen ante él, que todas las naciones lo sirvan!
12Pues él salvará al desvalido que clama, al humilde a quien nadie ayuda;
13se apiadará del oprimido y del pobre, a los desvalidos salvará la vida;
14los librará del engaño y la violencia porque estima mucho sus vidas.
15Que viva y reciba el oro de Sabá, que oren siempre por él, que sin cesar se le bendiga.
16Que haya grano abundante en la tierra, que la mies ondee en la cima de los montes, que sus frutos florezcan como el Líbano, sus gavillas como la hierba del campo.
17Que su fama dure por siempre, que perdure por siempre bajo el sol; que en su nombre se bendiga, que todas las naciones lo elogien.
18Bendito sea Dios, el Señor, el Dios de Israel, el único que hace prodigios;
19bendito sea su glorioso nombre por siempre, que llene su gloria la tierra entera. ¡Amén, amén!
20Aquí terminan las oraciones de David, hijo de Jesé.
Clave de lectura a la luz de la doctrina social de la Iglesia: el señorío de Dios
El pueblo de Israel, en la fase inicial de su historia, no tiene rey, como los otros pueblos, porque reconoce solamente el señorío de Yahvéh. Dios interviene en la historia a través de hombres carismáticos, como atestigua el Libro de los Jueces. Al último de estos hombres, Samuel, juez y profeta, el pueblo le pedirá un rey (cf. 1 S 8,5; 10,18-19). Samuel advierte a los israelitas las consecuencias de un ejercicio despótico de la realeza (cf. 1 S 8,11-18). El poder real, sin embargo, también se puede experimentar como un don de Yahvéh que viene en auxilio de su pueblo (cf. 1 S 9,16). Al final, Saúl recibirá la unción real (cf. 1 S 10,1-2). El acontecimiento subraya las tensiones que llevaron a Israel a una concepción de la realeza diferente de la de los pueblos vecinos: el rey, elegido por Yahvéh (cf. Dt 17,15; 1 S 9,16) y por él consagrado (cf. 1 S 16,12-13), será visto como su hijo (cf. Sal 2,7) y deberá hacer visible su señorío y su diseño de salvación (cf. Sal 72). Deberá, por tanto, hacerse defensor de los débiles y asegurar al pueblo la justicia: las denuncias de los profetas se dirigirán precisamente a los extravíos de los reyes (cf. 1R 21; Is 10, 1-4; Am 2,6-8; 8,4-8; Mi 3,1-4) (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 377).
El Señor habla de paz (85, 1-14)
1Al maestro del coro. Salmo de los hijos de Coré.
2Señor, has sido misericordioso con tu tierra, has cambiado la suerte de Jacob;
3has perdonado la falta de tu pueblo, has ocultado todos sus pecados; [Pausa]
4has contenido toda tu furia, has calmado el ardor de tu ira.
5Dios, salvador nuestro, renuévanos, ¡aparta tu cólera de nosotros!
6¿Seguirás siempre enfadado? ¿Durará tu ira por generaciones?
7¿No volverás a darnos la vida para que tu pueblo en ti se goce?
8Señor, muéstranos tu amor, danos tu salvación.
9Voy a escuchar lo que Dios dice: el Señor habla de paz a su pueblo y a sus fieles, ¡que no vuelvan a ser necios!
10Su salvación está cerca de quien lo venera, la gloria va a morar en nuestra tierra.
11El amor y la verdad se han encontrado, la justicia y la paz se abrazan.
12La verdad brota de la tierra, la justicia surge del cielo.
13El Señor traerá prosperidad y nuestra tierra dará su cosecha.
14La justicia caminará ante él, sus pasos trazarán el camino.
Clave de lectura a la luz de la doctrina social de la Iglesia: la promoción de la paz
La paz es la meta de la convivencia social, como aparece de forma extraordinaria en la visión mesiánica de la paz: cuando todos los pueblos acudirán a la casa del Señor y Él les mostrará sus caminos, ellos podrán caminar por las sendas de la paz (cf. Is 2,2-5). Un mundo nuevo de paz, que alcanza toda la naturaleza, ha sido prometido para la era mesiánica (cf. Is 11,6-9) y al mismo Mesías se le llama « Príncipe de Paz » (Is 9,5). Allí donde reina su paz, allí donde es anticipada, aunque sea parcialmente, nadie podrá turbar al pueblo de Dios (cf. Sof 3,13). La paz será entonces duradera, porque cuando el rey gobierna según la justicia de Dios, la rectitud brota y la paz abunda « hasta que no haya luna » (Sal 72,7). Dios anhela dar la paz a su pueblo: « Sí, Yahveh habla de paz para su pueblo y para sus amigos, con tal que a su torpeza no retornen » (Sal 85,9). El salmista, escuchando lo que Dios dice a su pueblo sobre la paz, oye estas palabras: « Amor y Verdad se han dado cita, Justicia y Paz se abrazan » (Sal 85,11) (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 490).
¡Qué bueno es alabar al Señor! (92, 1-16)
1Salmo. Canto para el sábado.
