Homilía del cardenal José Cobo en la Misa de la Sagrada Familia (28-12-2025)

En medio de la Navidad, de nuevo, la Palabra de Dios hoy nos lleva a la noche, no a una noche romántica o una noche poética, sino a esa noche real, la noche de cuando hay peligro, cuando no se entiende todo, cuando hay que salir deprisa. En esta noche a José se le dice una sola palabra. No hay un discurso ni hay convencimiento, no hay una explicación larga. Una palabra sencilla y exigente: levántate. Es la palabra que más se repite en el evangelio de hoy. Y José se levanta, no pregunta, no negocia, no pide garantías, no, se pone en camino con María y el niño. Y es que así comienza la salvación con alguien que en medio de la noche se levanta y decide fiarse.

 

Hoy este “levántate” suena aquí de forma especial. Suena a venir juntos a clausurar y dar gracias por este año jubilar que hemos vivido en esta catedral. Y este “levántate” suena también para que resuene la fiesta de la Sagrada Familia, profecía y esperanza de nuestro mundo. Pero este “levántate” suena en nuestro mundo real, en una sociedad encerrada en sí misma, indudablemente. Por eso este “levántate” hoy nos ilumina lo concreto de nuestra vida.

 

Vivimos en un mundo extraño cuyo rasgo decisivo es que anda ensimismado, el ensimismamiento, una ciudad que se mira a sí misma y poco a poco vamos perdiendo el rostro del otro, un encierro que es profundo y que despersonaliza. Y a este encierro se le suma otro: nuestra cultura que analiza todo sin decidir nada. Sabemos hablar, argumentar, matizar, abundan los discursos, los diagnósticos, los debates interminables, pero hay escasez de pasos. No tomamos decisiones concretas, nos asustan los compromisos reales. Hasta cuesta comprometerse en el matrimonio cada vez más. Y hay un tercer encierro, quizá el más doloroso, la normalización del descarte. Sí, migrantes, pobres, personas frágiles, vidas rotas, todo convertido en cifras, en estadísticas, en problemas que hay que gestionar.

 

Escuchamos hoy el evangelio donde la familia de Nazaret es exiliada, donde recordamos cómo son obligados a ir a otro país y van sin papeles, sin garantías. Y mientras tanto, seguimos cuestionando a los nuevos migrantes que llegan igual protegiendo la vida de sus familias. Nos olvidamos de todas las propuestas de regularización y besamos al niño ese que tuvo que migrar, pero nos cuesta verlo en la realidad y nos cuesta al mismo tiempo tomar postura creyente ante los miles de familias que están migrando en nuestro país y en nuestro mundo.

 

Como Herodes en el evangelio, terminamos protegiendo el sistema antes que la vida. Se cuida el equilibrio, la comodidad, la seguridad, el orden establecido, aunque eso cueste vidas concretas y exilio de familias. Y la verdad, queridos hermanos, es que el cansancio y la desesperanza ante esta realidad se instalan en nuestras vidas, un cansancio, no sé si lo notáis, pero que va tomando formas distintas: prudencia, miedo, comodidad, mucha palabrería o simplemente indiferencia. Y, al final, nos quedamos sentados sin movernos. Por eso resuena con fuerza el evangelio hoy de hoy, de hoy y del jubileo.

 

Levántate.

 

El jubileo comenzó cuando alguien se puso en pie y dejó de vivir en la desesperanza. Durante este año hemos vivido un tiempo para levantarnos de lo que nos paraliza, de los miedos, de las rutinas, de las divisiones, de los cansancios, como José. José se levanta de noche y Dios hoy también nos llama a levantarnos, no cuando todo está claro, no, levantarnos cuando hay noche, porque la fe no elimina la noche, pero abre camino en medio de ella. Levantarse no es huir de la realidad, sino custodiar la vida allí donde Dios nos la confía. José escucha, discierne y actúa. Pasa del corazón atento a las manos obedientes. Y es que no basta escuchar, no basta venir a misa. Llega un momento en que la palabra pide cuerpo, pasos, decisiones. Y para levantarnos, José nos enseña a actuar, a pasar a esas manos obedientes, pues la fe auténtica siempre se mueve, protege a los vulnerables, incluso cuando eso significa el exilio y la precariedad.

