Todo hombre es mi hermano
Nuestra certeza en la palabra divina de Cristo maestro, que la esculpió en su Evangelio: «Todos vosotros sois hermanos» (Mt 23, 8). Podemos ofrecer, además, el consuelo de la posibilidad de aplicarla (¡porque cuán difícil es en la realidad práctica ser de verdad hermano con cada hombre!); lo podemos lograr recurriendo, como canon de acción práctica y normal, a otra enseñanza fundamental de Cristo: «Cuanto quisiereis que os hagan a vosotros los hombres, hacédselo vosotros a ellos, porque ésta es la ley y la doctrina de los profetas» (Mt 7, 12). ¡Cuánto han meditado filósofos y Santos sobre esta máxima, que relaciona la universalidad de la norma de hermandad con la acción individual y concreta de la moralidad social! Y por último, estamos en condiciones de ofrecer el argumento supremo: el de la Paternidad divina, común a todos los hombres, proclamada a todos los creyentes. Una verdadera fraternidad entre los hombres para que sea auténtica y vinculante supone y exige una Paternidad trascendente y rebosante de amor metafísico y de caridad sobrenatural. Nosotros podemos enseñar la fraternidad humana, es decir la paz, enseñando a reconocer, a amar y a invocar al Padre Nuestro que está en los cielos. Sabemos que encontraremos cerrado el ingreso al altar de Dios si antes no nos hemos reconciliado con el hombre-hermano (Mt 5, 23 ss: 6, 14-15). Y sabemos que si somos promotores de paz, podremos entonces ser llamados hijos de Dios y estar entre aquellos que el Evangelio declara bienaventurados (Mt 5, 9).
Pablo VI, Mensaje para la IV Jornada Mundial de la Paz 1971
Clave bíblica de lectura
Evangelio según san Mateo 7
Oración
Salmo 71