2Qué bueno es alabar al Señor, elogiar, oh Altísimo, tu nombre,
3pregonar tu amor durante el día, tu fidelidad durante la noche,
4al son del arpa y la cítara, con los acordes de la lira.
5Tú, Señor, con tus actos me alegras, con la obra de tus manos me regocijas.
6Señor, ¡qué grandes son tus obras, qué profundos tus pensamientos!
7El ignorante nada sabe, el necio no entiende nada de esto:
8aunque broten los malvados como hierba, aunque todos los malhechores prosperen, acabarán destruidos para siempre.
9Mas tú, Señor, por siempre eres excelso.
10Señor, aquí tienes a tus enemigos, a los enemigos que han de perecer, a los malvados que se dispersarán.
11Pero tú me has dado la fuerza del búfalo, me has ungido con aceite nuevo.
12Mis ojos verán caer a mis rivales, mis oídos se enterarán de quiénes son los que me atacan.
13El justo florecerá cual palmera, crecerá como un cedro del Líbano;
14plantado en la casa del Señor, brotará en los atrios de nuestro Dios.
15Aún en la vejez darán su fruto, se mantendrán fecundos y frondosos,
16para anunciar la rectitud del Señor, mi refugio, en quien no hay maldad.
Clave de lectura desde la doctrina social de la Iglesia: El amor y la formación de comunidad de personas
El amor se expresa también mediante la atención esmerada de los ancianos que viven en la familia: su presencia supone un gran valor. Son un ejemplo de vinculación entre generaciones, un recurso para el bienestar de la familia y de toda la sociedad: « No sólo pueden dar testimonio de que hay aspectos de la vida, como los valores humanos y culturales, morales y sociales, que no se miden en términos económicos o funcionales, sino ofrecer también una aportación eficaz en el ámbito laboral y en el de la responsabilidad. Se trata, en fin, no sólo de hacer algo por los ancianos, sino de aceptar también a estas personas como colaboradores responsables, con modalidades que lo hagan realmente posible, como agentes de proyectos compartidos, bien en fase de programación, de diálogo o de actuación ».Como dice la Sagrada Escritura, las personas « todavía en la vejez tienen fruto » (Sal 92,15). Los ancianos constituyen una importante escuela de vida, capaz de transmitir valores y tradiciones y de favorecer el crecimiento de los más jóvenes: estos aprenden así a buscar no sólo el propio bien, sino también el de los demás. Si los ancianos se hallan en una situación de sufrimiento y dependencia, no sólo necesitan cuidados médicos y asistencia adecuada, sino, sobre todo, ser tratados con amor (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 222).
¡Qué abundantes son tus obras, Señor! (104, 1-35)
1¡Bendice, alma mía, al Señor! Señor, Dios mío, qué grande eres; de gloria y majestad te vistes.
2Como un manto te envuelve la luz, como un tapiz extiendes el cielo.
3Alzas tus aposentos sobre las aguas, haces de las nubes tu carroza, en alas del viento caminas;
4a los vientos haces mensajeros tuyos, a las llamas ardientes, tus servidores.
5Afirmaste la tierra sobre sus cimientos y nunca jamás podrá derrumbarse.
6Como vestido le pusiste el océano, hasta los montes se alzaban las aguas;
7ante tu grito amenazante huían, ante tu voz tronante escapaban;
8subían a los montes, por los valles bajaban hasta el lugar que tú mismo les fijaste.
9Les fijaste una frontera que no cruzarán y no volverán a cubrir la tierra.
10Tú conviertes a los manantiales en ríos que serpentean entre montañas,
11proporcionan bebida a las bestias del campo y apagan la sed de los asnos salvajes;
12en sus orillas moran las aves del cielo que entre las ramas andan trinando.
13Desde tus aposentos riegas los montes, se sacia la tierra del fruto de tus obras.
14Tú haces brotar la hierba para el ganado, y las plantas que cultiva el ser humano para sacar el pan de la tierra;
15y también el vino que alegra a los humanos, dando a su rostro más brillo que el aceite, junto con el alimento que los reconforta.
16Reciben su riego los árboles del Señor, los cedros del Líbano que él plantó.
17En ellos las aves ponen sus nidos mientras la cigüeña lo pone en los cipreses;
18los altos montes son de los ciervos, las rocas, refugio de los tejones.
19Para marcar los tiempos hiciste la luna y el sol que sabe cuándo ocultarse.
20Dispones la oscuridad y cae la noche: bullen en ella los seres del bosque,
21rugen los leones ante la presa y piden a Dios su alimento.
22Sale el sol y ellos se esconden, descansan en sus madrigueras.
23Entonces sale el ser humano a su trabajo, a su labor que dura hasta la tarde.
24¡Qué abundantes son tus obras, Señor! Con tu sabiduría las hiciste todas, la tierra está llena de tus criaturas.
25Aquí está el inmenso y ancho mar, allí un sinfín de animales marinos, seres pequeños y grandes;
26allí se deslizan los barcos y Leviatán, a quien formaste para jugar con él.
27Todos ellos te están esperando para tener la comida a su tiempo.
28Tú se la das y ellos la atrapan, abres tu mano, los sacias de bienes.
