El Día de la Paz

 

Os habréis percatado, venerables Hermanos y queridos Hijos, con cuánta frecuencia nuestras palabras repiten consideraciones y exhortaciones sobre el tema de la Paz; no lo hacemos para ceder a una costumbre fácil, ni para servirnos de un argumento de pura actualidad; lo hacemos porque pensamos que lo exige nuestro deber de Pastor universal; lo hacemos porque vemos amenazada la Paz en forma grave y con previsiones de acontecimientos terribles que pueden resultar catastróficos para naciones enteras y quizá también para gran parte de la humanidad; lo hacemos porque en los últimos años de la historia de nuestro siglo ha aparecido finalmente con mucha claridad que la Paz es la línea única y verdadera del progreso humano (no las tensiones de nacionalismos ambiciosos, ni las conquistas violentas, ni las represiones portadoras de un falso orden civil); lo hacemos porque la Paz está en la entraña de la religión cristiana, puesto que para el cristiano proclamar la paz es anunciar a Cristo; «El es nuestra paz» (Ef. 2, 14); el suyo es «Evangelio de paz» (Ef. 6, 15) : mediante su sacrificio en la Cruz, El realizó la reconciliación universal y nosotros, sus seguidores, estamos llamados a ser «operadores de la Paz» (Mt. 5, 9); y sólo del Evangelio, al fin, puede efectivamente brotar la Paz, no para hacer débiles ni flojos a los hombres sino para sustituir, en sus espíritus, los impulsos de la violencia y de los abusos por las virtudes viriles de la razón y del corazón de un humanismo verdadero; lo hacemos finalmente porque querríamos que jamás nos acusasen Dios ni la historia de haber callado ante el peligro de un nuevo conflicto entre los pueblos, el cual, como todos saben, podría revestir formas imprevistas de terror apocalíptico.

Pablo VI, Mensaje para la I Jornada Mundial de la Paz 1968

Clave bíblica de lectura

Carta del Apóstol San Pablo a los Efesios 6

10Sólo me resta desear que os mantengáis fuertes, apoyados en el poder irresistible del Señor.
11Utilizad todas las armas que Dios os proporciona, y así haréis frente con éxito a las estratagemas del diablo. 
12Porque no estamos luchando contra enemigos de carne y hueso, sino contra las potencias invisibles que dominan en este mundo de tinieblas, contra las fuerzas espirituales del mal habitantes de un mundo supraterreno. 
13Por eso es preciso que empuñéis las armas que Dios os proporciona, a fin de que podáis manteneros firmes en el momento crítico y superar todas las dificultades sin ceder un palmo de terreno. 
14Estad, pues, listos para el combate: ceñida con la verdad vuestra cintura, protegido vuestro pecho con la coraza de la rectitud 
15y calzados vuestros pies con el celo por anunciar el evangelio de la paz. 
16Tened siempre embrazado el escudo de la fe, para que en él se apaguen todas las flechas incendiarias del maligno. 
17Como casco, usad el de la salvación, y como espada, la del Espíritu, es decir, la palabra de Dios.

Efesios 6, 10-17

 

Oración

Salmo 143

Tú das la victoria a los reyes

1De David.
Bendito sea el Señor, mi fortaleza,
que adiestra mi mano para el combate,
mis dedos para la guerra.
2Él es mi bien, mi baluarte,
mi defensa y quien me salva;
el escudo que me sirve de refugio,
el que me somete a mi pueblo.
3Señor, ¿qué es el ser humano para que lo cuides,
el simple mortal para que pienses en él?
4El ser humano se parece a un soplo,
su vida es como sombra que pasa.
5Señor, inclina los cielos y baja,
toca los montes y que echen humo.
6Lanza rayos y dispérsalos,
envía tus flechas y destrúyelos.
7Desde el cielo extiende tu mano,
líbrame, sálvame de las aguas turbulentas,
de la mano de gente extranjera,
8pues es mentirosa su boca,
es engañosa su diestra.
9Señor, te cantaré un cántico nuevo,
tocaré para ti con un arpa de diez cuerdas.
10Tú que das la victoria a los reyes,
tú que salvas de la espada mortal
a tu siervo David,
11líbrame y sálvame
de la mano de gente extranjera,
pues es mentirosa su boca,
es engañosa su diestra.
12Sean nuestros hijos como plantas
que en su juventud van creciendo;
sean nuestras hijas pilares tallados
que sustentan un palacio.
13Que rebosen nuestros graneros
de toda clase de granos,
que las ovejas aumenten por miles,
por millares en nuestros campos;
14que vayan bien cargados nuestros bueyes,
que no haya brecha ni grieta en la muralla,
que no haya gritos en nuestras plazas.
15¡Feliz el pueblo que esto tiene,
feliz el pueblo que al Señor tiene por Dios!