LOS SESENTA AÑOS DE GAUDIUM ET SPES

Los sesenta años de Gaudium et Spes
 Homenaje de la CDJyP al Concilio Vaticano II
 
    El 7 de diciembre de 1965 el Concilio Vaticano II aprobó la Constitución pastoral “Gaudium et spes”, “los gozos y las esperanzas”. Un precioso título para esta Constitución que constituye una significativa respuesta de la Iglesia a las expectativas del mundo contemporáneo y es, sin duda, uno de los más importantes documentos de la Iglesia Católica en la que explica a católicos, creyentes y no creyentes, su misión en el mundo: dar a conocer a Jesús y su mensaje en el siglo XX.
 
En esta Constitución, en sintonía con la renovación eclesiológica, se refleja una nueva concepción de ser comunidad de creyentes y pueblo de Dios. Y suscitó un nuevo interés por la doctrina contenida en documentos anteriores, respecto del testimonio y la vida de los cristianos, como medios auténticos para hacer visible la presencia de Dios en el mundo. La “Gaudium et spes” delinea el rostro de una Iglesia “íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia”, que camina con toda la humanidad y está sujeta, juntamente con el mundo, a la misma suerte terrena, pero que al mismo tiempo es “como fermento y como alma de la sociedad, que debe renovarse en Cristo y transformarse en familia de Dios”.
 
El Concilio Vaticano II consideraba que la Iglesia no había sabido responder adecuadamente a la devastación de la Segunda Guerra Mundial, los horrores nazis, la amenaza actual de una guerra nuclear entre Estados Unidos y Rusia, y el fin del colonialismo y el racismo. La iglesia no había actuado sustancialmente en estos temas, lo que contribuyó a un sentimiento de irrelevancia dentro de consideraciones más amplias sobre el estado del mundo. Por otro lado, nuevos desafíos se presentaban a nivel científico y tecnológico, así como las necesidades de una sociedad mundial en cambio, el papel de la mujer, de las minorías…
“Gaudium et spes” estudia orgánicamente los temas de la cultura, de la vida económico-social, del matrimonio y de la familia, de la comunidad política, de la paz y de la comunidad de los pueblos, a la luz de la visión antropológica cristiana y de la misión de la Iglesia. Todo ello lo hace a partir de la persona y en dirección a la persona, “única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo”. La sociedad, sus estructuras y su desarrollo deben estar encaminados a “consolidar y desarrollar las cualidades de la persona humana”.
 
Por primera vez el Magisterio de la Iglesia, al más alto nivel, se expresa en modo tan amplio sobre los diversos aspectos temporales de la vida cristiana. “Se debe reconocer que la atención prestada en la Constitución a los cambios sociales, psicológicos, políticos, económicos, morales y religiosos ha despertado cada vez más la preocupación pastoral de la Iglesia por los problemas de los hombres y el diálogo con el mundo” (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, n. 96). 
 
A continuación, se desarrollan algunos aspectos claves de este documento:
 
Unión íntima de la Iglesia con la familia humana universal
 
Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón. La comunidad cristiana está integrada por hombres que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y han recibido la buena nueva de la salvación para comunicarla a todos. La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia (n. 1) 
 
Clave de lectura desde de la Doctrina Social de la Iglesia
 
La Iglesia tiene derecho al reconocimiento jurídico de su propia identidad. Precisamente porque su misión abarca toda la realidad humana, la Iglesia, sintiéndose “íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia”, reivindica la libertad de expresar su juicio moral sobre estas realidades, cuantas veces lo exija la defensa de los derechos fundamentales de la persona o la salvación de las almas.
La Iglesia por tanto pide: libertad de expresión, de enseñanza, de evangelización; libertad de ejercer el culto públicamente; libertad de organizarse y tener sus reglamentos internos; libertad de elección, de educación, de nombramiento y de traslado de sus ministros; libertad de construir edificios religiosos; libertad de adquirir y poseer bienes adecuados para su actividad; libertad de asociarse para fines no sólo religiosos, sino también educativos, culturales, de salud y caritativos (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, n. 426). 
 
La Iglesia al servicio del hombre
 
En nuestros días, el género humano, admirado de sus propios descubrimientos y de su propio poder, se formula con frecuencia preguntas angustiosas sobre la evolución presente del mundo, sobre el puesto y la misión del hombre en el universo, sobre el sentido de sus esfuerzos individuales y colectivos, sobre el destino último de las cosas y de la humanidad. El Concilio, testigo y expositor de la fe de todo el Pueblo de Dios congregado por Cristo, no puede dar prueba mayor de solidaridad, respeto y amor a toda la familia humana que la de dialogar con ella acerca de todos estos problemas, aclarárselos a la luz del Evangelio y poner a disposición del género humano, el poder salvador que, la Iglesia conducida por el Espíritu Santo, ha recibido de su Fundador. Es la persona del hombre la que hay que salvar. Es la sociedad humana la que hay que renovar. Es por consiguiente el hombre, pero el hombre todo entero, cuerpo y alma, corazón y conciencia, inteligencia y voluntad, quien será el objeto central de las explicaciones que van a seguir.
 
Al proclamar el Concilio la altísima vocación del hombre y la divina semilla que en éste se oculta, ofrece al género humano la sincera colaboración de la Iglesia para lograr la fraternidad universal que responda a esa vocación. No impulsa a la Iglesia ambición terrena alguna. Sólo desea una cosa: continuar, bajo la guía del Espíritu, la obra misma de Cristo, quien vino al mundo para dar testimonio de la verdad, para salvar y no para juzgar, para servir y no para ser servido (n. 3).
 
Joaquín Eguren
Miembro de la Comisión Diocesana de Justicia y Paz Madrid