 

Por eso hoy resuena en nosotros: Levántate. Levántate del miedo que nos paraliza. Levántate para proteger la vida amenazada. Sí. Levántate para defender a los pobres y a los que Herodes aún persigue. Levántate para obedecer a Dios, aunque no lo entiendas del todo. Levántate con tus hermanos. Escúchalos y pongámonos en camino porque Dios va delante. Sí.

 

Para levantarnos juntos, el Papa Francisco hace un año nos regaló una brisa fresca para poder afrontar este año jubilar. Su gran regalo ha sido el colocarnos juntos en pie como peregrinos de esperanza. Este ha sido el lema y ha sido el eje de este año y las respuestas que hemos aprendido a dar. Así damos gracias por haber vivido un jubileo intenso. Más de dos millones de personas han pasado por esta catedral. Más de 500.000 personas han participado en celebraciones jubilares, peregrinaciones, encuentros. El jubileo nos ha tocado y ha sembrado lo esencial de la esperanza. Nos ha puesto en pie como peregrinos de esperanza, proclamando juntos que Cristo es concreto, que sigue encarnado y presente en nuestra historia. Y hemos aprendido a caminar como pueblo agradecidos no por los números -eso no es lo importante- sino por los rostros, las familias, las historias, las parroquias que han pasado por aquí, los desafíos compartidos. No hay jubileo sin nombres ni caminos recorridos juntos. Y este levántate que hoy escuchamos también lo hacemos en este contexto de la fiesta de la Sagrada Familia.

 

Es curioso, Jesús entra en la historia a través de la familia y desde la fragilidad. Primero la precariedad de Belén, luego el éxodo y la migración. Así entra Jesús en nuestra historia huyendo como tantos niños hoy. Y así nos revela cómo actúa Dios. No salva desde el poder, sino desde la fragilidad custodiada. Sí, la fragilidad custodiada. La familia de Nazaret sale, confía y moviliza lo poco que tiene para proteger la vida, para protegerse unos a otros. Ahí está la llamada y la luz también para nuestra iglesia, que es familia de familias. En un mundo que encierra las familias en la prisa, la soledad o la precariedad, la Sagrada Familia nos recuerda que la familia es lugar de esperanza cuando aprende a caminar unida y se apoya en la confianza, no en el miedo.

 

La familia es santa, no por ser perfecta, no, sino por permanecer juntos en el camino, el camino que abrió en Nazaret. Por eso se nos invita hoy también como Iglesia a acompañar, a aligerar cargas y a no dejar solas a nuestras familias, a ninguna de nuestras familias. Sois una preciosa semilla de esperanza, de lo que significa el amor, el cuidado, la vida real caminada unos con otros. Por favor, seguid iluminando. La familia es una luz en medio de nuestro tiempo que permanece fiel y que nos dice que este mensaje y este evangelio es posible. Queremos dar gracias hoy también por la tarea de tantos que arropan y abrazan a la familia, por la tarea de la delegación de familia en nuestra diócesis y por tantos trabajos transversales con otras delegaciones, con Cáritas y con tantos proyectos de apoyo a la vida familiar. 

 

Queridos amigos, termina este año en la fiesta de la Sagrada Familia y terminado este evangelio nos invita a mirarnos hoy aquí, familia de familias y a reconocernos como la primera, la Iglesia en éxodo, como una iglesia que camina, como una iglesia que agradece este año que hemos compartido y que agradecemos la vida de cada una de nuestras familias. 

 

Hemos escuchado que el evangelio termina con un regreso. Van a Nazaret, pero no vuelven igual. Nazaret no es el mismo después del camino y del exilio. Cerramos el jubileo, pero comenzamos camino juntos como Jesús, María y José. Salimos, cruzamos desiertos, aprendemos a confiar. Y volvemos. Sí, volvemos. Volvemos más humanos, más fraternos, más disponibles. No volvemos para instalarnos, sino para reconstruir. El jubileo termina, termina cuando se cierran las puertas jubilares, pero comienza de nuevo. Comienza cuando abrimos caminos para todos, Estos caminos que gracias a vosotros hoy abrimos, Caminos que abrimos como José en silencio, como María guardando la esperanza, como Jesús creciendo en lo oculto. Gracias de corazón por levantar, gracias por ayudarnos a levantarnos y gracias por compartir este precioso camino que tenemos delante, donde como iglesia, donde cada uno de nosotros y cada una de nuestras familias tiene un lugar tan especial que está ya en el corazón de Dios.

 

[Transcripción de las palabras del Cardenal José Cobo realizada por Javier Alonso].

https://youtu.be/42WYLHkNFyQ