29Pero si ocultas tu rostro se aterran, si les quitas el aliento agonizan y regresan al polvo.
30Les envías tu aliento y los creas, renuevas la faz de la tierra.
31Que la gloria del Señor sea eterna, que el Señor se goce en sus obras.
32Él mira la tierra y ella tiembla, toca las montañas y echan humo.
33Mientras viva cantaré al Señor, alabaré al Señor mientras exista.
34Que mi poema le agrade, que yo en el Señor me alegre.
35Que sean los pecadores extirpados de la tierra, que los malvados no existan más. ¡Bendice, alma mía, al Señor! ¡Aleluya!
Clave de lectura a la luz de la doctrina social de la Iglesia: salvaguardar el medio ambiente
La relación del hombre con el mundo es un elemento constitutivo de la identidad humana. Se trata de una relación que nace como fruto de la unión, todavía más profunda, del hombre con Dios. El Señor ha querido a la persona humana como su interlocutor: sólo en el diálogo con Dios la criatura humana encuentra la propia verdad, en la que halla inspiración y normas para proyectar el futuro del mundo, un jardín que Dios le ha dado para que sea cultivado y custodiado (cf. Gn 2,15). Ni siquiera el pecado suprime esta misión, aun cuando haya marcado con el dolor y el sufrimiento la nobleza del trabajo (cf. Gn 3,17-19).
La creación es constante objeto de alabanza en la oración de Israel: « ¡Cuán numerosas tus obras, oh Yahvéh! Todas las has hecho con sabiduría » (Sal 104,24). La salvación de Dios se concibe como una nueva creación, que restablece la armonía y la potencialidad de desarrollo que el pecado ha puesto en peligro: « Yo creo cielos nuevos y tierra nueva » (Is 65,17) -dice el Señor-, « se hará la estepa un vergel ... y la justicia morará en el vergel ... Y habitará mi pueblo en albergue de paz » (Is 32,15-18) (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 452).
Tú me sondeas y me conoces (139, 1-24)
1Al maestro del coro. Salmo de David. Señor, tú me sondeas y me conoces,
2tú sabes si me siento o me levanto, tú, desde lejos, conoces mis pensamientos.
3Distingues si camino o reposo, todas mis sendas te son familiares.
4No está aún la palabra en mi lengua y tú, Señor, la conoces bien.
5Me rodeas por delante y por detrás, posas tu mano sobre mí.
6Me supera este saber admirable, tan elevado que no puedo entenderlo.
7¿A dónde iré lejos de tu espíritu? ¿A dónde huiré lejos de tu presencia?
8Si subo al cielo, allí estás tú; si bajo al reino de los muertos, estás allí;
9si me elevo en alas de la aurora y me instalo en el confín del mar,
10también allí me guía tu mano, tu diestra me controla.
11Si digo: "Que me cubra la tiniebla, que la luz se haga noche en torno a mí",
12tampoco para ti es oscura la tiniebla; la noche es luminosa como el día, pues como la luz, así es para ti la oscuridad.
13Tú creaste mis entrañas, en el seno de mi madre me tejiste.
14Te alabo, pues me asombran tus portentos, son tus obras prodigiosas: lo sé bien.
15Tú nada desconocías de mí, que fui creado en lo oculto, tejido en los abismos de la tierra.
16Veían tus ojos cómo me formaba, en tu libro estaba todo escrito; estaban ya trazados mis días cuando aún no existía ni uno de ellos.
17¡Qué profundos me son tus pensamientos, Dios mío, qué numerosos todos juntos!
18Los contaría, pero son más que la arena; yo me despierto y tú sigues conmigo.
19Dios mío, ¡ojalá abatieras al malvado! Que los sanguinarios se alejen de mí:
20esos enemigos que te injurian, que juran en falso contra ti.
21Señor, ¿no voy a odiar a quienes te odian? ¿no voy a aborrecer a tus enemigos?
22Yo los odio intensamente, ellos son mis adversarios.
23Sondéame, oh Dios, conoce mi corazón, pruébame, penetra mis pensamientos;
24mira si me conduzco mal y guíame por el camino eterno.
Clave de lectura a la luz de la doctrina social de la Iglesia: la persona humana, imagen de Dios
El mensaje fundamental de la Sagrada Escritura anuncia que la persona humana es criatura de Dios (cf. Sal 139,14-18) y especifica el elemento que la caracteriza y la distingue en su ser a imagen de Dios: « Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó » (Gn 1,27). Dios coloca la criatura humana en el centro y en la cumbre de la creación: al hombre (en hebreo « adam »), plasmado con la tierra (« adamah »), Dios insufla en las narices el aliento de la vida (cf. Gn 2,7). De ahí que, « por haber sido hecho a imagen de Dios, el ser humano tiene la dignidad de persona; no es solamente algo, sino alguien. Es capaz de conocerse, de poseerse y de darse libremente y entrar en comunión con otras personas; y es llamado, por la gracia, a una alianza con su Creador, a ofrecerle una respuesta de fe y de amor que ningún otro ser puede dar en su lugar » (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 108).